Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Berenice fue una chica que conocí hace muchos años cuando era la novia de un muchacho drogadicto. Habían sido buenos amigos y ella sabía que él tenía un vicio con mariguana y cocaína, pero así lo aceptó como su pareja. Berenice estaba segura de que ella transformaría a su novio en una persona libre de vicios y en un trabajador responsable. Así cometió el error de irse a vivir con él. El noviazgo había sido tormentoso pero ella siempre conservó la ilusión de que él, a su lado, pronto sería un hombre nuevo. Tras una dolorosa experiencia de ruptura hoy están separados.
El gran error de Berenice no consistió en creer que bastaban el amor y sus encantos para cambiar a su novio. Su gran equivocación fue haber tenido relaciones sexuales con él. De esa manera ella permitió que se creara ese super pegamento emocional entre los dos que los dejó ciegos para ver con claridad la verdad de la otra persona. Si Berenice hubiera sabido llevar una relación de noviazgo en castidad, lo más probable es que ella hubiera tenido una clara radiografía de su novio y nunca se hubiera ido a vivir con una persona adicta a las drogas.
«Para torear y para casarse hay que arrimarse», dice el dicho. Casarse es una de las decisiones más importantes que se toman en la vida. Salir con una persona tiene el único objetivo de saber si esa persona vale la pena para iniciar un noviazgo, y después hacer un proyecto de vida con ella llamado matrimonio y familia. El noviazgo no es para presumir la belleza física de una chica en los antros, bailes y restaurantes; tampoco es para que una muchacha se sienta aliviada porque su novio trae una cartera abultada de dinero. El propósito de tener novia o novio es conocer muy bien a esa persona para tomar la decisión de confiarle la propia vida, y también la vida de los hijos.
Para tomar una decisión tan importante se necesita tener verdadera libertad; la libertad de poder terminar la relación si ésta resulta conflictiva o inconveniente. Berenice no tenía esa libertad. Estaba atada a su novio drogadicto mediante las relaciones sexuales que le nublaban la razón y no le permitían dejarlo. En algunos noviazgos hay personas que son posesivas y controladoras; otras que son infieles; otras más ocultan cosas importantes a su pareja y mienten constantemente. A esta clase de personas hay que botarlas inmediatamente y no cometer el error de casarse con ellas.
Sin embargo cuando existen las relaciones sexuales en este tipo de noviazgos conflictivos, el pegamento emocional creado por la oxitocina –la hormona del amor– es tan fuerte que no permite a los novios ver los defectos del otro. Ambos están entregados al otro completamente que se quedan ciegos para descubrir que su relación no funcionará en el matrimonio.
Así le sucedió a Berenice. Ella sabía que su novio se drogaba pero estaba convencida de que, con sus palabras, detalles y arrumacos, lo transformaría en un ministro extraordinario de la Comunión en su parroquia, en un predicador de la Palabra de Dios y en un hombre piadoso de frecuentes visitas al Santísimo, y solamente porque él le juraba que la amaba. Hay personas que dicen que su pareja vende drogas, pero que nunca lo haría frente a los niños; o que ha sido sexualmente promiscua en el pasado, pero que nunca le pondría los cuernos a ella.
Si vas a tener novio o novia, no permitas que entre ustedes se forme ese super pegamento emocional que ocurre por medio de las relaciones sexuales. Una vez que se forma esa goma o fijador entre ustedes, sus cerebros dejarán de razonar adecuadamente y los sentimientos se apoderarán de la relación. Y si alguien les pregunta si están enamorados, ustedes dirán que sí. ¿Cómo lo saben? Ah, –dirán ustedes– pues porque se siente muy bonito, muy intenso, porque no queremos separarnos y queremos estar juntos.
Esos son sus sentimientos, pero, ¿dónde quedó el cerebro, la razón, la inteligencia? Los novios deben pensar, no sólo sentir. Deben hacerse preguntas muy serias antes de tomar la decisión de casarse: ¿quién es esta persona?, ¿cómo es su familia?, ¿será un buen marido o una buena esposa?, ¿practica la fe?, si yo muriera, ¿podría confiarle a esta persona la crianza de mis hijos?, ¿es trabajadora, responsable y honesta?, ¿se sabe controlar en su vida sexual?
Es preocupante ver que entre los jóvenes ha desaparecido el uso de la razón y prevalecen los sentimientos. Sus corazoncitos se tapan los oídos para averiguar esas preguntas. Pero es necesario que entren en estos interrogantes y usen el cerebro porque la vida futura y la felicidad están en juego. Por eso la balanza para el noviazgo debe ser mitad razón y mitad sentimientos.
Una vez iniciada la actividad sexual entre novios y la formación del vínculo emocional, es más difícil responder a estas preguntas y ver la realidad del otro en toda su crudeza. Sus ojos se cerrarán para mirar claramente a la otra persona y no querrán pasar por el dolor de romper ese vínculo emocional que los tiene atados. Por eso cultivar la virtud de la castidad los hará realmente libres para tomar la mejor decisión sobre su futuro.