Graves complicaciones vivió el sacerdote juarense Felipe de Jesús Juárez al padecer la enfermedad, en un proceso que asume como una purificación para él y para todos los enfermos… Aquí su testimonio.
Ana María Ibarra
Como una preparación y una purificación, es como el padre Felipe de Jesús Juárez ve la experiencia que vivió al contagiarse de Covid-19 y pasar meses convaleciente, quedando con secuelas que aún no le permiten reincorporarse a su comunidad parroquial.
Primeros síntomas
Fue la última semana de octubre cuando el padre Felipe de Jesús Juárez comenzó a sentir ligeros síntomas referentes a Covid-19.
“Para principios de noviembre ya estaba enfermo. No me dio fiebre, tuve tos seca, perdida de gusto y olfato, dolor de cabeza, pero al perder el gusto y olfato detecté que tenía Covid y fui a consultar un médico”, recordó.
Agregó que el médico le realizó una placa toráxica y confirmó la enfermedad por lo que le prescribió medicamento.
En ese primer momento el padre Felipe avisó a su comunidad parroquial, se resguardó en la casa parroquial y la gente de la comunidad lo apoyó llevándole comida y lo que fuera requiriendo. Su compañero de ministerio, el diácono Edgar Arellano, se retiró de la casa parroquial, pues estaba contagiado también.
“Agradezco mucho que me apoyaron de muchas maneras. Me dolía mucho el cuerpo, no podía moverme, me fatigaba mucho, sentía que me faltaba el aire, eso fue un síntoma constante de la enfermedad”, relató.
Recaída
Después de los primeros nueve días de tratamiento el sacerdote notó una mejoría, pero en esas fechas llegó la primera helada a la ciudad, lo que agravó su estado.
“Tenía que salir al atrio de la parroquia a recoger la comida que me traía la gente. Un día me sentía muy fatigado y no podía caminar, tuve que ir despacio, según yo me estaba cuidando bien, pero ahí fue donde vino mucho más fuerte la enfermedad. Empecé a notar que la oxigenación me bajó drásticamente, no podía tomar aire”.
Inmediatamente, el sacerdote llamó a su médico quien al ver la gravedad sugirió la hospitalización urgente.
“Esto fue para mediados de noviembre. En ese momento ya no había cupo en los hospitales, sólo me encomendé a Dios, sabía que si iba al hospital moriría en la sala de espera. Mi hermana y mi primo llegaron con un tanque y un generador de oxígeno y me llevaron a un hospital particular”.
En el hospital le recetaron más medicamento y ya sin fuerzas para continuar de pie, el padre Felipe fue resguardado en casa de su hermana con oxígeno las 24 horas.
En manos de Dios
El entrevistado recordó que, al inicio de la pandemia, compartía con algunas personas que si fuera contagiado de Covid no sobreviviría, pues había padecido cinco bronquitis en su vida.
“Cuando supe que lo tenía, solo me encomendé a Dios. Fue un proceso, como toda enfermedad, que te pone límites humanos: la vulnerabilidad, el estar necesitado de los demás, depender de los hermanos, de la familia, de la comunidad. Vi la preocupación de la comunidad, el miedo al contagio, pero también su valor para apoyarme”, reconoció.
El sacerdote recordó la dificultad de respirar que se le agudizaba en las noches.
“Esta enfermedad se liga a un aspecto de angustia e inseguridad, porque está relacionado con la respiración. Le ofrecía a Dios lo que estaba pasando, por mis hermanos sacerdotes, por la familia, por las personas que pasaban lo mismo ”, dijo.
Después de la recaída, su proceso de recuperación fue muy lento, dejándole una secuela.
“Fue providencial que el médico detectara la neumonía. Aunque ya me sentía bien, hizo una tomografía y me advirtió que tenía neumonía. Fue mucho medicamento el que tomé, gracias a Dios mucha gente me ayudó con eso porque solo no hubiera podido”, agradeció.
Sufrió la pérdida de su padre
Sintiéndose apoyado por su comunidad y amigos, el padre Felipe recordó a la gente pobre que pudiera padecer Covid sin contar con los medios necesarios para hacerle frente.
“Tal vez haya otros medios, pero los hospitales no tenían espacio. A mi papá le dio Covid y no lo pudieron recibir en ningún hospital. A él le dio dos veces. Cuando llegué a casa de mi hermana, quien me atendió, mi papá estaba aquí también por Covid”.
Lamentablemente, el papá del padre Felipe falleció y la familia padeció la pérdida además de la enfermedad, pues todos resultaron contagiados en distintos momentos.
“Mi papá ya traía muchas complicaciones, era diabético, tenía hipertensión, al último le fallaron los riñones y se nos fue, pero está en manos de Papá Dios”.
El sacerdote, quien fue el último de su familia en contagiarse, agradeció a Dios concederle dar la unción a su papá en sus últimos momentos.
“El Señor me concedió la gracia de poder atenderlo con la Confesión y la Unción. Después sólo estuvo tres días y falleció en noviembre”.
Añadió que lo recordará como un buen padre, un hombre fiel a la familia, entregado y con profundos valores.
Su misión no ha terminado
Agradecido con Dios por haber salido adelante, el padre Felipe dijo haber comprendido en su lecho de enfermo, que el don de la vida es sólo de Dios y que el hombre es vulnerable y pequeño.
“Para mí fue una prueba de confianza del amor de Dios y de su misericordia. Supe que había mucho qué ofrecer; en medio de esto no puedes hacer nada más que confiarte a Él, y se siente que está a tu lado, que no te deja; la Virgen María también acompaña, no nos dejan. Prueba de ello es que no morí en el abandono”.
Así, para el sacerdote, esta enfermedad se convirtió en una enseñanza para comprender al enfermo y entender que el ser humano es frágil, pero no debe temer.
“El ser humano tiene miedo de morir así como a la enfermedad, al abandono, a la soledad, pero son pruebas que nos purifican y nos hacen más fuertes. Dios permite todo esto para que obtengamos un crecimiento y una enseñanza para la vida espiritual”, sentenció el sacerdote, quien hoy enfrenta serias secuelas de la enfermedad.
“Cuando me da frío noto que mi cuerpo se empieza a desmejorar, me duelen las articulaciones, perdí fuerza en las piernas. Siento, de pronto, dolores que no había sentido. Perdí mucho peso, el neumólogo me dijo que el Covid hace perder peso, pero en masa muscular”.
Enseñanza de la enfermedad
De igual manera reconoció que si Dios lo ha dejado en este mundo, es porque su misión no ha terminado.
“Por su misericordia estoy en este mundo, contento de servirlo en lo que puedo. Bendito Dios, tuvo misericordia de mí. Me alegra mucho el amor que me tiene y su fidelidad”.
El padre Felipe agradeció a todos los que estuvieron orando por él, enviando mensajes, y que le ayudaron económicamente.
Y reflexionó sobre la purificación que le trajo la enfermedad
“Toda prueba nos hace más fuertes y nos muestra que Dios es Dios. Los invito a que seamos dóciles a su amor, volvamos a él. La enfermedad no es más que una prueba en esta vida, y tiene un propósito en el plan providente de Él, en la forma que sea. Seamos conscientes que la caridad nos ayuda a acercarnos a Cristo en el hermano”.
Frase…
“Asumamos estas pruebas humilde y fielmente a Dios. Vivamos conscientes de que iremos a su presencia, preparémonos para el encuentro. Jesús no nos salva sin la cruz, nos salva en la cruz”.
Pbro. Felipe de Jesús Juárez/ Párroco de Santa María de la Montaña