Para Santo Tomás de Aquino, la envidia nació con el primer pecado cometido por los Ángeles que se revelaron contra Dios.
Ana María Ibarra
Como discípulos de Jesús, los cristianos son llevados al desierto en distintos momentos de su vida, la Cuaresma es este momento especial para la conversión de los pecados.
El pecado de la envidia es uno de los siete pecados capitales y que tiene su raíz en la soberbia. Así lo compartió el padre Víctor Pineda quien, aseguró que para vencerla se requiere de la humildad.
Origen de la envidia
“La raíz de todo pecado, especialmente de la envidia, es la soberbia, el sentirnos superior a los demás, el sentirnos incluso superior a Dios, sentir esa insatisfacción porque queremos cada vez más”, explicó el padre Víctor.
Dijo que en el caso concreto de la envidia, se trata de querer y desear las cosas o las realidades ajenas, pero desde un ámbito de enojo, de ira y de recelo.
“Las manifestaciones de la envidia tienen su raíz en la ingratitud. Al ser ingratos, consideramos que no tenemos lo suficiente y recurrimos a este sentimiento”.
La envidia, agregó el sacerdote, se manifiesta en una insatisfacción ante lo que los demás tienen o son.
“Es una insatisfacción ante una realidad distinta a la nuestra y es precisamente por una falta de gratitud, primeramente, con Dios por todos los dones nos da y que son distintos a los dones que otros tienen. También ingratitud con nuestra familia, con las personas que nos aman, por no reconocer lo que nos dan: el amor, el cariño y todas las grandezas que tenemos”, dijo el padre Víctor.
Cómo vencer la envidia
El padre Víctor Pineda señaló que los valores eficaces para vencer este pecado serán la gratitud y la humildad, ya que la envidia surge de la ingratitud y la soberbia.
“Una persona que reconoce y se siente agradecida con Dios, con su familia, con la misma vida por todo lo que le da, lo mucho o lo poco, siempre será una persona que no va a tener envidia en su corazón, porque lo que tiene será lo necesario y no le faltará nada”, añadió.
Así pues, dijo, será muy distinto el deseo de superación personal y económico sin el sentimiento de la ira y el enojo que acompañan a la envidia.
“La humildad, así tengamos mucho o poco, consiste en reconocernos frágiles, que somos hechos por Dios y Él tiene la última palabra de todo”.
Para el sacerdote, al ser la envidia un pecado que nace en el pensamiento, en el interior, y que muchas veces es manifestado con palabras y acciones, lo primero que se debe hacer es identificarlo.
“Lo primero que debemos hacer es identificar desde nuestro interior si estoy pecando de envidia. Una penitencia puede ser profundizar identificando qué o quién es lo que causa esa envidia, concretamente, qué realidad o qué ingratitud la causa”, dijo.
Añadió que una verdadera penitencia sería el asumir la propia realidad y trabajarla, siendo agradecidos con Dios, con la familia y con la misma vida por lo que se es y se tiene.
Examen de conciencia
El tiempo de la Cuaresma, dijo el padre Víctor, es un tiempo muy bello y de gracia que inició con el evangelio que narra cuando Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu.
“Como creyentes, como discípulos de Jesús, también somos llevados al desierto por este mismo espíritu que tenemos en el interior y somos llevados con la finalidad de purificarnos, de retomar nuestra vida de gracia y tener una vida más radical con todas las prácticas y penitencias para encontrarnos con Cristo, muerto y resucitado, el día de la Pascua”, finalizó.
Como preguntas para identificar el pecado de la envidia y llevarlo al confesionario, el padre Víctor enumeró:
¿Qué realidad o qué persona concreta suscita en mí un sentimiento de envidia y por qué así sucede?
¿Cómo considero que es mi gratitud para con Dios por mi vida, lo que tengo, lo que he logrado?
¿Cómo puedo crecer en gratitud y humildad para vencer el sentimiento de la envidia?.
Santo Tomás de Aquino y el estudio de la envidia
La temática de la envidia es contemplada por Santo Tomás de Aquino en la II-II, qq. 23-46 de la Suma Teológica, en el tratado de la virtud teologal de la caridad.
Santo Tomás compara la envidia a una polilla que corroe ocultamente las túnicas, pues dilacera el amor y, por esto, deshace la unidad (Catena Áurea. In Matt. 6,14).
Nos advierte que:
*La envidia quema y tortura: «torturados de envidia, quemados de envidia» (Catena Áurea. In Mt cp 21 lc 4).
*La envidia es ciega: «Afectados por la ceguera de la envidia» (Mt 21 lc 1).
*La envidia muerde: «Algunos estaban mordidos de envidia» (Mt, 20).
*La envidia duele: «Hay ciertos pecados que son dolores, como la acedia y la envidia» (In IV Sent. D 17, q 2. a 1, 5).
La envidia en el ámbito de la Teología Moral
Hay que recordar que Santo Tomás seguía el orden de las virtudes teologales y morales, mostrando su subordinación e interconexión. Estas virtudes él las veía como funciones de un mismo organismo espiritual, funciones apoyadas por los siete dones del Espíritu Santo que son inseparables de la caridad.
Para Santo Tomás, la teología moral es primeramente una ciencia de virtudes a ser practicadas y, solo secundariamente, de vicios a ser evitados. Esto es algo mucho mayor que la simple casuística o la mera aplicación de los casos de consciencia.
Dónde nace
La teología moral está identificada con la vida espiritual, con el amor de Dios y la docilidad al Espíritu Santo, pues es la virtud de la caridad que anima e informa todas las otras virtudes. Es por esto que Santo Tomás, solo después de demostrar lo que es la virtud de la caridad, pasa a analizar los vicios que le son opuestos. Solo entonces comienza a tratar sobre la envidia. Para Santo Tomás, la envidia nació con el primer pecado cometido por los Ángeles que se revelaron contra Dios.
Los ángeles malos solo pueden haber cometido aquellos pecados a los cuales se inclina su naturaleza espiritual. Pero la naturaleza espiritual no se inclina a los bienes propios del cuerpo y sí a los que pueden encontrarse en las cosas espirituales, ya que nada ni nadie se inclina sino a lo que, de algún modo puede estar de acuerdo a su naturaleza. Después, cuando alguien se apega a los bienes espirituales no puede pecar a no ser dejando de observar la regla del superior. Y en no someterse a la regla del superior en aquello que es debido, consiste precisamente el pecado de soberbia. Por tanto, el primer pecado de los ángeles malos no puede ser otro sino el de la soberbia (Suma Teológica, I, q. 63, a. 2).
Pecado espiritual
Es claro en la doctrina tomista que el primero y principal pecado es el orgullo o soberbia, pues es un pecado del espíritu. Solo la soberbia y la envidia son pecados puramente espirituales, por tanto, del ámbito posible de los demonios:
Sin embargo, por consecuencia, hubo en ellos también el pecado de envidia. En efecto, la misma razón que posee el apetito para desear una cosa, la posee para rechazar lo contrario. Por eso, al envidioso le duele el bien de otro, pues juzga ser el bien ajeno un obstáculo al propio. Pero el bien del otro no puede ser considerado como un impedimento al propio bien que deseaba el ángel malo a no ser porque quería una grandeza única, que quedaba eclipsada por la grandeza de otro. Es así que después del pecado de soberbia surgió en el ángel prevaricador el mal de la envidia, porque no podía soportar el bien del hombre y el de la grandeza divina, una vez que Dios se sirve del hombre para su propia gloria. (Gaudium press)