El obispo responsable de la Dimensión de Vida en la Conferencia del Episcopado Mexicano reflexiona con Presencia sobre la situación de la violencia en México…
Ana María Ibarra
Consciente de que la violencia no da tregua a la nación, sino que, “es como una ola que no se logra detener”, monseñor Jesús José Herrera Quiñones, obispo de la Diócesis de Nuevo Casas Grandes y responsable de la Dimensión de Vida en la Conferencia del Episcopado Mexicano fue entrevistado por Periódico Presencia, sobre la situación actual de violencia en México.
La violencia sigue desatada, igual o peor que en sexenios anteriores ¿A qué podemos atribuir esta realidad en México?
Tenemos que recordar que esto no nace de un día para otro. Es una realidad que se viene arrastrando desde siglos. Desde que se introdujo el mal y el pecado en el mundo se inició la violencia. Recordemos esa relación de Caín y Abel. A partir de ahí podemos descubrir que el ser humano, muchas veces cuando no logra alcanzar sus metas, sus objetivos, sobre todo cuando estas metas y estos objetivos están fuera de control en su propia vida, recurre a la violencia. Siempre tenemos que trabajar ese aspecto en nuestras vidas. Una violencia que podemos descubrir en las relaciones humanas, en el matrimonio, en la familia, hasta llegar a esta violencia generalizada que fuertemente está trastocando el núcleo de la sociedad. Cuando hablamos de esta violencia provocada, ahora por el crimen organizado, que poco a poco es como una ola que va y viene, empieza en un lugar, termina en otro, va recorriendo los Estados, los municipios, se regresa, pero ahí está, es como una ola que no se logra detener. La violencia indudablemente primero que nada está en el corazón del hombre, en el corazón del ser humano, que no ha sabido descubrir para qué fue creado. Hemos sido creados para el amor, para la comunión, para la fraternidad. Esta violencia se va institucionalizando, descubrimos que hay grupos que se dedican a violentar, que se ha perdido la sensibilidad por la dignidad del ser humano. Y esta violencia inicia desde el momento en el que el hombre es concebido en el vientre materno y se le busca expulsar a través del aborto. Y continúa a través de las distintas etapas del ser humano. Encontramos violencia contra los no nacidos, contra los niños y las niñas, violencia contra la mujer, contra los migrantes; violencia intrafamiliar, incluso -cuando las leyes quieren favorecer la eutanasia- contra los enfermos y las personas adultas. Entonces esta es una violencia generalizada. Claro que, ahora en la situación que estamos viviendo en nuestro país, la miramos más con relación a aquella violencia de los desaparecidos, los muertos a causa del narcotráfico, de los grupos organizados, que de repente es lo que puede impactar más, pero tenemos que darnos cuenta de que, como seres humanos, como cristianos, tenemos que saber valorar nuestra dignidad humana, tenemos que estar en una lucha permanente y constante contra todo tipo de violencia.
¿Qué es lo que considera más grave en esta realidad de violencia que se vive en México?
Lo más grave es la pérdida de la dignidad humana. Es una realidad, pudiéramos llamarla antropológica, en el sentido de que hoy cada vez se va perdiendo más de vista la grandeza y la dignidad de la persona. Porque si vemos que fácilmente un determinado grupo se jóvenes los desaparecen, les quitan la vida, se les encuentra muertos o no se les encuentra, estamos viendo que, en los últimos años, esta violencia se ha encarnizado más y todo eso es por esa pérdida del sentido del valor de la vida, pero, ante todo, pérdida de la dignidad que cada persona tiene. Si verdaderamente hubiera políticas en nuestra sociedad que fortalecieran más esta grandeza del ser humano, podría amortiguar todo este tipo de violencias que se están dando y que nos duelen. El saber que hay desaparecidos, tráfico de órganos, tráfico de niños y de niñas, que hay feminicidios. Todo eso es porque nos hemos olvidado de la dignidad y de la grandeza que el ser humano tiene y que se le debe de respetar.
¿Cuál es el balance que hace en cuanto al tema de seguridad en este sexenio?
Nuestras autoridades y aquellos que tienen la tarea de gobernarnos, indudablemente se encuentran con un gran reto. Un reto muy grande, muy fuerte. Pienso que a lo mejor pueden estar haciendo su esfuerzo quienes están al frente de estas organizaciones que deben de cuidar a los pobladores. Pero qué importante es que se den cuenta de que cuando las estrategias no funcionan o no responden a la realidad que se está viviendo, tienen que tener la capacidad y la gran humildad para reconocer que necesitan encontrar nuevos caminos. Vemos con tristeza de que lo más fácil es negar la realidad. Pero nosotros, los obispos, los sacerdotes que andamos en las comunidades, en los pueblos, en las parroquias, nos encontramos con las familias que tienen desaparecidos, que tienen personas a las que han asesinado, y nos damos cuenta de que la realidad es distinta. Quienes nos gobiernan pueden decir que todo está bien, o que todo está en control, pero en la realidad y en la práctica no es así. Hemos visto con tristeza como el Gobierno Federal se ha resistido a saber mirar con ojos más críticos incluso las posturas que ellos mismos toman y tienen. Esta es la realidad que vivimos y así lo estamos experimentando. La violencia existe, la violencia está, es una violencia cada vez más fuerte. Nuestras comunidades, nuestros pueblos, muchos de ellos están gobernados por los grupos del crimen organizado. En Chihuahua, por ejemplo, tenemos municipios donde no hay policía municipal y la policía estatal difícilmente puede asumir un compromiso de cuidar y de proteger. Simplemente en eso nos damos cuenta… negar esto es como ponerte una venda en los ojos y no querer ver.
¿Qué proponen los obispos, y en este caso, la dimensión que usted encabeza para revertir esta cultura de muerte?
Los obispos, desde el Episcopado Mexicano junto con la Unión de los Jesuitas y las comunidades religiosas, desde que asesinaron a los padres en la Sierra Tarahumara se empezó a trabajar dos cosas fundamentales. La primera fue la oración. Se nos invitó a todo el pueblo de Dios a orar al Señor, que es el principio y fundamento de todo, pidiendo la paz para nuestra nación, para nuestros pueblos. Y, en segundo lugar, a través de los conversatorios por la paz que se han seguido promoviendo no solamente a nivel parroquial, sino decanal, a nivel de grupos diocesanos y a nivel nacional, y en diálogo que han tenido los obispos con los empresarios. Ahora en septiembre habrá un encuentro en Puebla buscando precisamente estrategias para ofrecer esta posibilidad a quienes nos gobiernan de crear esos lazos para encontrar caminos de paz. La Iglesia siempre busca ofrecer, sumarse. Tiene una tarea de saber denunciar las cosas cuando no están bien, pero también tiene una tarea de sumar y de buscar caminos que puedan lograr esta reconciliación con todos en estos caminos de paz.
¿Este trabajo ya ha tenido algún impacto en las diócesis?
Claro que sí. Por ejemplo, sobre todo el impacto es más en relación con las familias, con las personas concretas que a través de estos conversatorios por la paz logran liberarse y expresar sus tristezas, sus preocupaciones, sus temores, su dolor, pero también sus esperanzas. Es una parte muy importante, porque eso no lo hace el Gobierno, no puede hacerlo, no llega hasta allá, no puede llegar. Entonces, nosotros tenemos una tarea de cercanía con toda la gente. Esperemos que estos encuentros a nivel nacional logren dar un fruto más práctico y que nuestras autoridades se abran para saber escuchar.
Algo más que desee agregar.
Todos estamos llamados a poner nuestro granito de arena, a trabajar por la paz, sobre todo, orando. No hay que dejar de orar por la paz. En segundo lugar, debemos crear nosotros mismos en nuestras relaciones humanas estos cauces de paz. Importante será que no descuidemos la formación de nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes en este camino de paz. Hubiera sido muy bueno que los nuevos libros de texto gratuitos de la Secretaría de Educación Pública hubieran puesto mucha más atención en estas realidades que estamos viviendo como es la violencia y la necesidad de la paz. La paz se construye desde esa experiencia que cada uno de nosotros debemos de tener en la justicia y en el amor y en la fraternidad. Por eso hay que respetar la vida de todos desde la concepción, pasando por todas las etapas de la vida del ser humano, hasta la muerte natural. Así es que es una invitación para todos.