La tradición cristiana nos dice que San Miguel Arcángel es uno de los siete arcángeles y está entre los tres cuyos nombres aparecen en la Biblia. Los otros dos son Gabriel y Rafael. La Santa Iglesia da a San Miguel el más alto lugar entre los arcángeles y le llama “Príncipe de los espíritus celestiales”, “jefe o cabeza de la milicia celestial”. Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios contra el demonio y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento.
Pbro. Nicolás Schwizer / Instituto de los Padres de Schoenstatt
El 29 de septiembre, con la Iglesia recordamos la fiesta de los tres Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
¿Quién es San Miguel? Sabemos que antes que existiera nuestro mundo, Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Pero ellos se dividieron en dos bandos – unos fieles a Dios y otros rebeldes en contra de Él. Y entonces se inició una batalla terrible en el cielo: por un lado, San Miguel y sus ángeles y, por el otro lado, Lucifer o Satanás con sus secuaces. Vencieron Miguel y sus ángeles fieles y arrojaron al diablo y a los suyos al infierno.
Y desde entonces, Satanás y sus secuaces buscan contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Por eso, cada uno de nosotros es un campo de lucha en que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.
¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Estamos entre las dos fuerzas y de ambas llevamos algo dentro de nosotros. Siempre habrá lo bueno en el hombre, porque Dios esta actuando continuamente. Pero también habrá lo malo dentro de él, porque también el diablo está actuando permanentemente.
Mal que lo denuncia
Pero pasa que el mundo moderno ya no cree en el demonio. Él ha conseguido realizar en nuestros días su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia.
En contra de estas tendencias modernas, pienso que tenemos que tomar muy en serio la presencia y el poder del demonio. Porque creo que existe una prueba evidente de la existencia del demonio: que la presencia y la acción del mal en nuestro mundo sobrepasa mucho la capacidad y la maldad de los hombres que la realizan.
Existe en la actividad del mal en nuestro mundo, algo tan bien organizado, que denuncia irremediablemente a su autor, el demonio.
Probablemente también cada uno de nosotros hemos sentido ese tremendo poder del mal que trabaja en nosotros y que en determinados momentos irrumpe en nuestra vida. ¿Quién de nosotros nunca se ha sentido asombrado al ver de lo que era capaz, de lo que llegaba a pensar, a desear o hacer?
Y así nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos. En realidad, fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados.
El Padre del pecado
La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados. Todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo.
Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio. Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!
Pero nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros. Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También la Santísima Virgen, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello.
Misión de san Miguel
Y allí entra entonces nuestro patrono, San Miguel, con sus ángeles. Los ángeles, sobre todo nuestros ángeles custodios, son nuestros grandes amigos y compañeros en el camino de la vida. Son los enviados de Dios, para así sentirnos, ayudarnos, aconsejarnos y protegernos en nuestra lucha diaria contra el mal. Nos dan fuerza y ánimo en momentos de tentación o desesperación, nos consiguen la gracia de Dios cuando la necesitamos y nos guían en nuestro camino hacia la perfección cristiana.
Por todo esto, hemos de tomar muy en serio a los ángeles, su presencia y ayuda en nuestro caminar cotidiano. Sólo con su protección podremos resistir y rechazar los ataques del demonio. Hemos de confiarnos mucho más a ellos y a su conducción. Pero, ¿quien de nosotros piensa en los ángeles, les reza o se encomienda a ellos?
En esta fiesta en que recordamos a nuestro gran patrono San Miguel, queremos ponernos de nuevo en sus manos y en las manos de sus ángeles, nuestros fieles compañeros y protectores, para que nos guíen en nuestro caminar hacia la casa del Padre, hacia el corazón de Dios.
Oración a la invocacion de San Miguel Arcángel del Papa León XIII
San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la lucha,
sé nuestro amparo
contra la perversidad y las
asechanzas del demonio;
que Dios manifieste sobre él su poder
es nuestra humilde súplica;
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial,
con la fuerza que Dios te ha conferido
arroja al infierno a Satanás
y a los demás espíritus malignos
que vagan por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén.