La Virgen de Guadalupe ha sido el símbolo más sólido de la mexicanidad y la compañera inseparable de la nación.
Alfredo Arnold/ UAG
De la caída de Tenochtitlán a las apariciones del Tepeyac transcurrieron tan sólo diez años, tiempo insuficiente para que los españoles y los indígenas hubiesen comprendido los hechos trascendentales que ocurrieron en esa década y de los que ellos mismos fueron protagonistas.
A partir del Descubrimiento de América todo sucedió muy rápido: en 1492 Colón pisó por primera vez tierra americana, en una isla a la que llamó San Salvador; en 1519 Cortés desembarcó en Veracruz; en 1521 se rindió el imperio azteca, y en 1531 la Virgen de Guadalupe apareció en el Anáhuac. Su llegada dio sentido a todos estos sucesos, que transformaron el mundo.
Desde entonces, la Virgen de Guadalupe ha sido no únicamente el símbolo más sólido de la mexicanidad, sino la compañera inseparable de la nación en los capítulos más relevantes de su historia, y la madre espiritual a la que diariamente acuden millones de mexicanos en busca de protección y consuelo.
El mestizaje
El escenario de Mesoamérica en 1531 tendría que haber sido más que confuso, deplorable. Para entonces habían declinado los grandes pueblos prehispánicos, como los olmecas, cuicuilcas, zapotecas, teotihuacanos y toltecas. Algo quedaba de aliento entre los mayas, pero los poderosos mexicas estaban derrotados.
Los conquistadores tampoco la pasaban muy bien. Hernán Cortés se debatía entre la animadversión de sus coterráneos en la metrópoli, la responsabilidad de gobernar a un pueblo desconocido y el ansia de extender su dominio hacia el norte del territorio.
La presencia de la Iglesia era escasa. Había tres dominicos, a los que en 1524 se unieron doce franciscanos. Eran pocos, aunque ciertamente dotados de virtudes excepcionales. Entre ellos se encontraban Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, Juan de Zumárraga y Toribio de Benavente (Motolinía).
En 1525 se creó el primer obispado de la Nueva España, a cargo de fray Julián Garcés, aunque se erigió en Tlaxcala, no en la capital, y apenas en 1530 nació el primer Arzobispado de México, bajo el mando de Zumárraga, a quien precisamente la Guadalupana dirigió su mensaje a través de Juan Diego.
El gobierno estaba en pañales. Si bien Cortés había recibido de la Corona el título de Capitán General de la Nueva España y eso tal vez lo tenía más tranquilo, hasta 1535 no entró en funciones el primer virrey, Antonio de Mendoza.
A lo anterior hay que agregar las epidemias que diezmaron a la población, sobre todo la indígena. Y ni hablar de los problemas políticos por los que atravesaba Europa, entre ellos la división religiosa provocada por Martín Lutero.
Nacimiento de una nueva raza
Todo esto conformaba un cuadro del que lo último que podía esperarse era el nacimiento de una nueva raza, de comunidades pacíficas y trabajadoras, una ciudad de palacios, artistas, arquitectos y escritores inconmensurables, como efectivamente ocurrió posteriormente. Por lo tanto, a 39 años del Descubrimiento y diez de la Conquista, lo único que puede explicar la conexión y el admirable funcionamiento de tantos factores humanos que al principio fueron terriblemente adversos es la intervención divina por medio de la Virgen de Guadalupe.
“La historia que refería la aparición de la Madre de Dios no daba lugar a dudas: era aceptada y respetada por todos los estratos sociales. La imagen de la Virgen Morena se ganó el corazón de los criollos, mestizos e indios. La devoción a la Guadalupana se desarrolló de manera natural y fue en aumento a partir de 1531”, cita el historiador Alejandro Rosas.
“La imagen de María de Guadalupe se convertiría en el puente para unir las dos sangres fundadoras, la española y la indígena, para más tarde acoger a todos, africanos y asiáticos y sus múltiples mezclas. Guadalupe es la primera mestiza” (México. Su tiempo de nacer. Fomento Cultural Banamex).
Nace una Nación
La presencia guadalupana se manifestó de nuevo con gran fuerza durante el movimiento de Independencia. El mismo día del “grito” de Dolores, el domingo 16 de septiembre de 1810, un cuadro de la Virgen de Guadalupe fue descolgado de su lugar en el santuario de Atotonilco (Guanajuato) y tomado como estandarte por los primeros insurgentes, quienes al mando de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende se trasladaban a San Miguel el Alto. La Virgen Morena fue la insignia insurgente en la lucha por la independencia. José María Morelos fue uno de los jefes más devotos.
“Los principales caudillos de la emancipación: Miguel Hidalgo, Ignacio López Rayón, José María Morelos y Agustín de Iturbide fueron devotos de la Guadalupana, y así lo demostraron en las sucesivas etapas del movimiento independista” (México. Su tiempo de nacer).
Posteriores tiempos convulsos requirieron de los católicos mexicanos el acompañamiento personal de la Virgen de Guadalupe. Esto ocurrió durante la persecución religiosa desatada por la “ley Calles”, episodio más conocido como Guerra Cristera, de 1926 a 1929; esa guerra, por cierto, produjo la mayor cantidad de mártires y santos mexicanos en toda la historia.
Mestizaje, independencia, defensa de la fe y de la Iglesia. El guadalupanismo es la sangre que corre por las venas de la nación mexicana desde sus cimientos hasta nuestros días.
Nuestra Señora de Guadalupe: Rumbo al medio milenio
En 2031 se cumplirán 500 años de las apariciones guadalupanas. Para ello, los obispos de México han presentado un proyecto global de pastoral bajo el título “Hacia el encuentro de Jesucristo Redentor y bajo la mirada amorosa de Santa María de Guadalupe”.
La Virgen de Guadalupe está llamada a ser la nueva evangelizadora, ya no únicamente de México sino de toda América Latina. Por lo tanto, la cercanía del medio milenio de las apariciones es una excelente oportunidad para avanzar en la comprensión de su mensaje, vivo y vigente.
“Un estudio integral de la visión sagrada de los pueblos mesoamericanos de entonces (siglo XVI) [muestra que] a pesar de todo se sostuvo y se fundió con la fe cristiana, al grado de serle un elemento aglutinante, intrínseco, principal y que sigue vivo, tanto en la inculturación del cristianismo como en los modos peculiares como acá se fusionó a la cosmovisión católica”, e hizo que aquellas culturas se alejaran de la hegemonía mexica y abrazaran la española, propone De Híjar Ornelas.
El trayecto hacia el medio milenio de las apariciones también es una oportunidad para acrecentar la fe popular que se manifiesta cotidianamente, en especial cada 12 de diciembre en todos los santuarios guadalupanos, y para ahondar cada vez más en una fe profunda, transformadora, acorde con el mensaje de la Virgen Morena.
“Siempre es Jesús el centro del acontecimiento guadalupano”, afirma el Pbro. Eduardo Chávez, canónigo de la Basílica de Guadalupe. “La Virgen hace esa perfecta inculturación en medio del pueblo indígena, tomando a Jesús y poniéndolo en lo más profundo del ser humano. Y lo sigue trayendo como en aquel momento único y trascendente”, añade el también director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos.
“Para nuestro mundo es muy importante en esta época todo lo que es el acontecimiento guadalupano, porque precisamente la Virgen de Guadalupe trae armonía, paz, justicia, amor… toma a aquel hombre que tiene violencia en su corazón, el hombre traidor, criminal, que desgraciadamente se destruye y destruye al ser humano y a este mundo y lo lleva a Jesucristo para que lo sane y lo salve”, concluye el padre Chávez.
Colofón
Así se trate de algo monumental, el acontecimiento guadalupano no queda solamente en la historia. No es cosa del pasado, se mantiene vivo y será un elemento esencial para reordenar en México, en América Latina y el mundo, el andamiaje de una sociedad desorientada, confrontada, aparentemente satisfecha, pero en el fondo ávida de reencontrarse con la justicia y la paz que sólo pueden alcanzarse con el acompañamiento divino.