P. Adrián Flores
El Evangelio del día de hoy nos relata la dificultad de un apóstol de Jesús para creer en la resurrección. Tomás, no había tenido la oportunidad ni de ver la tumba vacía, ni de haber estado presente en el momento en que Jesús se le apareció a todos los apóstoles por vez primera, lo único que había escuchado era que la tarde del primer día de la semana Jesús en carne y hueso se había aparecido en medio de sus hermanos. Sin embargo, a Tomás le hacía falta hacer la experiencia personal del encuentro con el resucitado. Para Tomás, como para muchos de sus y de nuestros contemporáneos el hecho de que alguien pudiese volver a la vida es imposible. Lo que necesitaba Tomás era comprobarlo por sí mismo. Quería tocar, quería sentir, quería estar convencido de que su amigo, de que aquel que se decía la Verdad y la Vida, estaba verdaderamente vivo. Pasaron ocho días, y el domingo después de la Pascua de nuevo todos reunidos a puerta cerrada, incluyendo al apóstol que dudaba, se les apareció Jesús resucitado dándoles la Paz. Tomás creyó inmediatamente después de haber visto a Jesús y de haber escuchado sus palabras: «Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando sino cree». Sus dudas se despejaron al ver cómo aquel que había sido clavado y traspasado había vencido las tinieblas de la muerte, y que si alguien había podido vencer la violencia y la muerte era la prueba de que para Dios nada es imposible.
El sufrimiento y la muerte del inocente ya no son un obstáculo para creer en Dios. Con la resurrección Dios responde al grito desgarrador de la humanidad: «Yo soy el Dios de la vida, no dejaré que la tumba reclame tu existencia para siempre». Incluso nuestra fe en la resurrección, aunque sea muy pequeña, frágil y tambaleante es sostenida por la grandeza, la fuerza y la firmeza del amor de Dios. Creer en Jesús resucitado es posible, Él sabe que nos cuesta, pero no deja de venir a nuestro encuentro para hacernos testigos de su resurrección.
Este evangelio había sido escrito principalmente para aquellos que debían de ser bautizados y que se adentraban a los misterios de la fe. Por lo tanto, la experiencia de Tomás puede iluminarnos a todos los que queremos encontrarnos de manera más profunda con el resucitado. Si leemos con atención el evangelio, nos podemos dar cuenta de que cuando el evangelista nos habla de Tomás, lo llama el mellizo. Esto significa que Tomás tiene un hermano gemelo, ¿quién es ese gemelo? Muchas interpretaciones de este evangelio nos invitan a ver en esa imagen del mellizo a nosotros mismos. Nosotros somos como Tomás, tampoco hemos visto la tumba vacía y solamente hemos escuchado de otros que nos dicen : «hemos visto al Señor». Pudiéramos creer o no creer, pudiéramos confiar o no en el testimonio de aquellos que han recibido la paz del resucitado, de aquellos que lo han visto y que han dejado que Él toque su corazón. Pero es cierto, si no hacemos la experiencia del resucitado por nosotros mismos, es muy difícil que creamos.
En estos tiempos tan particulares que nos está tocando vivir se nos puede hacer más difícil creer en la resurrección de Jesús. Sin embargo, Jesús está vivo y Él sigue manifestándonos su presencia en medio de nosotros, de manera discreta, sencilla, casi imperceptible. Jesús resucitado nos muestra sus heridas como el signo de su resurrección. Jesús ha hecho suyas las heridas de nuestra humanidad. Nuestros dolores, sufrimientos, luchas, desesperaciones, angustias, nuestro pasado, la inquietud de nuestro futuro, la ansiedad, etc… todo esto, Jesús resucitado lo lleva consigo para mostrarnos que Él ya ha vencido a la muerte y que una vida plena nos espera más allá de nuestras esperanzas, más allá de nuestros anhelos. Busquemos a Jesús en nuestra oración, en el encuentro con el otro, con aquellos que compartimos nuestro encierro; busquemos al resucitado en aquellos a los que podamos ayudar con nuestra solidaridad; busquemos al Dios de la vida maravillándonos por cada día nuevo que nos da. En lo pequeño, ahí está Jesús queriéndonos llenar de su paz y de su alegría. Hoy más que nunca las palabras de Jesús encuentran todo su sentido: « Dichosos los que creen sin haber visto ».