Protagonizar una Revolución de la gratitud y el cuidado y ser signos de esperanza para los ancianos es el llamado que hace el Papa León XIV en su mensaje para la Jornada Mundial de los Abuelos. Aquí algunos ejemplos:

Ana María Ibarra
En la diócesis local existen personas que son estos signos y se han convertido en “protagonistas de la ‘revolución’ de la gratitud y del cuidado”, pues han comprendido que “atender a los ancianos es una forma de dar esperanza y dignidad a quien se siente olvidado”.
A pesar de las propias carencias y del cansancio, estas personas trabajan “por un cambio que restituya a los ancianos estima y afecto”, tal y como también pide el mensaje que este año el papa quiso lanzar para impulsar el cuidado a los abuelos y las abuelas del mundo, como testigos de esperanza.
Aquí sus testimonios.
Vive primer mandamiento
Desde hace tres años Joaquín sintió el deseo de apoyar a los más necesitados y pensando en los ancianos del Asilo Senecú decidió acudir, ya que le habían comentado que en ese lugar se encontraba un conocido suyo.
“Fui un día cerca de las once de la mañana y pregunté por una persona ya que supe que estaba internado ahí. Esa mañana estaba la madre de Sandra, la madre Palmita y la madre Socorro, quien en ese momento era la encargada. Me comentaron que la persona falleció. Platicando con las madres les comenté que quería ayudarles de alguna manera”, recordó Joaquín.
En ese momento la madre Socorro le hizo una entrevista para conocer su interés de apoyar en el asilo.
“Le expliqué mi deseo de hacer una obra de caridad. Me reporté un sábado a las 8:30 de la mañana y me puse a la disposición de ellas. Lo primero que me pidieron hacer fue trapear, después ayudé en la cocina a lavar los trastes. Les ayudaba en lo que necesitaban”, explicó.
Con estos sencillos trabajos Joaquín se adentró al servicio en el asilo. Poco después le solicitaron el mantenimiento del edificio y jardinería.
“Esos trabajos pueden pasar desapercibidos, pero cuando no barres, se junta la basura. Así empecé, poco a poco, hasta que deciden que lo mío es dar mantenimiento. Pero hacía lo que me decían las madres”, mencionó.

Ir más allá
Aunque Joaquín se dedicaba solo a realizar su servicio de mantenimiento, se dio cuenta que los ancianitos del asilo lo conocían bien, pues los escuchaba contar a los familiares sobre él.
Después empezó a acercarse a ellos.
“Vivir ese momento de servicio como un acto de misericordia me llevó a unirme a los dolores que padecen muchos de ellos esperando al hijo que nunca va a visitarlo. Me di cuenta del dolor que sufren. La caridad no es simplemente ir y hacer lo que me pidan, sino escuchar a los abuelos y darles una palabra de motivación, de esperanza”, señaló.
Joaquín fue conociendo un poco más acerca de la vida de los huéspedes creando empatía, aunque también recibió regaños de algunos.
“Supe por las madres de las enfermedades que padecen algunos. Otros traen desesperanza o amargura. Está don Gilberto Seseña quien atiende la puerta y siempre dice: de aquí nos vamos al cielo. Y me quedé con esa frase”.
Conocer las historias de los abuelitos y no haber tenido la experiencia de convivir los suficiente son sus abuelitos lo hizo sentir un cariño recíproco.
Llamado a la caridad
Para Joaquín, este servicio le trajo muchas enseñanzas, pues fue conociendo la historia de la congregación, del asilo y la vida de monseñor Baudelio Pelayo, fundador de las Hermanas Misioneras de María Dolorosa.
Por otra parte, el entervistado se sintió fuertemente atraído por la Virgen Dolorosa, hasta sentir que fue ella quien lo llamó a vivir la virtud de la caridad en ese recinto.
“Dios me llamó, por intercesión de María Santísima a vivir esta obra de caridad. Jesús nos dejó los mandamientos, y de ellos el más importante: amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. En ese momento de practicar la caridad, sin saberlo, me estaba donando a esas personas, varias de quienes, me di cuenta, fueron abandonadas”, dijo.
Ahora, Joaquín se encuentra apoyando en la casa de retiro de las Hermanas Misioneras de María Dolorosa situada al fondo de la Casa de Espiritualidad.
“Ahora que me ha tocado conocer a las religiosas de mayor edad me doy cuenta de que entregaron su vida en la comunidad y a las personas se les ha olvidado lo que ellas hicieron y no las visitan”, lamentó.
Por ello invitó: “Invito a todos a que den un poco de su tiempo. Hay que amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a nosotros mismos y estos ancianitos son nuestro prójimo. Un llamado también a los sacerdotes, porque hay muchos abuelitos que desean la Confesión. Debemos saber que en algún momento podemos estar en esa situación”.


































































