En abril de 1760, el obispo de Durango, Pedro Tamarón y Romeralrealizó una visita pastoral a las misiones del norte de la Nueva Vizcaya. Primero fue a Sonora, pasando por Janos, Chihuahua, para ir entonces rumbo al Nuevo México. A la luz de los conflictos entre el clero secular y regular a lo largo de casi toda la historia virreinal, esta visita no es un hecho irrelevante. La edad de las misiones, y la escasez de sacerdotes seculares, resultaban que Tamarón visitara misiones que, en muchos aspectos, se consideraban prácticamente parroquias, ya que servían a las poblaciones indígenas cristianas, pero también a colonos y militares. Recordemos que la obra principal de una misión era la evangelización de los nativos. Primeramente visitó las misiones Jesuitas en Sonora y quedó muy impresionado por su orden, limpieza y riqueza. Los Jesuitas evangelizaron la Sierra Tarahumara, Sonora y Sinaloa. Los Franciscanos fueron los primeros misioneros en la Nueva España, enviados por el propio rey Carlos V y en nuestra región evangelizaron las planicies desérticas. Tamarón testificó como los franciscanos y los Jesuitas, apoyados por la Corona y por la sociedad novohispana, lograron que la mayoría de las misiones tuvieran suficientes ornamentos, imágenes y vasos sagrados. La historia de la arquitectura franciscana y jesuita, es un relato lleno de contradicciones y paradojas en México en el cual contrastan los ideales de la extrema pobreza evangélica con las exigencias prácticas del culto divino, la convicción de que no había gasto excesivo tratándose de la casa de Dios.Algunos de estos interrogantes más interesantes en materia de arte sacro de los franciscanos y jesuitas giran precisamente, en torno de sus concepciones sobre las necesidades del culto en diferentes momentos y contextos. Los franciscanos usaban principalmente en sus templos la Cruz y a la Virgen. Los Jesuitas usaban variadas imágenes de santos y ricas manifestaciones como pinturas y ornamentos variados.
Las construcciones monumentales más antiguas de todo el norte son las iglesias franciscanas del Nuevo México, levantadas por los frailes antes de la rebelión de los pueblos de 1680.No queda casi nada de los adornos de esta primera época, pero la documentación deja claro que se trataba de objetos de primera línea, llevados del centro del virreinato y también algunos de producción local, como la pintura mural y las pinturas sobre pieles.Gracias al contrato que se hizo entre los franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio y el Virrey Marques de Cerralvo en 1631, que especificaba lo que se enviaría a los misioneros de la Custodia de la Conversión de San Pablo en Nuevo México, a la que pertenecía nuestra Misión, sabemos que cada nueva misión recibía, entre otras cosas, “un ornamento de damasco chino” con todas las piezas de vestuario litúrgico complementario, un frontal, tres manteles, (uno bordado), corporales, un misal, un cáliz de plata, con su copa y patena dorada, una campana pequeña y otra grande, un par deciriales de madera dorada, un par de candeleros, un crucifijo de bronce, y una pintura de oleode un santo de tres varas de alto (250 centímetros), con marco dorado. El contrato también enlista varias herramientas, instrumentos musicales, y objetos litúrgicos, que serian compartidos por mas de una misión. Cada tres añosse enviabanotros bienes y herramientas a los misioneros. Se ha calculado que entre 1609 y 1680, fecha de la rebelión de los pueblo, el gobierno virreinal erogómás de un millón depesos en el establecimiento y manutención de las misiones de Nuevo México. Los franciscanos tuvieron un papel relevante en la difusión del culto de la Virgen de Guadalupe en el norte. La Misión de los Indios Mansos del Paso del Norte de 1659 (hoy Ciudad Juárez) fue una de las primeras en todo el septentrión con esta advocación; también está Guadalupe Teuricachi, Sonora establecida hacia 1642 por los franciscanos.Se sabe de la presencia de un lienzo de la Guadalupana en la Misión juarense en 1668, parece que aunestaba allí en 1968 y después no se sabe de su paradero.