Brasil y México –los dos países con el mayor número de católicos del mundo—encabezan la lista de la desigualdad en el ingreso, y por tanto, la lista de los países más injustos del planeta. De hecho, nuestra América Latina es la porción del mundo más desigual de todas.
En América Latina, solamente una quinta parte de la población posee la mitad de la riqueza de la región, mientras que el 20 por ciento de la población más pobre posee el cinco por ciento de la riqueza total de nuestros países.
Gravísimo; unos cuantos son dueños de todo; muchos millones no son dueños de nada.
Un poco más de números. En América Latina —el llamado “continente de la esperanza” por el próximo santo Juan Pablo II— los hombres más ricos captan en promedio casi 50 de los ingresos, en tanto que los más pobres reciben sólo el cinco por ciento: 164 millones de personas viven en situación de pobreza (66 millones de ellas en pobreza extrema) y 113 latinoamericanos están en la lista de las personas multimillonarias del mundo, de modo que sus fortunas bastarían para que al menos 25 millones de latinoamericanos salieran de la pobreza.
Nada más estos 113 multimillonarios latinoamericanos (65 brasileños, 16 mexicanos, 12 chilenos, 8 peruanos, 5 argentinos, 4 colombianos, y 3 venezolanos) suman en conjunto una fortuna de 438 mil millones de dólares.
Es un estigma que, como católicos, no podemos permitir. Si trabajamos para que los otros vivan bien, si tenemos el orgullo por ser iguales y por decirnos hijos de Dios, no podemos estar alabando a Jesús el Domingo de Ramos y crucificándolo el siguiente viernes de la Pasión. No podemos decir que amamos al prójimo si no hacemos todo lo que está en nuestras manos para eliminar su dolor.