Ana María Ibarra
Cada año la Iglesia nos invita a participar de la Resurrección de Cristo no sin antes morir a aquello que cada persona reconoce después de una introspección.
Para la terapeuta Nelly Murillo, su resurrección personal es un proceso constante que la lleva a construirse personalmente para, con su acompañamiento, ayudar a otros a una nueva vida después de un proceso de duelo.
Servir a los demás
Consciente de que no hay resurrección sin antes haber experimentado la muerte, Nelly compartió que esas experiencias de muerte pueden ser el dolor de la pérdida no solo de un ser querido, sino de otra índole.
“No hay resurrección si no hay antes una experiencia de dolor, de carencia. Podemos hablar de la parte externa, pero lo importante es ir a esa parte interna para darme cuenta de lo que podamos deshacer, pero también de lo que podamos construir. La resurrección es la oportunidad para trascender, para tener una vida mejor”, dijo Nelly.
La terapeuta compartió que experimenta un proceso de resurrección constante al crecer como persona, al trabajar en sus virtudes y en sus pecados, buscando ser agradable a la Presencia Divina.
Sin embargo, agregó, no solo se trata de construirse, si no de poner esas virtudes al servicio de los demás.
“Una transformación personal interna se tiene que ver reflejada en una armonía con el exterior. Desde ahí, la resurrección es un compromiso y un deseo de ser mejor persona en el plano espiritual, profesional y personal, pero también en mi presencia con los demás. Jesús no resucitó para irse él solo al Cielo sino para quedarse en medio de nosotros a través de la Eucaristía”, señaló.
Muertos vivientes
La psicóloga/tanatóloga recibe personas con cuadros muy difíciles, “como muertos vivientes”. El dolor lleva a las personas a verse incluso en su apariencia como si en verdad estuvieran muertos, dijo. Llegan sin luz en sus ojos, sin energía para moverse e incluso sin poder articular palabra.
“A veces dicen palabras de desolación, de enojo, desesperanza. No necesariamente acuden por la muerte de un familiar, puede ser pérdida emocional al terminar una relación, inclusive por pérdidas materiales. Aunque la pérdida de un ser querido es un poquito más difícil ya que están desconsolados, la presencia de Dios se ve diluida”, expresó.
Para la terapeuta, el trabajo de acompañamiento es una oportunidad de que se expresen. “El terapeuta hace que el doliente se mire a sí mismo y se dé cuenta de cómo está y que vaya tomando conciencia de que sigue vivo y con su vida puede dar testimonio del amor que existía entre él y su ser querido”, explicó.
El acompañamiento también ayuda a que la persona en duelo adquiera el compromiso de compartir su amor y el de la persona que ya no está.
“En este proceso de duelo las personas cambian sus posturas, sus rostros, el brillo de los ojos, la tonalidad de la piel, su manera de caminar, sus expresiones, sus necesidades y sus deseos. Se va tornando esa parte de regresar a la vida”, dijo.
Nelly invitó a la comunidad a aprender a mirarse uno al otro en este mundo tan acelerado, lleno de exigencias, críticas y descalificaciones.
“Una mirada de amor sería la mejor resurrección que podamos tener. Una mirada desde el corazón que nos lleve a encontrarnos con el amor incondicional del otro. A partir de esa mirada nacen diálogos diferentes y una conexión con el corazón.
En frase…
“La resurrección es mirarnos con los ojos nuevos de Jesús. Que nos conceda el Señor una nueva mirada, una mirada integradora”.