Ana María Ibarra
Desde los 16 años, Javier comenzó a beber, a pesar de que el primer trago no fue de su agrado, sin embargo, el alcohol le hizo sentir seguridad.
“Siempre fui una persona insegura, con miedo a todo, no podía entablar una plática con personas con más estudios o conocimiento, sufría para acercarme a una muchacha. Con el alcohol pude hacer todo eso”, compartió.
Javier duró diez años con alcoholismo y a los 26 años decidió dejar de tomar, pero sin buscar ayuda, únicamente con sus fuerzas, por lo que recayó nuevamente.
“Pensé que podría controlar mi manera de beber, pero no fue así. Cuando recaí ya no pude parar, fue tomar todos los días durante otros diez años. Me levantaba todos los días cuestionando a Dios cómo iba a hacerle para curarme la cruda y conseguir para otra cerveza. Sentía una soledad enorme, que mi familia me aborrecía”.
En aquel entonces, dijo Javier, sabía de la existencia de Dios ya que en su juventud prestó un servicio en una comunidad parroquial, pero era más fuerte su deseo de beber que volver al camino de Dios.
“Muchas veces, erróneamente, condicionaba a Dios prometiendo dejar de beber, pensaba que era un Dios de trueques, y no es así”.
Si bien, Javier contaba con una casa heredada por sus padres, cayó en situación de calle por haber destruido el inmueble.
Una experiencia
Divorciado y sin hogar, Javier experimentó la presencia de Jesús Resucitado a través de un amigo que lo invitó a participar en un grupo de Alcohólicos Anónimos.
“Pensé que no tendría remedio, pero todas las noches le pedí a Dios que me ayudara, que quería volver a sentir su amor. Gracias a Dios llevo tres años sin beber”, compartió.
Cuando Javier llegó al grupo AA, tenía varios días sin asearse.
“No comía, a veces tomaba alimento una vez cada tercer día o cada cuatro, un paquete de papas o sopas instantáneas porque mi organismo no toleraba la comida. Llegué deshidratado, envejecido, en una situación muy triste”.
Pero en el grupo recibió todos los cuidados necesarios y comenzó a retomar su vida y valorarla, y así como en su momento él se sintió rescatado de la muerte, ahora su servicio es rescatar a otros haciendo así presente a Jesús Resucitado.
“Pongo mi servicio en manos de Dios. En una ocasión, el padre Fernando Valle me dijo que con la misión que llevamos a cabo en el anexo, también evangelizamos. Llevamos el mensaje de vida a las personas que tienen problemas en su manera de beber”, reflexionó.
El Hijo pródigo
Si bien el programa de AA no es religioso, sí es espiritual y así como Javier en su momento tenía esa sed de Dios, así también sucede con cada una de las personas que llegan al anexo.
“Quería saciar esa sed con el alcohol, pero tuve que voltear a Jesús Resucitado y ahora evangelizar a quienes tienen este problema. Quienes llegamos al grupo somos como el hijo pródigo, que después de estar muertos hemos resucitado”.
Para Javier es muy satisfactorio llevar el mensaje de resurrección a quienes como él se encuentran perdidos en el alcohol.
“Con uno que se quede, es mucho para nosotros. Es muy satisfactorio ver que se quedan y brindarles la esperanza de que se puede vivir sin alcohol, ayudarles a sanar el alma”.
Ahora Javier puede salir a trabajar y regresa al anexo para continuar con su tratamiento, por lo que invitó a quienes sientan tener problemas con el alcohol, acudan a este espacio.
“Invito a ponernos en manos de Dios y no en falsas salidas”, dijo.
Anexo 24 horas
Grupo “Central de Juárez”
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