Ana María Ibarra
Convivir con la muerte es algo normal para Miguel Ángel Arriaga Torres, quien nació y creció entre ataúdes y funerales, ya que su familia cuenta con un negocio de funeraria donde lleva 25 años siendo embalsamador. Para Miguel Ángel, su fe ha sido importante en este servicio, pues le da la sensibilidad que necesita para tratar con dignidad y respeto a un cuerpo sin vida.
Sus inicios
Fue el abuelo de Miguel Ángel quien inició con el negocio funerario, siguiendo con el negocio algunos de sus hijos y nietos.
“Mi niñez y mi adolescencia las viví en la funeraria. Crecí entre funerales, ataúdes, carrozas, cuerpos. Mucha gente pregunta si me daba miedo, pero nunca tuve miedo, ha sido parte de mi vida”, compartió Miguel Ángel.
Si bien, como todo niño, Miguel Ángel estudió su educación básica, ser parte del negocio de la familia era su deseo, por lo que no concluyó la preparatoria.
“Empecé a los 17 años. Me dieron la oportunidad a esa edad sobre todo porque tenía que saber manejar automóvil y para ser consciente de lo que iba a hacer. A los 20 años comencé a preparar cuerpos. Me enseñaron algunos de mis tíos, mi papá y otras personas que me daban consejos para ir aprendiendo”, recordó.
Deberes y riesgos
Agregó que ser parte de ese negocio es algo que le gusta y lo hace sentirse realizado.
“Mis inicios fueron difíciles. Como en todo trabajo, comencé desde cero. Cometí errores y recibí regaños. Me enseñaron que esa persona -el difunto- era el papá, la mamá, el hijo, la esposa, de alguien; que no era un trabajo sencillo ni normal. El trabajo se refleja al momento en que la familia lo ve y hay que hacer un trabajo digno, limpio, con respeto”, reiteró.
Señaló que todo familiar de un difunto, al llegar a la funeraria, espera ver a su ser querido como si estuviera dormido. Justo ese momento es la presentación del servicio que realiza como embalsamador.
En su labor, dijo Miguel Ángel, utiliza una protección que incluye un traje, mascarilla, lentes, guantes, botas y gorro, no obstante, señaló, existen varios riesgos, uno de ellos es el contagio de alguna enfermedad.
“Muchas veces la familia no nos dice la verdad y no sabemos de qué murió. Pudo haber sido de VIH o de tuberculosis, que son las más peligrosas. Tiene uno que enfrentarse a ello. Gracias a Dios, sobre la misma experiencia y las pláticas que he tenido con algunos doctores, puedo a veces detectar ciertos síntomas en los cuerpos para percatarme si hay algún riesgo”, externó.
Apoyo desde su oficio
Miguel Ángel es parte del grupo de cáritas de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, y su fe es importante tanto en su servicio como embalsamador, como en el momento en que se relaciona con las familias de los fallecidos.
“Sé que no es fácil ver tendido a un familiar y me ha tocado acompañar a las familias en esos momentos. Tengo la experiencia de haber perdido familiares de forma trágica y en esos momentos no sabía cómo llevar ese dolor. Hice un novenario y al terminarlo sentí esa paz que solo Dios da. Eso lo comparto con las familias”, manifestó el entrevistado.
Convencido de que Dios habla de muchas maneras, a través de ese novenario comprendió lo importante de la fe en ese momento.
“A través de nuestra fe entendemos la pérdida de un familiar y nos da el consuelo para llevar ese proceso de la separación de un ser querido. En lo personal, mi fe me ayuda a ser más humano y comprender el dolor de la gente, sobre todo cuando han perdido a alguien de manera violenta”, añadió.
Orientar a los deudos es también otra manera de ayuda que ofrece Miguel Ángel.
“Me ha ayudado mucho el acompañar a la gente. Entro a misa y cuando voy preparado hasta comulgo, aprendo de la homilía de los sacerdotes. Eso me sensibiliza”.
Más que un negocio o un trabajo que le genere un ingreso, su labor como tanatopractor (así se llama a los embalsamadores) es algo que a Miguel Ángel le gusta. Incluso se ha dado la oportunidad de cambiar de giro, pero regresa a embalsamar cuerpos.
“He vivido con esto y me gusta hacerlo. Lo hago con respeto. Para mí no es un trabajo, he tenido bonitas experiencias con la gente. Me dicen palabras que me halagan y me hacen saber que hago un buen trabajo”, compartió.
Para concluir, Miguel Ángel señaló que cada trabajo que realiza es diferente, sin embargo, siempre se pone en las manos de Dios para lograr dar un buen servicio.
“Me ha ayudado mucho ser parte de una parroquia, porque eso me sensibiliza y mi mente no está en lo económico”, puntualizó.