José Ignacio Frausto Ojeda/ Lic. en Historia y Arquitecto
Primera parte
El 2 de noviembre es el día en que los mexicanos celebramos a nuestros muertos, invitándolos a regresar a este mundo a convivir con nosotros en un ambiente festivo. No ha sido fácil, pero esta ya es una gran fiesta y toda una tradición en el México contemporáneo, incluso con impacto a nivel mundial, tan es así que la misma UNESCO el 7 de noviembre del 2003, a la festividad indígena del Día de Muertos en México la proclamó “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”, a iniciativa del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Casi se asume que la veneración y los ritos que se fusionaron para consolidar la festividad dedicada a los muertos, fue a causa de un encuentro de la cultura indígena con la traída por los españoles, pero que por razones de convivencia se fue produciendo una mezcla de raza, en lo biológico (mestizaje, castas), y en lo cultural un sincretismo en el cual la religión y la cosmogonía no son paralelas y sobre todo son asimétricas. Esto lo iremos viendo en su proceso hasta porque hoy, es Día de Muertos, pero, para entrar en materia, nada más señalo que aún siguen vigentes -yo diría gracias a Dios- los tres grandes misterios del hombre: el Cosmogónico, el Antropogénico y el Escatológico.
Historia
La Muerte en la cultura mesoamericana no representa el final de la vida, sino el inicio del camino a una nueva forma de existir junto a los dioses, “Más que morir, importa más lo que sigue al morir”. Aunque consideraban que el ciclo de la vida culminaba con la muerte, creían también que esta era sólo un paso más en la existencia, por ello debían realizársele OFRENDAS en ceremonias. Esta concepción cíclica de la vida-muerte, que es circular en la cosmogonía indígena, diferenciará con la que la iglesia católica traerá, que será lineal; de ahí que en la religión nativa existía la veneración a la muerte, lo que no existe en la católica.
La evolución en sus prácticas religiosas de los pueblos indígenas y sustentadas en su imaginario cosmogónico, desde 1,800 a.C., ya sepultaban a sus muertos con ofrendas. Más tarde, a partir de 1,500 a.C. los enterraban acompañados con ricas ofrendas de cerámica, alimentos y objetos personales. Los habitantes de Mesoamérica creían que después de morir, continuarían viviendo en otro mundo, por ello a sus muertos los enterraban con toda clase de objetos que pudieran serles útil en su viaje al Mictlán. A su muerte creían que las almas tomaban diferentes caminos que estaban determinados por su tipo de muerte, y no por la vida que habían llevado (la dualidad de infierno y cielo llegó con los españoles).
Esta festividad en la época prehispánica, los indígenas la celebraban en los meses 9° y 10° del calendario solar mexica (aproximadamente entre agosto y septiembre), dedicado el primer mes a los niños y el segundo a los adultos. En ese tiempo el calendario solar lo constituían 18 meses de 20 días cada uno, y ambas festividades eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, “La Dama de la Muerte”.
Fray Diego Duran, confirmaba sus sospechas, porqué los indios depositan un tipo de ofrenda en Todos Santos y otra diferente en Día de Muertos, “Dios sea verdad, pero temo porque como ellos tenían sus fiestas de difuntos, una de difuntos menores y otra de mayores, creo y puedo afirmar, que mezclaron algo de ello con nuestra fiesta de difuntos como mezclan con las demás cantando sus funerales responsos, llorando sus señores y dioses antiguos”.
Fiesta de la cosecha
Al equivalente a fines de octubre, se realizaba la recolección o cosecha con la cual culminaba el calendario agrícola anual mexica, por lo cual se celebraba la fiesta de la Gran Cosecha, era el gran banquete y se compartía hasta con los muertos. Así representaban la relación que creían existía entre el ciclo siembra-cosecha y vida-muerte. Esto lo observaron los frailes españoles y fue como vincularon con los indígenas sus fiestas religiosas de muertos, con esta fiesta nativa. Aquí se celebraba la décima tercera veintena, Tepeilhuitl, marcaba el fin del otoño e inicio del invierno, estaba dedicada a los cerros y a sus moradores, las deidades del agua: Tláloc, Chalchihuitlicue y sus hermanos los tlaloques. En esta fiesta se hacían imágenes de las personas que fallecieron ahogadas o por enfermedades acuáticas.
Todas las culturas desarrollan una visión sobre la muerte, la que sustentan en su cosmogonía buscando encontrarle un sentido a la muerte. Es ahí, donde nuestras culturas celebran el reencuentro con sus muertos, que se conforma como una herencia cultural que nos otorga identidad. Es así como el encuentro entre la cultura peninsular y la indígena por lo menos coinciden en dos de las principales similitudes entre estas dos visiones: la creencia de la inmortalidad del alma y el culto a los muertos.
Fiesta de los Fieles difuntos
La iglesia católica celebraba el 1 de noviembre el día de “Todos los Santos”, teniendo como finalidad honrar a todos los moradores del cielo, a los santos canonizados y a los que no lo han sido todavía. Esta festividad fue creada por el papa Gregorio IV en el año 837, y a partir del siglo IX comenzó a extenderse por toda Europa. En su etapa primitiva, esta fiesta nació en las catacumbas de Roma, al honrar en una ceremonia general a los mártires cristianos que fueron sacrificados en tiempos del emperador Diocleciano. La creencia de que las almas volvían a la tierra existió también en algunos pueblos de España: el día de su llegada, las personas no se acostaban para que las almas pudieran descansar en sus camas.
Para los católicos, el 2 de noviembre es también una fecha de celebración, pues en ella se intercede por las almas de los difuntos. Fue instituida en el año 998 por San Odilón Abad, quien pertenecía al Monasterio de Cluny, y quien ordenó que en todos los monasterios de su abadía se celebrara a los “Fieles Difuntos”. Esta conmemoración, es un recuerdo que la Iglesia hace en favor de todos los que han muerto en este mundo, pero aún no pueden gozar de la presencia de Dios, porque se están purificando en el purgatorio, de ahí que la celebración consistía en misas, limosnas y oraciones, pues “los vivos podían ayudar a los muertos mediante plegarias.”
El propio Abad pidió que se celebrara a los Fieles Difuntos -de acuerdo con una revelación divina-, la que tuvo el sacristán de la iglesia de San Pedro, quien, en estado de éxtasis, vio un ángel que le mostraba el Purgatorio y al tiempo que esto hacía, le dijo: “Cuenta al sumo pontífice todo esto que estás viendo y ruégale insistentemente que instituya en la Iglesia una jornada anual especialmente dedicada a orar por los muertos, se beneficien al menos de los sufragios que en ese día ofrezcan los vivos por los difuntos en general, y dile que señale para esta conmemoración la fecha que sigue inmediatamente a la fiesta de Todos los Santos”.
Iglesia y Día de muertos
Para iniciar el proceso de colonización en la Nueva España, el virreinato tiene que construir pueblos villas, etc., para alojar principalmente a familias de españoles y criollos, los que tenían que ser atendidos por el Clero Secular. De esta forma es como se registran actividades comunales en plazas, iglesias, y como en el caso de la de difuntos en los panteones.
La iglesia permitía pernoctar desde el 1° en los panteones en la llamada velación, a las 12 del mediodía realizaba la misa principal y al terminar en el atrio se hacía una gran fiesta, al término de esta la gente se iba a los panteones a comer y a convivir con sus difuntos, o a los altares erigidos en sus casas.
La Velación: En la era colonial la tradición comenzó en las tumbas de los ricos, que eran vestidas con encajes y mantones, adornados con porta velas y candelabros de oro y plata. Durante la noche, los criados permanecían ahí para custodiar las tumbas.
La gente acudía a los panteones a visitar estas tumbas adornadas y a pasear a sus hijas vestidas elegantemente –para buscarles marido bien acomodado–; luego, cada quien comenzó a adornar, de acuerdo a sus posibilidades sus propias tumbas familiares. De ahí comenzó la tradición de visitar y pernoctar en los panteones la noche del día primero de noviembre.
La Misa: la gente asistía de negro a las iglesias y estas y sus calles aledañas se adornaban luciendo un luto riguroso, con crespones negros y velámenes pintados con huesos que cubrían las paredes, acompañados de versos alusivos a la inminente muerte; en la entrada del templo un gran esqueleto les daba la bienvenida mientras que en medio de la nave se montaba el Gran Catafalco, adornado con calaveras, huesos y esqueletos para que los católicos atraídos por el toque constante de las campanas a difuntos asistieran a los Oficios. Las mujeres cargaban flores y velas a las sepulturas de sus familiares enterrados en la iglesia y en el atrio. (Continuará)