Les saludo con grande afecto. Hemos celebrado el fin de semana pasado la solemnidad de Todos los Santos y los Fieles Difuntos donde reflexionamos muy seriamente en torno a este llamado, a esta profesión de santidad, a esta realidad del cielo, de la vida eterna. Encomendamos a los fieles difuntos.
Continuamos la temática en torno a los valores que el papa Francisco nos invita a reflexionar. Hoy toca el tema de la generosidad. Es un tema muy importante, que toca al corazón del ser humano, pero también desde la fe toca algo muy importante el evangelio: ser generosos, ser caritativos.
La generosidad es una virtud que se va aprendiendo poco a poco, como personas tenemos la capacidad y tenemos seguramente la semilla de la generosidad. Pero hay que irla desarrollando y aprendiendo desde pequeños hasta el resto de nuestra vida. Como cuando somos pequeños somos, no por maldad, pero sí un poquito individualistas: “este es mi juguete, es mío, y todo es mío”… pero conforme vamos creciendo se nos va abriendo un panorama de ayudar, de compartir, de dar.
Por eso es importante que nosotros, desde la fe y desde el corazón, desde el ser humano aprendamos a ser generosos… y el modelo sin duda alguna es Cristo. Cristo es el hombre generoso por excelencia. Cristo da, da su corazón, da su vida, da su tiempo, da su palabra, da su sangre, da su salvación por nosotros. Él es generoso.
Hay una jaculatoria que, en torno a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús decimos, y es como una súplica: Concédenos un corazón semejante al tuyo, un corazón generoso. Llamados pues a la generosidad, a compartir, el papa nos invita a todos, chicos y grandes, jóvenes y adultos, diciendo que la Iglesia espera mucho de nosotros, espera que seamos generosos, que tengamos la valentía de desprendernos de bienes, pero también desprendernos de nosotros mismos para ayudar a los demás.
El papa y la misma fe, el mismo Cristo nos dice que más que dar bienes, más que dar mi dinero “ya di dinero, ya di estos bienes, soy muy generoso”, nos dice que no basta, o que no radica ahí lo esencial de la generosidad. La generosidad radica en la caridad: dar un gesto, dar mi tiempo y un tiempo de calidad para los demás; dar ternura, dar comprensión, dar cualidades y talentos compartiéndolos con los demás, dar de comer, dar beber al sediento, consolar al triste….
Lo escuchamos en el evangelio y si podemos también desprendernos de algo material, no para esperar nada a cambio, porque a veces eso nos puede mover equivocadamente:
«Yo te doy, pero espero algo de ti”, ¡no!… la generosidad es: “te doy mi persona, me entrego totalmente sin esperar nada a cambio, un total desprendimiento»
Dice el papa: en los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo, es ahí, en ellos, en los pobres y los alejados, en los últimos, en los resentidos donde Cristo aparece. Es ahí donde tenemos que ser generosos, amar, salir y amar a aquellos que lo necesiten porque en cada uno de ellos servimos a Cristo.
Por eso el papa dice estamos llamados a ser personas “cántaros” para dar de beber a los demás, entonces esa figura la utiliza el papa: como cristiano la persona debe de ser un cántaro lleno para dar de beber amor, ternura, cariño, ¡todo!: tu corazón, tu vida, tus sentimientos… un cántaro lleno para darlo a los demás.
El amor cristiano es concreto y generoso, dice el papa, porque está más en las obras que en las palabras. Hoy se dice que los discursos cansan y a las palabras se las lleva el viento. Lo que realmente queda y es necesario, son las obras, es la acción: ir y amar, ayudar, ser solidario, ser generoso con el otro.
Pero generoso no es dar de lo que me sobra, ¡no con tacañerías!, no poquito, sino dar en abundancia, dar en todo sentido, inclusive en la comunicación, ser generosos en la comunicación, en el diálogo, en la apertura. A veces no somos generosos y eso me encierra, me hace individualista, me hace construir a mi alrededor paredes virtuales o físicas y me impide la comunicación de amor, la comunicación de ternura, la comunicación de misericordia, como nos va a invitar el papa a vivir este próximo año.
Por eso es importante que aprendamos a crecer en la generosidad. Algunas lecciones prácticas en ese sentido son: una, dar con generosidad: consiste en algo más que repartir unos cuantos regalos. Se trata de captar las necesidades y deseos de los otros, captar. Soy generoso porque capto, descubro, percibo la necesidad y el deseo del otro, y entonces eso me mueve a solucionarle, a ayudarle, a sacarlo de aquel problema. Ya desde ahí empieza la generosidad, el descubrir la necesidad del otro para luego ayudarle.
Los padres demuestran su generosidad al ceder en ocasiones compromisos e incluso situaciones laborales para dar tiempo de calidad a sus hijos. Hablando de la generosidad de los padres de familia, porque alguno pudiera decir “yo ya cumplí con mantenerlo, con darle de comer, su escuela ya cumplí” y ¡no!… también implica darle tiempo y un tiempo de calidad, ser generoso al jugar con ellos, ser generoso en el escucharlos, ser generoso al compartir los alimentos a la mesa, ser generoso en decirle cosas bonitas, hablarle con bondad a tus hijos.
Ser generoso también en cuanto a los enfermos, acompañar a un anciano, visitar a los presos, hacer obras buenas, obras de servicio y de caridad. Nuestro pueblo, nuestra diócesis de Ciudad Juárez se caracteriza por ser generoso, pero hace falta trabajar más.
Yo los invito a cada uno de ustedes en las parroquias, en las comunidades, en las familias, en los colegios: trabajemos mucho por la generosidad, que no nos gane el egoísmo, que no nos gane el individualismo, que aprendamos de Cristo, que nos dé un corazón generoso semejante al suyo y que nos de esa capacidad de salir al encuentro de los demás.
Los quiero mucho, los saludo con grande amor y cariño y como siempre les doy mi bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.