Miguel García/ Historiador
Ya les contaba que cuando terminamos de arreglar la tumba que visitaba aquella señora, quedó muy bonita.
Y cuando ya nos íbamos a retirar apareció un hombre bien vestido.
– Mamá, traje estas flores para mi tía.
– Qué bueno que llegaste, mira, estos jovencitos arreglaron todo y ve que bonito la dejaron. Vamos con tu tía Cuquita, vengan, muchachos, para que arreglen también aquella tumba.
Puestos y gustosos nos dirigimos con la tía Cuquita. Arreglamos la tumba lo mejor que pudimos y ellos quedaron satisfechos. El hombre, muy educado, sacó su cartera y me entregó ¡Diez dólares! Increíble.
Agradecidos nos retiramos a seguir con la chamba. Aún era muy temprano.
Cinco por el susto
Miguel, Toño ¡Acá! Es Javier que ya ha contactado otro cliente. Es otra mujer, pero mas joven, visita a su mamá. Y ¡Manos a la obra!
Cuando hemos empezado llegan otras dos personas, se saludan y serios nos observan trabajar, hablan en voz muy baja, y cuando inicio la escritura hace su aparición una señora acompañada del marido. Viene lanzando alaridos desde lejos, al llegar se arroja sobre la tumba y me desvía el pincel dando un horrible rayón de pintura. Me levanto de inmediato asustado, la mujer se revuelca sobre la tumba, el marido trata de calmarla y los demás muy serios sólo la ven. Mis socios y yo, azorados, contemplamos la trágica escena. Me fijo en la cara de la mujer que nos había contratado y noto una especie de sonrisa, veo a los demás y lo mismo, están conteniendo la risa. De pronto, la que se revolcaba se pone en pie, se limpia las lágrimas y después de una ligera tosecilla, aclara la garganta y comienza a charlar como si nada hubiera pasado. Esta señora es la tía exagerada, aquella que nunca falta, melodramática y chusca.
Limpio con gasolina el manchón y termino mi labor. Quince pesos me dan. Estuvo bien, pero el susto bien valía otros cinco.
¡Al ataque!
Aún es de mañana cuando comienza a invadirnos un agradable olor a morcilla. Ese olor nos lleva a donde está un grupo de personas; tienen nopalitos, morcilla calentándose y tortillas de mano. Apenas van a ser las doce y la fritanga está lista. Este grupo se encuentra dentro de una especie de corralito formado por un barandal de madera, ahí hay seis sepulturas y acomodadas alrededor de las tumbas están las personas, unos sentados en la tierra y otros de pie. Al centro del grupo está sentada en una silla una mujer, anciana, con chalina y envuelta en una cobija, un hombre de sombrero me indica que comencemos a limpiar y arreglar las tumbas. Iniciamos y aquellos olores nos comienzan a atormentar. Huele riquísimo y mi equipo y yo sólo nos saboreamos. Lim- piamos, regamos, acomodamos y empiezo a escribir el primer nombre. Termino y el hombre del sombrero me pregunta:
– Oye, ¿Cómo te llamas?
– Miguel, respondo
– Miguel, ¿Te gusta la morcilla?
Aquellas palabras me entran al alma.
-Sí, respondo.
No sé cómo lo hice o cómo me sale la voz, pero todos lanzaron sonoras carcajadas, hasta la canija viejita de la silla.
-¡Pos órale!, ¡Al ataque!, antes de que se acabe, me dicen.
Dejo pincel y pintura y de un salto ya estamos mi equipo de panteoneros y yo con tortilla en mano sirviéndonos unos tacotes de morcilla con pico de gallo. Después vienen los nopalitos y agua de horchata. ¡Por Dios, qué delicia!
Después de aquel suculento agasajo continuo mi labor. Cuando termino no hay necesidad de cobrar, pues entre todos ellos se cooperan y nos entregan 150 pesos. Cada vez nos sentíamos mejor.
Dame por Dios tu bendición
Ha pasado el mediodía y ya casi llegamos a los 300 pesos. Continuamos ofreciendo nuestros servicios, esta vez nos contrata un hombre, profesor de la escuela Francisco I Madero:
– ¿Cuánto cobran?
– Diez pesos, con pintura del nombre en la cruz.
– ¿Y si te encargo cuatro?
– Cuarenta pesos, pero se las dejamos como si los acabaran de enterrar.
– Mira, mira, ¿A poco son muy buenos?
– ¡Pos luego!, hasta su peinadita le damos al muertito. Eso si se puede.
– Oye, pero yo soy profesor.
– ¡Ah! Entonces le cuesta 50.
– No sea payaso, chavo. Les doy 30.
– No profe, agarre la onda. 40. ¿Qué? ¿Le damos?
– Ándale pues, pero si no me gusta, no te pago.
– No, mejor no, porque se nos va a rajar al último.
En ese momento, sin decir palabra, mis socios recogen todo y se van a seguir buscando clientes. Esta bala no truena.
Amor de madre
Se oye música, están tocando “Amor de madre”. Nos acercamos y están cinco adultos y cinco menores. Las tumbas, dos, ya están arregladas, pero les falta una retocadita a las letras. Se lo hago saber a un señor, se fija detenidamente y dice: De veras ¿Verdad? ¿Las puedes repintar?
-Claro que sí. Y se las dejo mejor que esas que tiene. Cinco pesos cada una.
– Dále, pues, maistro, -Le dice a los de la música,- ¡Va de nuez!
Rápidamente empiezo mi obra de arte. Mientras, la música sigue.
-‘Dame, por Dios, tu bendición, oh madre mía, querida’.
Termina la melodía y
–Maistro, va de nuez. Y otra vez: ‘Dame, por Dios, tu bendición’… Y va de nuez.
Cómo siete veces la misma melodía. Mientras, apurado termino mi trabajo y harto ya de la melodía, me paga mis diez pesos y me retiro.
Llego con mis socios, se me acercan y al mismo tiempo en coro me cantan : ‘Dame, por Dios tu bendición, Oh madre mía, adorada’
Virginia
Nos detenemos con un hombre solitario. Está sentado sobre un bote, callado, pensativo, no voltea a mirarnos, su vista está fija en la tumba frente a él. Jaime me empuja para que le hable, pero no, sólo lo observo. De pronto voltea a verme y me dice: ¿Qué se te ofrece? Tiene los ojos enrojecidos y un pañuelo entre sus manos.
-Andamos arreglando tumbas ¿Le damos una arregladita? Por diez pesos.
– No tiene caso, no traje flores.
-Si quiere se las traemos para que quede más bonita. Hay ramos de diez pesos.
– Consígueme pues 10 blancas y 10 rojas; toma -nos da un billete de veinte-
Nos aprestamos a limpiar y regar la tumba. Llega Toño con las flores, el señor las coloca formando un corazón, llora inconsolablemente, veo sus lágrimas, muchas, caer sobre las flores mientras las coloca.
Me dice:
– En la cruz sólo escribe su nombre: Virginia, pero con la letra más bonita que puedas hacer, por favor.
Me da un billete de un dólar y se marcha. Aún no he terminado, pero se fue. Termino la pintura: “Virginia”. Y le pregunto a Virginia ¿Te gusta?
Continuamos con nuestra artística labor, nos habla una señora:
-Vengan muchachos, dénle una arreglada a la tumba.
Aquí es todo lo contrario, hay como ocho personas, todos muy alegres, hombres y mujeres. Debajo de un rebozo una de ellas tiene una botella de licor que sirve en unos jarros de barro. Platican y ríen alegremente. Por momentos se dirigen a la tumba y le hablan como si les oyera. Dice una muchacha:
-¿Te acuerdas aquella mañana que te saliste a la calle en calzones a sacar la basura y se te cerró la puerta? Ja ja ja Me gritaba que le abriera porque venía caminando su novia. Y no le abrí. Jajaja. Cuando ella pasó por ahí, te hiciste bolita pegado a la puerta. Después te abrí la puerta. Ja jaja ¡Méndiga!, me dijiste.
Por estar de metiche oyendo las bromas y riéndome, la letra me sale chueca.
-Así déjala, chavo, no hay borlo ¿Cuánto te debo?
-Diez pesos, le digo.
Me da veinte. Ya están cuetes.
¡Vámonos! Se suelta un aironazo. Todo vuela alrededor: flores, coronas, es un fuerte ventarrón que echa a todos en corrida.
Recogemos nuestros utensilios, nos dirigimos a la casa de Pascual, el panteonero. Le damos veinte pesos por permitirnos entrar. ¡Gracias!
En total, por los dos días obtuvimos $672.50. Menos 20 pesos de Pascual, $652.50, equivalente a $163.00 cada uno.
Y así, después de un día de labores, cuatro chavalos con su dinero bien ganado, salen del panteón municipal, caminan por toda la Calzada 5 de febrero hasta la Pila.
Es La Chaveña, son cuatro amigos y es el Día de muertos en mi Juaritos.