Presentamos esta guía del autor José González Horrillo, para Desmontar los tópicos que atacan a la Iglesia católica y saber argumentar por qué se es católico…

José González Horrillo/Autor católico
Los ataques llevados a cabo abiertamente contra la Iglesia a lo largo de la Historia del mundo, son un tema siempre presente. Esta serie pretende reflexionar sobre cuáles son estos ataques y cómo influyen en menoscabar la identidad católica, así como la forma en que los católicos deben enfrentarlos para dejar de ser acomplejados y llevar adelante la misión de ser Sal y Luz del mundo.
Orígenes de los ataques
Antes de comenzar a tratar los temas individualmente, creo necesario hacer una breve reflexión sobre cuál es el origen u orígenes del odio y, por consiguiente, de los ataques a la Iglesia. Es inevitable mencionar al principal enemigo de Dios y, por tanto, de su Iglesia: me refiero, claro está, al demonio. Ya en el libro del Génesis nos lo encontramos intentando enfrentar a las personas con su Creador utilizando todo tipo de argumentos y artimañas. El príncipe de la mentira continuará con esta labor a lo largo de toda la Historia, cambiando de contexto, herramientas y falsedades, pero con el mismo objetivo. Él siempre estará detrás de los ataques a la Iglesia, vengan éstos de donde vengan, aunque a veces tan sutilmente que será prácticamente inapreciable para nuestro limitado entendimiento. No obstante, los ataques llevados a cabo abiertamente contra la Iglesia los podemos encontrar ya desde los tiempos de su fundador, y las razones que los originaron siguen siendo las mismas o muy parecidas.
A Jesús se le persiguió y condenó por decir únicamente la verdad: que era el Hijo de Dios y el Rey de los judíos. Se le odiaba por poner el amor por encima de las leyes, de lo políticamente correcto, de la mera apariencia. Y a los ojos de muchas personas acabó sus días como un pobre fracasado; sólo los que creían en Él supieron la única y auténtica verdad.
Sus primeros seguidores no corrieron mejor suerte. Los apóstoles acabaron sus días en el martirio, al igual que incontables cristianos que fueron perseguidos, en ocasiones torturados y finalmente ejecutados por no querer negar a Jesucristo.
Cristianos perseguidos
Los que sufrieron persecución siempre fueron los mismos, los cristianos; pero los perseguidores han ido cambiando a lo largo de la Historia. Los primeros en perseguirlos fueron algunos grupos judíos, entre los que se encontraba Pablo de Tarso; posteriormente, la persecución se agravó aún más, bajo el Imperio Romano y a continuación por los llamados pueblos bárbaros, algunos de los cuales habían abrazado las herejías contrarias a las verdades proclamadas por la Iglesia. Cruenta fue también la persecución sufrida bajo la dominación islámica, aunque muchos medios de comunicación actuales se hayan esforzado en mostrarnos solo un único lado de la misma moneda, en la que los únicos perseguidos son los musulmanes. Y no podemos olvidar los ataques sufridos por los católicos a manos de algunos de los llamados, con todo respeto y cariño, “hermanos separados”, al referirnos a protestantes, calvinistas, anglicanos, etc.
Pero si hay un momento en la Historia, clave para los enemigos de la Iglesia, éste es el de la Revolución Francesa. Nos situamos en el siglo XVIII, en el que predomina un movimiento filosófico y literario denominado «Ilustración», cuya característica principal era la extrema confianza en la razón natural para resolver, sin ayuda de Dios, todos los problemas de la vida humana. El hombre ilustrado, deslumbrado por los avances de la ciencia, pensó que no había otra realidad que la material; y dejándose impregnar por el materialismo, decidió que debía acabar con la religión, considerándola causante de todos los males de la Humanidad. Uno de los máximos representantes de esta nueva mentalidad fue Voltaire, en cuyos escritos podemos encontrar feroces ataques a la Iglesia y ridiculizaciones de los aspectos sagrados de nuestra religión, denominándola “la infame”.
Pecado de soberbia
En 1789 estalló la Revolución Francesa, donde la persecución desencadenada contra la religión ha sido la más cruel hasta ahora conocida desde el Imperio Romano. Entre los abanderados de esta persecución, cuya intención última era el exterminio de todo lo cristiano y su sustitución por la diosa Razón, estaban los llamados «sans culottes», los jacobinos, responsables directos de los asesinatos masivos de católicos, de las numerosas destrucciones de iglesias y todo tipo de objetos religiosos. «Libertad, Igualdad, Fraternidad» fue el lema de esta revolución que terminó en dictadura y fue el origen de los totalitarismos que iban a asolar el mundo en el siglo XX. Debo señalar que algunos historiadores acreditados han visto la mano de la Masonería detrás de la Ilustración y de la Revolución Francesa.
Sería bueno darnos cuenta de que el pecado de la soberbia, el querer ser como Dios o el deseo de suplantarle, ya estaba presente en el principio de la Humanidad (Génesis) y se repite a lo largo de toda la Historia. Posiblemente, ésta sea la verdadera razón de los ataques a Dios y a la Iglesia.
Ideas de la Revolución francesa
A pesar del fracaso que supuso la Revolución Francesa, algunas de sus ideas más características perduraron a lo largo de los siglos siguientes e influyeron en los contextos más diversos, desde los movimientos independentistas del continente americano hasta algunos de los filósofos más leídos e influyentes en el pensamiento moderno. Entre dichos pensadores nombraremos sólo a los que se han caracterizado por su especial aversión a la religión:
* Feuerbach (1872) pensaba que la conciencia humana es auto-conciencia y Dios no es más que la proyección de la especie humana, es decir, Dios no existe.
* Marx (1883) estaba convencido de que Dios no era más que una invención de las clases poderosas para dominar a los débiles. Dios es una alienación que hay que eliminar, de ahí su famosa frase: «Dios es el opio del pueblo». La filosofía marxista inspiró las revoluciones comunistas que, comenzando por Rusia, han producido regímenes de terror en diversas partes el mundo, en algunas de las cuales todavía hoy en día continúan con sus atrocidades.
* Nietzsche (1900), al contrario que Marx, pensaba que Dios era la invención de los débiles para evitar ser dominados y destruidos por los poderosos. Según este autor, Dios es el problema que debemos eliminar para que surja el Super-Hombre, cuya realidad central es la ambición del poder. Su expresión más conocida es «Dios ha muerto, viva el Super-Hombre». Desgraciadamente, este pensador, que acabó sus días en un psiquiátrico, es uno de los filósofos más influyentes en la mentalidad actual.
* Freud (1939) también pensaba en Dios como una proyección de la debilidad humana que busca la figura del Padre protector y amenazante. Se consideraba agnóstico y rechazaba todo lo que no se pudiese comprobar en un laboratorio. Sus ideas han tenido gran influencia en las ciencias sociales del siglo XX.
Finalmente, debemos hacer alusión a los filósofos existencialistas, como Sartre (1980), que percibe a Dios como una contradicción y una limitación intolerable de la auténtica libertad humana; y a los filósofos positivistas, que creen absurdo todo lo que se diga de Dios.
El impacto de la gnosis
Actualmente, todas estas ideas, de una u otra forma, se encuentran en la base de los ataques a la religión y en concreto a la Iglesia Católica, pero hay otra fuente que no debemos olvidar y que también está muy presente en el problema que estamos tratando: me refiero a esa amalgama de ciencias esotéricas y misteriosas, tan de moda en la actualidad, y que podrían remontarse a los primeros siglos del cristianismo. Muchas fueron las herejías que intentaron dañarlo, pero cabe destacar una en concreto por la grave amenaza que supuso para las enseñanzas de la Iglesia y por su influencia directa en creencias y prácticas posteriores que alcanzan, incluso, la más reciente actualidad. Estoy hablando de la Gnosis, que se impuso entre los siglos I y III y tuvo su máximo esplendor en el siglo II, aunque algunos autores afirman que es anterior al cristianismo y sólo utilizó a éste para con-seguir una mayor expansión.
«Gnosis» es una palabra griega que significa conocimiento. Sus adeptos afirmaban que existía un tipo de conocimiento especial, muy superior al de los creyentes ordinarios y a la misma fe. Este conocimiento podía conducir a la salvación por sí solo, sin necesidad de ningún salvador. Pero sólo una minoría selecta podía acceder a estas verdades que, en realidad, consistían en un sistema de pensamiento que unía doctrinas judías o paganas con la revelación y dogmas cristianos.
Los gnósticos creen que el mundo es malo. El Creador del Cosmos para ellos no es Dios, sino un ser perverso. Excluyen la idea del pecado, por eso no tiene sentido la idea de un «Redentor». Caen en el dualismo en que identifican el mal con la materia, la carne o las pasiones, y el bien con una sustancia espiritual. El hombre debe liberarse de la situación material que lo aprisiona, y esto se consigue apoderándose del conocimiento (gnosis). Practicaban ritos «mágicos» y absorbían todos los elementos que pudieran resultar atrayentes de otras ideologías o creencias.
La Gnosis tuvo un importante rebote durante la Edad Media y se puede seguir su influjo posterior en la Masonería y en el resurgimiento del ocultismo en los siglos XIX y XX, en especial dentro del Teosofismo y, en la actualidad, en la New Age.
La masonería, principal heredera de la Gnosis, ha sido una de las organizaciones o sectas que más encarnizadamente ha atacado a la Iglesia Católica a lo largo de la Historia y también en nuestros días, ya que una de sus adeptas, Helena P. Blavatsky, fue la fundadora de la Sociedad Teosófica o Teosofia, de la cual han surgido gran cantidad de sectas esotéricas y ocultistas cuyo denominador común es el odio a la Iglesia Católica. Además, todas estas ideas y creencias, impregnadas de un gran sincretismo, están siendo puestas de moda hoy a través de movimientos y sectas más recientes como, por ejemplo, la ya citada New Age.
Desgraciadamente, la lista de los enemigos de la Iglesia Católica no se acaba aquí. Muchos otros se han apuntado al carro de los ataques, como por ejemplo sectas procedentes del protestantismo anticatólico fundamentalista (Testigos de Jehová, mormones, etc.), ramas radicales de otras religiones, con diversas industrias a las que no les interesan las creencias católicas, (con respecto al aborto, la pornografía, la armamentística, la manipulación genética, la anticoncepción, etc.
Por lo tanto, no debemos extrañarnos de que la Iglesia sea el objetivo de tantos y tan diversos ataques, pero si debemos prepararnos para repelerlos de la mejor manera posible, sin olvidar que nuestros perseguidores y agresores no son sino nuestros propios hermanos, que como decía nuestro Señor Jesucristo: «… No saben lo que hacen».
1.Ataques a la Historia de la Iglesia
Empezaremos el análisis individual de los ataques a la Iglesia en relación con la historia de la misma, donde aparecen las llamadas «leyendas negras» que consisten en una labor de propaganda y desinformación presentando hechos históricos distorsionados con el único objetivo de crear una opinión pública anticatólica.
Un denominador común que nos encontraremos en estos ataques es el recurso de juzgar las acciones y los hechos del pasado con la mentalidad del presente, sin tener en cuenta el contexto y la mentalidad existente en aquellos años. Es decir, no es justo juzgar al hombre medieval con el pensamiento y la cultura del siglo XXI, ya que si nosotros hubiésemos vivido en esa época habríamos pensado y actuado como ellos. Por eso, un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento.
Aun así, el Papa Juan Pablo II tuvo la valentía y la humildad de pedir perdón por los errores cometidos por la Iglesia a lo largo de su historia.
La Inquisición
El primer tribunal inquisitorial nació en el siglo XIII, fundado por el Papa Honorio III en 1220, a petición del Emperador alemán Federico II, y estuvo formado por teólogos franciscanos y dominicos con la función de juzgar delitos contra la fe. Su objetivo fundamental fue luchar contra las herejías, pasando a ser delitos comparables a los que atentaban contra la vida del rey, por lo que eran castigados por el Emperador con la muerte en la hoguera, como se venía haciendo desde el siglo IV.
En España, los primeros tribunales se formaron en 1242 con una actuación moderada que posteriormente se endureció con la llegada de los Reyes Católicos al considerar la unidad religiosa como un factor clave para la unidad territorial de sus reinos. Esto, unido a la intención de evitar matanzas populares, provocó la expulsión de los judíos y los moriscos de la Península Ibérica.
Los delitos que juzgaba la Inquisición eran, principalmente, los relacionados con los falsos conversos del judaísmo, mahometismo y luteranismo, la blasfemia, la brujería, la bigamia y la resistencia al Santo Oficio. Y, ciertamente, se admitió la tortura para conseguir la confesión y el arrepentimiento de los reos. El castigo físico a los herejes fue asignado a los laicos. En ningún caso podía mutilarse al reo ni poner en peligro su vida. Es innegable que hubo personas dentro de la Iglesia que se dejaron llevar por el exceso de celo y cometieron abusos.
Hasta aquí la historia, y a partir de esto la «leyenda negra» que hablará de millones de personas torturadas y quemadas por la Inquisición, y para más señas, la «Inquisición Católica». Pero veamos algunos datos de interés:
En primer lugar, cuando se juzga al Santo Oficio, no se tiene en cuenta el contexto de los hechos y la mentalidad de la época y, por supuesto, no se hace referencia a que los procedimientos empleados por la Inquisición eran los mismos que utilizaban los tribunales civiles. Y, por supuesto, no se dice nada de que la tortura y la pena de muerte eran prácticas habituales en aquellos tiempos; es decir, la Iglesia no aportó, negativamente, nada nuevo a lo que ya había.
Por el contrario, sí aportó muchas cosas positivas de las que nadie habla.
En la siguiente edición seguiremos presentando detalles de la Inquisición y otras “leyendas negras” de propaganda anticatólica.