Mons. J. Guadalupe Torres Campos/Obispo de Ciudad Juárez
Queridos hermanos, les saludo con mucho amor de padre y pastor, deseo que se encuentren bien. Hemos terminado la cincuentena de Pascua con la solemnidad de Pentecostés. Y enseguida, este domingo del tiempo ya ordinario, tenemos la solemnidad tan bellísima de la Santísima Trinidad.
Es un misterio que, si queremos entenderlo a la luz de la razón, nos vamos a complicar la vida, claro que el Espíritu Santo nos da inteligencia, sabiduría, para más que entenderlo a la luz de la razón, comprenderlo desde la fe y con el corazón. Y entenderlo en la vida, en la existencia, en la acción de Dios, Uno y Trino para con nosotros.
Todo lo hacemos en el nombre de la Santísima Trinidad: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, todo. Nos encomendamos, bendecimos, todas las oraciones son dirigidas al Padre por intercesión de Jesucristo con la fuerza del Espíritu Santo, la presencia admirable de la Santísima Trinidad.
Hoy quiero partir del salmo responsorial: ¡Qué admirable, Señor es tu poder! ¡Qué admirable Señor la Santísima Trinidad! ¡Qué admirable, Señor eres Tú! Primero contemplar a nuestro Padre Dios, un Padre bueno, un Padre que da la vida, Creador, un Padre compasivo, que me acompaña, me rescata, está conmigo.
Luego, contemplar a Jesucristo, el amor del Hijo, que se encarnó, que murió por mí, ha dado la vida por mí, me ha salvado, me ha redimido. Y el amor del Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
La Santísima Trinidad es comunión, es familia, es unidad, es vida, es amor y de ahí parte de esa experiencia de fe y de amor con la Santísima Trinidad. De ahí debe partir nuestra vida.
Mi vida de fe debe ser a la luz de la Santísima Trinidad, dejarme guiar por el amor del Padre, dejarme conducir en el amor del Hijo, dejarme conducir por la luz del Espíritu Santo.
Dice el Evangelio de San Juan, con toda razón Jesús dijo a sus discípulos, ‘aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender’. Efectivamente, el misterio de la Santísima Trinidad no lo podemos comprender ni abarcar. Necesitamos entonces de la sabiduría. La primera lectura de Proverbios habla de la sabiduría, Salomón pidió sabiduría, el don del Espíritu Santo, uno de los siete dones. Debemos invocar, pedir el don de la sabiduría para comprender, en lo posible, tantas cosas que se nos revelan, y creer.
Escuchamos el domingo pasado: ‘nadie puede llamar a Jesús Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo’, pudiéramos decir, nadie podrá comprender a la Santísima Trinidad sino a la luz del Espíritu Santo, pero sí desde la experiencia de amor, de la cercanía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, de la respuesta que estamos llamados a darle en amor a la Santísima Trinidad.
Por eso sigue diciendo San Juan, ‘pero cuando venga el Espíritu Santo, Él los irá guiando hasta la verdad plena’. Cuando venga el Espíritu Santo, que es luz, es fuego. ¡Ven Espíritu Santo!, condúceme en el Espíritu de la verdad para alcanzar la verdad plena, el amor del Padre, alcanzar a Cristo que es camino, verdad y vida y dejarme guiar por la fuerza del Espíritu Santo.
Por eso, queridos hermanos, confiamos y creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Él me creó, Él me salvó, Él me santifica, creo y vivo conforme a mi fe, en el amor al Padre, en el amor al Hijo y en el Espíritu Santo.
La frase de la antífona de entrada centra el objetivo del misterio de la Santísima Trinidad, ‘porque ha tenido misericordia con nosotros’: Desde la experiencia de un Dios misericordioso podemos entender, vivir en este misterio.
Por eso también en la oración inicial colecta, le pedimos concedernos que reconozcamos la gloria de la Eterna Trinidad. Reconocer, creer, aceptar, encarnar y que adoremos la unidad de su majestad omnipotente.
Queridos hermanos, hoy que celebramos la Santísima Trinidad, misterio de amor, de vida y de misericordia, debemos alabarlo y bendecirlo siempre. Que todo lo hagamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por eso también les doy mi bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Un abrazo, cuídense mucho, Dios los proteja.