Historias de la visita papal, a seis meses de su visita: Bertha Ríos, cocinera del Seminario, pensó que sólo vería al papa en televisión, pero se retrató a su lado…
Muchas historias y anécdotas se tejieron en torno a la histórica visita del papa Francisco a esta frontera hace ya seis meses.
Una de ellas es la Bertha Ríos, una cocinera que lleva 21 años prestando su servicio en el Seminario Conciliar, a quien Dios le regaló poder servirle al Santo Padre e incluso tomarse una fotografía con él.
“Bertita”, como es conocida, platica que por haber extraviado su credencial de elector no pudo ser acreditada para permanecer en el Seminario, ni siquiera en las vallas del exterior.
Aunque se entristeció, pensó siempre que si era la voluntad de Dios podría estar en el Seminario, y que si no, lo vería por televisión.
Narró que un día encontró muy preocupada a la hermana Ángela, una de las religiosas oblatas que sirven en la cocina del lugar.
La religiosa estaba tratando de organizar cómo atenderían al Santo Padre, cuando también debían preparar muy temprano el desayuno para todos los seminaristas que iban a ayudar en algunos de los eventos.
Entonces la cocinera, de 50 años de edad, se ofreció para ayudar en el desayuno a los seminaristas en ese ajetreado día.
Bertita pernoctó con las religiosas en el Seminario y el miércoles 17 de febrero comenzó labores muy temprano. Cuando terminó sus quehaceres quiso salir junto con los seminaristas para ir a su casa y ver al papa por televisión, sin embargo, los guardias ya no le permitieron salir.
Encerrada en la cocina
“Estaba toda la guardia del papa y los del Estado Mayor Presidencial, le dije a uno que yo no estaba acreditada y me indicaron que sólo no me moviera de la cocina”, recordó.
“Me dijeron ‘nadie la va a molestar’ y pensé: bueno, pues aquí me quedo”.
Todo el tiempo que transcurrió desde que concluyó sus labores y hasta que llegó el Santo Padre a comer, Bertita permaneció en la cocina.
En cierto momento entró la hermana Ángela corriendo a la cocina y le gritó: “Ándale Bertha, ven para que saludes al papa!”.
Con su gorro y mandil la cocinera corrió, aunque con cierto temor de que la reprendieran los guardias por no estar acreditada. Sin embargo, oró al Señor. “En tu nombre, tú sabes si yo puedo estar ahí.”
Cuando llegó con las religiosas, la hermana Ángela le dijo que el papa ya se había ido a descansar y ella pensó que no era su destino saludarlo, pero la religiosa le pidió permanecer con ellas para verlo cuando bajara de su habitación, pues entonces se tomaría fotos.
La religiosa le explicó a Bertha que podría tomarse una foto con el papa, pero junto con el equipo de chefs que prepararon la comida.
“Estaban dos señoritas y me dijeron que el Santo Padre va a ir en medio de nosotras”. Berthita les dijo: “Yo, como la samaritana, sólo quiero tocar su manto, no le hace que no salga en la foto”.
Entre emoción y cierta pena, Bertha compartió que todos estaban muy bien vestidos, los chefs luciendo sus filipinas, pero ella llevaba un pantalón y la playera del Seminario, “con mi chongo y unos tenis”, relató.
Por eso, en el momento de la foto, Bertha se puso en la parte de atrás del grupo, lo más alejada de Francisco. Y grande fue su sorpresa cuando uno de los guardias del Santo Padre fue por ella.
“Yo no le entendía, pensaba que el guardia me decía que me quitara de ahí, hasta que el padre Juanito me dijo ‘Bertita, que te pongas a lado del Santo Padre’. Yo no sabía si reír o llorar”, cuenta.
Fue tanta su emoción que soltó el llanto y mientras temblaba, el papa tocó su mejilla y le dijo “¿Por qué lloras?”.
“De la emoción de conocerlo, de estar frente a usted”, le respondí”, mientras él la tranquilizaba y se acomodaban todos para la foto, narró.
Hoy, Berthita no deja de preguntarse “¿Quién soy yo para haber merecido esto?, y de agradecer a Dios por tremenda bendición de haber saludado al papa Francisco y tener su foto junto a él, en aquel indescriptible momento.