Ana María Ibarra
A pesar del ruido del mundo, la Iglesia se encontró en un sagrado silencio para recordar la Pasión del Señor el pasado Viernes Santo, 29 de marzo.
La sede fue el templo de Catedral, a donde el obispo, don J. Guadalupe Torres Campos, y los padres Eduardo Hayen y Rafael Saldívar, párroco y vicario de Catedral, entraron por el pasillo central en una solemne y silenciosa procesión.
Poner la mirada en Jesús
En un ambiente de luto, por la Pasión y Muerte de Jesucristo, la comunidad se arodilló en silencio mientras el obispo se postraba rostro en tierra en señal de duelo.
En el evangelio, que ese día correspondió a la Pasión del Señor, el obispo y los sacerdotes hicieron la proclamación a tres voces.
En su reflexieon sobre las escrituras, el obispo resaltó que el evangelio muestra a un Jesús desconocido, humillado, que muere en la cruz.
“Esta tarde solemne, en silencio, de fe, miramos la cruz y contemplamos a Cristo crucificado. Es importante poner la mirada fija en la Jesús, pero también en todos los que están alrededor. Jesús entregó el espíritu y eso nos mueve a abrazar a Jesús crucificado que entregó su vida por mí”, expresó el obispo.
El evangelio, dijo el obispo, se encuentra lleno de expresiones y entre todas resaltó una: “He aquí el Hombre”.
“Vemos a un Jesús golpeado, desnudo, coronado de espinas. Días antes Jesús entró a Jerusalén triunfante y hoy ese hombre ha sido crucificado. Esta es una noche de contemplación en silencio”, señaló.
El obispo invitó a los fieles a elegir una frase, meditarla y descubrir lo que el Señor les pide de manera particular.
Adoración de la Cruz
Después de la oración universal, en la que se ora por la Iglesia, los creyentes y no creyentes, los catecúmenos, por los ministros y todo el pueblo de Dios, se llevó a cabo la adoración de la cruz, momento escencial de Viernes Santo.
Fue el padre Eduardo Hayen quien se dirigió al final del pasillo central donde se encontraba la Cruz cubierta con un lienzo color púrpura, misma que fue colocada delante del altar.
Monseñor Torres fue despojando el lienzo de la cruz mientras entonó tres veces: “Mirad el árbol de la Cruz, donde fue clavado Cristo”.
Al quedar la Cruz completamente descubierta, el obispo y los sacerdotes fueron los primeros que la adoraron. Enseguida, se invitó a algunos fieles a hacer lo mismo.
“Pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he ofendido, respóndeme”, fue el canto que acompañó el momento solemne de la adoración.
En el mismo silencio en que se vivo la celebración, así mismo concluyó. El resto de los fieles se acercaron a adorar la cruz, mientras el obispo y sacerdotes se prepararon para el siguiente momento de esa noche.
Procesión del silencio
Al concluir la adoracion de la cruz, los fieles salieron al atrio de la Catedral. El padre Hayen y el obispo salieron de la misión revestidos con sotanas negras y candelabro pequeño en sus manos.
El sonoro ruido del tambor anunció el inicio de la procesión del silencio.
Los fieles recibieron veladoras para acompañar el cortejo.
Cargadas por varones, de la misión salieron las imágenes del Cristo del Santo Entierro y de María Dolorosa.
Al frente iban monseñor Torres y el párroco de la Catedral, acompañados de monaguillos y personas vestidas de negro y otras con capuchas negras.
El ataúd de cristal llevaba la imagen de Cristo Muerto. Detrás de él, María Dolorosa con sus ropas negras como signo del luto que sufrió ante la muerte de su hijo amado.
Los fieles siguieron la procesión por las calles del centro histórico de la ciudad, entre cantinas y burdeles.
Algunas mujeres de negro llevaban en sus manos signos del acontecimiento: la lanza, el letrero de la cruz, el manto de la Verónica, la corona de espinas, los clavos.
Poco más de una hora duró la procesión. Al llegar a la Catedral, las imágenes fueron colocadas arriba del presiterio del templo mientras los fieles ingresaron a contemplarlos un momento.
Esa noche, se pidió a los fieles seguir en silencio y oración.
La ternura y compasión de María Dolorosa
El silencio, el luto y el dolor recibió el nuevo día, el sábado 30 de marzo, sábado santo, a las 10:00 de la mañana se llevó a cabo el pésame a la Virgen María en la Catedral.
El padre Arturo Martínez dirigió ese momento de oración y reflexión.
El sacerdote dio lectura a las catorce estaciones del viacrucis e hizo reflexiones sobre los sentimientos y sufrimientos de María en cada una de ellas.
En las reflexiones los fieles pudieron apreciar a María sufriente, pero también su amor, su confianza en las palabras del padre, a pesar del dolor de madre ante la muerte de su hijo, su corazón abatido de penas, su ternura y compasión.
“La lanza en su costado atravesó también a María. Ella recibe a aquel niño hecho despojo humano. Guardando todo en silencio en su corazón confiada en la misericordia del Padre celestial”, expresó el sacerdote.
El padre Arturo invitó a los fieles a pedir a María “su ayuda para cumplir nuestros dolores como lo hizo Jesús. Pidamos su intercesión”.
Después de las oraciones finales, los fieles pasaron a contemplar a Jesús y a dar el pésame a María.