Solemnidad de la Ascensión del Señor
Pbro. Jorge Alfonso García Martínez / Párroco de San Francisco de Asís
Hace Cuarenta días celebrábamos aquel día santo en el que Cristo, paso de la muerte a la vida y, con El, todos nosotros. Fueron horas de aliento en nuestra fe, de ganas por seguir adelante, de renovación de nuestro compromiso bautismal… a pesar de que estamos viviendo una situación inédita en nuestra vida, algo que parecía irreal, algo que ni siquiera imaginamos. Que escuchábamos pasaba en otros lugares pero pensamos que aquí no nos pasaría. ¿Cómo íbamos a celebrar los misterios más sagrados de nuestra fe, confinados en nuestras casas? Tal vez hasta el último momento pensábamos que todo se iba a solucionar y que esta pandemia del CORONAVIRUS, no impediría que hiciéramos lo que siempre habíamos hecho. Pero nos ha tocado vivir una semana santa de manera diferente, vivir una Pascua con la alegría de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, pero marcados por una situación peculiar.
Ahora que celebramos la ascensión de Jesús, nos damos cuenta de que es posible, vivir los misterios de nuestra fe, aun en situaciones adversas e inquietantes, y que esto nos invita a escuchar la vos de Dios nuestro Señor aun en estos acontecimientos, y, a responderle con nuevos ímpetus, porque Él siempre tiene algo que decirnos, en lo personal, y a nivel Iglesia.
Hoy, en esta solemnidad de la Ascensión, escuchamos la Palabra de Dios donde Jesús les dice a sus apóstoles y discípulos, Aguarden, a que se cumpla la promesa de mi Padre… ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenara de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén… y hasta los últimos rincones de la tierra. (Hech 1, 4- 6. 8.).
Los Apóstoles, no habían entendido todavía de qué se trataba realmente la obra de Jesús. Por eso, en medio de aquel momento íntimo, al estar compartiendo los alimentos, preguntan por la restauración de Israel, soñando todavía con un triunfo temporal y político. Jesús comprende que no le entiendan y les exhorta a que sepan esperar.
Cuando llegue el Espíritu Santo, cuando descienda la luz de lo alto, entonces comprenderán que su Reino no es de este mundo, que es algo mucho más grande y trascendente, un Reino de paz y amor, un Reino sin fronteras de espacio ni de tiempo, que al final acabará destruyendo a la misma muerte y alcanzará un triunfo formidable y sin término.
Habrá ocasiones en que nosotros tampoco acabemos de comprender, el proyecto de Dios, cómo los planes de Dios son de vida, y que Él está haciendo cosas nuevas, escribiendo en derecho aun en renglones torcidos, porque todo contribuye para el bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28). Por eso en esta solemnidad en la que contemplamos a nuestro Maestro y señor, ascender a los cielos, pidámosle como dice Pablo en la segunda lectura a los efesios, “que el Padre de la gloria nos conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo, que ilumine nuestra mente para comprender cuál es la esperanza a la que estamos llamados…” y así podamos responder y ser esos testigos que el señor Jesús quiere, y que llevemos su mensaje hasta los últimos rincones de la tierra.
Los ángeles les dicen a los discípulos: “galileos que hacen ahí parados mirando el cielo…” (Hech 1, 11). Esa puede ser también nuestra tentación, quedarnos mirando el cielo, quedarnos paralizados, por el miedo, el desconcierto, por no tener esas certezas que buscamos sensiblemente, achicados por el tamaño de los retos que se nos presentan. Pero luego escuchamos la voz de Jesús, esa voz que nos da seguridad, esa voz que nos anima con estas palabras: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28 20). Y así ha sido, así es y así será. Dios está presente y nos empuja de nuevo para que seamos sus apóstoles, sus mensajeros de paz y alegría en medio de este mundo, necesitado siempre de Dios.