Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Les saludo con mucho afecto, amor de padre y pastor, siempre en comunión con ustedes. Estamos celebrando el domingo de Pentecostés. Ha sido un tiempo litúrgico de 50 días, una cincuentena pascual donde hemos celebrado la victoria de Cristo, la resurrección de Cristo. El domingo pasado, la Ascensión de Jesús, asciende a la derecha del Padre, ha cumplido su misión, y hoy este domingo estamos muy contentos con la fiesta de Pentecostés.
Primero en sí mismo el hecho, el signo. Dice la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles que hubo un ruido fuerte, la acción de Dios, del Espíritu Santo es fuerte. Yo entiendo este ruido, es la presencia del Espíritu es fuerte, es intensa, por eso se significa con el color rojo la presencia de Dios, Señor y dador de vida, que resonó en la casa donde estaban reunidos los apóstoles.
Atentos al ruido
Mi primera invitación, queridos hermanos, es que estemos atentos a este ruido, a este estruendo del Espíritu Santo, el día de hoy, pero siempre, siempre vivir el Espíritu Santo. Vivimos en un permanente Pentecostés, el Espíritu Santo siempre viene, siempre hace su estruendo, su ruido que tiene que resonar en mi corazón, en mi mente, resonar en tus palabras, en tus oídos, en tus manos, en tu corazón. Resonar en la familia, resonar en la diócesis, en las parroquias, ¡que resuene el estruendo de la presencia del Señor que viene a santificarnos, a transformarnos! Es la promesa cumplida del Padre. Así lo dijo Jesús: conviene que yo me vaya porque mi Padre les enviará otro Paráclito.
Pedir su fuerza
Hoy la Iglesia, que somos todos nosotros, estamos abiertos de corazón y con los brazos abiertos a vivir esta efusión del Espíritu. Por esos la Iglesia siempre debe orar, dirigirse a Dios con esa petición que es la del salmo responsorial: Envía Señor tu Espíritu. Que no nos cansemos de orar. Queridos hermanos ¡oren! ¡oren al Espíritu Santo todos los días, a cada instante, en el trabajo, en el apostolado, en el ministerio, en el estudio, en la enfermedad. Envía Señor tu Espíritu, derrama en nosotros tu Espíritu de sabiduría, de fortaleza, de consuelo, de temor. Derrama Señor tu luz, envíame tu luz porque es importante, lo necesitamos. Necesitamos de la fuerza del Espíritu Santo.
Tendremos cualidades, talentos, grandes planes, seremos muy valiosos personalmente e individualmente, pero sin el Espíritu Santo somos nada, y con la fuerza del Espíritu Santo que clama en nosotros, adquiere toda nuestra vida una dimensión especial.
Oremos, pues, todos los días dirigiéndonos a nuestro Padre Dios: Envía Señor tu Espíritu sobre mí, sobre la Iglesia, sobre todos nosotros.
Hijos del Espíritu Santo
Es importante los efectos del Espíritu Santo, nos hace sus hijos, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, en un solo Espíritu, somos hermanos porque fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, es decir, el efecto del Espíritu Santo, si es individual a ti te santifica y te transforma, pero yo diría, más que individual es profundamente eclesial. El Espíritu Santo se derrama en ti, en todos para la Iglesia, para el mundo, para el cuerpo.
¿Qué voy a hacer con los dones del Espíritu Santo? ¿con ese estruendo, ese fuego, esa fuerza del Espíritu Santo que hoy el Señor derrama en ti? Eres parte del cuerpo, eres pie, eres pulmón, eres uña, pelo, rodilla… somos parte del cuerpo y formamos parte de la Iglesia. Somos hermanos, por lo tanto, todo don que el Señor da es para servicio de los demás. ¡No lo guardes! ¡no lo escondas! ¡no lo presumas! ¡no lo veas nada más para ti! Ponlo al servicio de los demás.
Estamos llamados pues, con la fuerza del Espíritu Santo, a construir el Cuerpo, el Reino de Dios, todos juntos con alegría, con gozo.
Cada vez que yo voy a confirmar a tanto joven en nuestras parroquias, cuando los unjo primero los unjo y les digo su nombre y “recibe por esta señal el Espíritu Santo” y contestan los que se confirman “Amén”. Pero el siguiente saludo es muy importante: la paz sea contigo.
Transmitir paz
Escuchamos en el evangelio de hoy que Cristo resucitado se aparece a sus apóstoles y les da este saludo “la paz esté con ustedes”. Los que ya hemos sido confirmados y recibido la plenitud del Espíritu Santo se nos dice: es Cristo, a través del obispo, que nos dice “la paz esté contigo” como para decir “te doy una misión, te doy mi paz, pero lleva esta paz a los demás”.
Hay que recibir y celebrar el don del Espíritu Santo. Este domingo de Pentecostés nos debe de comprometer como Iglesia, como cristianos, como bautizados, como personas, a ser hombres de paz, de bondad, de mansedumbre, de alegría y gozo, de amor.
Queridos hermanos: contemplemos ese momento de Cristo resucitado que nos da su Espíritu. Experimentemos siempre en nosotros el soplo del Espíritu Santo y pidamos “Señor, aumenta mi fe, dame la sensibilidad para experimentar el soplo divino de tu espíritu que recibo con gozo para santificarme, pero también para construir el Reino de Dios, para cumplir con la misión que hace 8 días, en la Ascensión, nos dabas: ir por todo el mundo, predicar el Evangelio a toda creatura bautizando a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Rezar secuencia
Quiero terminar esta reflexión con unas frases de la secuencia del Espíritu Santo que este domingo se ha proclamado. Ojalá que la fotocopiemos y la tengamos en nuestra cartera, para que siempre la leamos, la recemos.
Que de veras sintamos la presencia del Espíritu Santo en nosotros y nos dejemos impulsar por el que es el huésped por excelencia que habita entre nosotros pues somos templos vivos del Espíritu Santo. Que a ejemplo de nuestra Madre Santísima, esposa del Espíritu Santo, también nosotros nos dejemos abrazar por este espíritu santificador para que también como María vayamos y comuniquemos a Cristo Señor, con la fuerza del Espíritu Santo. Que el Señor los bendiga, fortalezca y los acompañe siempre. La bendición de Dios Todopoderoso Padre hijo y Espíritu Santo permanezca siempre con ustedes. Amén.