Enrique Lluch Frechina/ Doctor en Ciencias Económicas
En este mundo polarizado, en esta sociedad en la que se enaltece el conflicto y el vencer al otro, el triunfar sobre los demás, si queremos ser constructores de paz tenemos que recordar en qué consiste la paz, qué características tiene esta. El Compendio de la DSI nos lo recuerda en su número 494: “La paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad”.
Por ello la paz es fruto de la justicia. Se da en una sociedad que busca el bien común y defiende los derechos humanos. La paz es fruto también del amor, porque la paz en si misma es un acto de caridad. Estas son las características de la paz, la justicia, el bien común, la caridad. Una sociedad en paz, no solamente evita este conflicto continuo, sino que a su vez, construye estas condiciones para que se mantenga en el tiempo.
Y esto es muy importante, su mantenimiento, porque “La paz jamás es una cosa del todo hecha sino un continuo quehacer. La paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritualidad. Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar.” (‘Gaudium et spes’ 78).
Es decir, no podemos pensar en la paz como algo acabado, sino como algo que siempre hay que tener en cuenta, que siempre está por construir. Tenemos que conseguir niveles superiores de paz y al mismo tiempo mantenerlos. La construcción de la paz nunca acaba, es un trabajo constante.
Pero no podemos olvidar que la paz necesita del bien común para ser construida. Solamente a través de una sociedad en la que el bien común sea una realidad, podemos mantener y potenciar esa paz a la que aspiramos. “La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común –esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección– se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano. Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana.” (‘Gaudium et spes’ 26).
Construyendo los derechos y asumiendo las obligaciones que genera el bien común es como podemos mantener y potenciar una sociedad en paz. La paz y el bien común vienen siempre de la mano.