La semana pasada Jesús enseñó a los Saduceos y a nosotros que, en la resurrección, cuando seamos salvados, no será necesario casarse porque seremos como los ángeles que sirven a Dios día y noche.
Sin embargo, siempre ha habido personas que se resisten a servir, que, como dice Pablo a los Tesalonicenses, viven como holgazanes, sin hacer nada y entrometiéndose en todo.
Y con ocasión de que algunos peregrinos que iban a Jerusalén, pero como turistas que, ponderaban la solidez de la construcción y su belleza, pero sin involucrarse en prestar algún servicio a la comunidad, Jesús anunció: vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra, todo lo que admiran, será destruido.
Muchos querrán saber cuándo ocurrirá eso, pero ustedes, Cuídense de que nadie los engañe, ni siquiera cuando haya guerras o revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que suceder, pero aún no es el fin.
Antes de todo eso, los perseguirán y los apresarán, matarán a algunos de ustedes y los odiarán por causa mía, pero no tienen que preparar de antemano su defensa, yo les daré palabras que no podrán contradecir sus adversarios, con esto, USTEDES DARÁN TESTIMONIO DE MÍ. Ninguno de los cabellos de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida.
Hoy nos podemos preguntar: ¿Quién es un testigo del Señor? Un testigo es alguien que ve a otro, haciendo o diciendo algo, y lo comunica a los demás, a los que se puedan beneficiar con dicha información.
Nosotros los cristianos podemos dar testimonio de que Jesucristo está vivo y presente en nuestro corazón; podemos dar testimonio de todo lo que contemplamos al meditar su Palabra; podemos dar testimonio de todo lo que escuchamos en la oración, principalmente ante el Santísimo; y podemos dar testimonio de Jesús, al que descubrimos presente en los pobres, en los migrantes, en los indígenas.
Pero en los tiempos actuales, en los que se nos persigue como Iglesia, se nos calumnia y difama, a veces con razón, porque no damos un testimonio de coherencia entre lo que enseñamos y vivimos; pero también se nos persigue, calumnia y difama aparentemente sin razón, mas que por envidia al vernos felices, mientras que ellos no lo son ni lo están.
Muchos hermanos nuestros en otros países están sufriendo una persecución hasta padecer la muerte. Pero esperamos que la sangre de todos esos mártires, derramada por Cristo, sea pronto semilla de miles de cristianos más. Que nada de eso nos entristezca, sino que estemos siempre atentos, con la cabeza en alto, porque se acerca el día de nuestra liberación.