Mons. José H. Gómez/ Arzobispo de Los Ángeles
A la mayoría de nosotros, el verano nos ofrece la oportunidad de bajar un poco el ritmo, nos proporciona algo de tiempo para disfrutar de la comunión familiar y de la belleza de la creación de Dios.
Es también un tiempo en el que tal vez podemos tener un poco más de lectura espiritual y en el que nos es posible renovar y profundizar nuestra amistad con Jesús.
Jesús quiere estar con nosotros, Él quiere ser nuestro amigo y desea que vivamos una vida llena de amor y de alegría, una vida que nos lleve al cielo, tanto a nosotros como a nuestros seres queridos.
Así que debemos cultivar esa amistad, debemos buscar conocerlo y amarlo cada vez más. Y la mejor manera que conozco para lograr esto es por medio de los Evangelios y de la Eucaristía.
Si se dan cuenta de que en estos meses de verano disponen de más tiempo, los animo a que intenten hacer un esfuerzo especial para encontrarse con Jesús en la Eucaristía y en las páginas de los Evangelios.
Un buen hábito es el de leer un pasaje de los Evangelios todos los días, ya que es algo que verdaderamente nos ayuda a crecer en nuestro amor a Jesús y en nuestra comprensión de sus enseñanzas.
A algunas personas les gusta ir leyendo una pequeña parte del Evangelio cada día, en tanto que otras leen el pasaje evangélico que se proclama en cada Misa diaria y reflexionan sobre él.
Independientemente del modo que elijan ustedes para leer, asegúrense de leer en oración. Pídanle sencillamente a Jesús que Él hable a sus corazones a través de las palabras de esa página.
Jesús nos habla directamente en las páginas de los Evangelios, tal y como lo les habló a los primeros discípulos.
Nosotros leemos los Evangelios para saber qué es lo que Jesús nos enseña y promete, para saber cuál fue el motivo por el que vino al mundo y para conocer el modo en el que desea que vivamos.
Más aún, cuando leemos los Evangelios, aprendemos de su ejemplo: vemos cómo trata a la gente, cómo responde en diferentes situaciones.
Cuando leemos el Evangelio todos los días, nos convertimos en acompañantes de Jesús, en sus compañeros de viaje. “Vemos” ahí lo que sus primeros seguidores vieron, “escuchamos” sus palabras, como ellos lo hicieron; somos “testigos” de sus milagros.
Pero tenemos que recordar que cuando leemos los Evangelios, no estamos solo en una búsqueda de información. Estamos buscando una transformación.
Al meditar en la vida y en las palabras de nuestro Señor que aparecen en las páginas de los Evangelios, estamos orando para pedirle que nos ayude a ir pareciéndonos cada vez más a Él.
Jesús dijo: “Aprendan de mí”. Y el modo de hacerlo es leyendo una pequeña parte de los Evangelios cada día.
Debemos de pensar y de actuar como Él. Debemos de tener la misma compasión, las mismas prioridades y actitudes que Él tuvo.
Otro modo de parecernos más a Jesús es a través del misterio de la Eucaristía.
Estamos siendo realmente testigos de un avivamiento eucarístico en nuestro tiempo. Esto es algo muy hermoso, que le pido a Dios que siga creciendo y difundiéndose.
Para cada uno de nosotros, la Eucaristía debe ser el “pan de cada día” en el camino de nuestra vida. La celebración dominical de la Eucaristía debería ser el centro de nuestra vida como cristianos.
Necesitamos también reservar tiempo para simplemente “estar” con Jesús ante su presencia en el Santísimo Sacramento.
Para muchos de nosotros no es posible ni práctico realizar visitas a una iglesia o a una capilla durante la semana. Pero a pesar de eso, ustedes pueden hacer un gran progreso en su relación con Jesús si adquieren el hábito de llegar temprano a Misa y de pasar un tiempo en silencio, orando desde su banca, ante el tabernáculo.
El maravilloso misterio es que Nuestro Señor está verdaderamente presente con nosotros en el sagrario, tal como lo estuvo cuando acompañaba a sus primeros discípulos.
Cuando ustedes están ante la presencia del Señor, hablen sencillamente con Él, como cuando un niño habla con su Padre.
Adórenlo, agradézcanle sus dones, díganle que lo aman. Díganle lo que les preocupa. Pídanle que proteja a sus seres queridos. Pídanle fuerzas para seguirlo más de cerca.
Pero tómense también un tiempo para estar en silencio con Él, para simplemente “estar” con Jesús. Permitan que Él les hable a su corazón.
Se necesita práctica para aprender a estar en silencio con Nuestro Señor pues no siempre es fácil tranquilizar el corazón y la mente. La única manera de aprender esto es sencillamente haciéndolo.
Al encontrarnos con Jesús en la Eucaristía, buscamos ser transformados para asemejarnos más a Él. Buscamos permitirle que Él moldee nuestra vida a su imagen, del mismo modo en que transforma el pan y el vino.
Así que estas son dos sencillas sugerencias para que consideren ponerlas en práctica en estos días de verano.