Vagos y ocurrentes fueron algunos de los sacerdotes y religiosas de nuestra diócesis, quienes hoy, cuando se acerca el festejo del Día del niño compartieron con Presencia algunas de sus anécdotas de Infancia para recordarnos que debemos mantener la alegría de la infancia…Aquí las historias.
Cuando los discípulos preguntaron a Jesús ¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un pequeño niño al que que colocó enmedio de los discípulos y les respondió: “En verdad les digo: si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. (Mt 18,3).
Esta semana que celebraremos el Día del Niño compartimos con nuestros lectores anécdotas de algunos sacerdotes y religiosas en su infancia. Ellos también fueron niños y siguen teniendo en su espíritu ese toque de inocencia y alegría que los niños nos contagian.
Algunos de los presbíteros y religiosas fueron muy traviesos, ocurrentes y por supuesto recibieron fuertes regaños de sus padres por las vagancias que realizaron.
Pero a la vez que compartieron sus anécdotas infantiles, sacerdotes y consagradas invitaron a todos los fieles a recordar la palabra de Jesús y no dejar cuidar al pequeño niño que hay dentro de cada uno.
Papa Francisco
Debes saber que, cuando yo era niño, la Misa se celebraba de forma diferente a ahora. Entonces, el sacerdote miraba hacia el altar, que se encontraba junto a la pared, y no a la gente. El libro con el que decía la Misa, el misal, se colocaba al lado derecho del altar. Pero antes de la lectura del Evangelio, siempre tenía que llevarse hacia el lado izquierdo. Ese era mi trabajo: Llevar el libro de derecha a izquierda y después de izquierda a derecha. ¡Era agotador! ¡El libro era pesado! Lo llevaba con toda mi energía, pero yo no era tan fuerte: en una ocasión lo recogí y me caí, así que el sacerdote tuvo que ayudarme. ¡Qué tal trabajo que hice! La Misa no era en italiano en aquel entonces. El sacerdote hablaba pero yo no entendía nada, y mis amigos tampoco. Así que para divertirnos hacíamos imitaciones del sacerdote, mezclando un poco las palabras para inventar frases extrañas en español. Nos divertíamos, y realmente disfrutamos mucho sirviendo en Misa.
Obispo don José Guadalupe Torres Campos
El obispo don José Guadalupe se remontó a su niñez y recordó:
“Me dicen mis hermanas que fui un niño inquieto y vago, me gustaba jugar en la calle, al futbol, al bote, a la bicicleta; al monaguillo… como dicen, ‘quieres un hijo diablillo mételo de monaguillo’.
Recuerdo una anécdota con mis amigos de la cuadra, del barrio. Nos fuimos un día de vagancia en bicicletas, y andando en una colonia lejana me caí de la bicicleta, me dí ‘en la torre’ y se me rompieron los pantalones. Me asusté, no tanto por mis heridas, sino por mi pantalón.
Y efectivamente, llegué a mi casa y me llevé una buena reprimenda de mi papá que me regañó porque no tenía cuidado por las cosas y al mismo tiempo me dijo que me cuidara, que no anduviera tan vago.
De mi niñez recuerdo a mis compañeros, jugar, salir, divertirme pero también los accidentes que suceden, que no paso nada, pero también recuerdo mucho la llamada de atención de mi papá, el consejo: pórtese bien, no ande de travieso y cuide las cosas.
Es una experiencia de chiquillo que he querido compartir con ustedes para invitarnos a todos a que seamos como niños, que seamos alegres, gozosos, que disfrutemos todo con sencillez y con ese espíritu de niños que Dios nos concede.
¡Felicidades a todos los niños!
Pbro. Alfonso García
El párroco de San Francisco de Asís recordó que para un Día del Niño, había un festival y en San Francisco del Oro en el que pidieron que los niños fueran disfrazados. Ese día no tenía disfraz y le decía a su mamá ‘Yo quiero disfrazarme’.
“Mi mamá me decía ¿de qué te disfrazaré mijo…¡ahh, ya sé, de viejito!”…
Entonces empezó a ponerme unas enaguas y para simular la barba Blanca, agarró algodón, pero no sabía con qué pegarlo, entonces agarró resistol 5 mil y yo estaba muy volado y contento, pero después de unos segundos empezó a arderme y lloré y mi mamá no podía quitarme el algodón…sobra decir que terminé todo quemado.
Pbro. Alfredo Abdo Rohana
El padre Alfredo Abdo Rohana, rector del Santuario de San Lorenzo dice que siempre fue “vago”, incluso cuando creció un poco y entró al Seminario.
Compartió que cuando estaba en el Seminario, un día a él y a otros compañeros se les ocurrió salir por la noche de los dormitirios con unas sábanas encima para asustar a los demás seminaristas.
Resulta que anduvieron recorriendo los pasillos haciéndola de fantasmas sin saber que algunos de los formadores estaban viéndolos. Y luego, hasta el rector, que entonces era don Manuel Talamás se enteró y alcanzó a verlos.
Ya después del respective regaño, don Manuel los llamaba diciéndoles “¿Dónde están mis fantasmitas?
Pbro. Efrén Hernández
Desde sus primeros años de vida, el ahora párroco de La Sagrada Familia tenía la inquietud de ser sacerdote, pero cuando cursaba sexto grado de primaria tenía “dos o tres pretendientas”., que habían apostado que no me dejarían ir al Seminario”.
“Yo siempre iba a la escuela en bicicleta y se me ocurrió, para quitarles su deseo y persistencia invitarlas: ¿gustan que las pasee en la bicicleta? y ellas rápido dijeron ¡sí!
“Y ándale que subo a una en los cuernos de la bici y que agarro un bache y ¡sopas!, que vamos a dar al suelo… caí yo arriba de ella y luego la bicicleta arriba de los dos. Entonces se le quitaron las ganas y todas los demás se rieron, se burlaron y dijeron:
¡No, no!!, con este caballero no jugamos!… y pues, ni modo, soy sacerdote.
Pbro. Francisco Galo Sánchez
Travieso como aún es, el párroco de Nuestra Señora del Carmen recordó travesuras de su niñez con el estilo único que le caracteriza, que en su infancia era un estilo vaquero, pues siempre le gustaba andar de botas y sombrero.
“Cuando era niño me gustaba mucho que me vistieran de vaquero, porque me recordaba al Llanero Solitario. Llegué a tal grado que si no me vestían de vaquero, no iba al kinder.
Así que ahí andaba mi mamá buscando algo de vaquero para poder llevarme al kinder. Siempre era un sombrero, las botas, una camisa, me hacian sentir de vaquero.
Mons. Mariano Mosqueda
Originario de la Sierra de Chihuahua, el fundador del CRAEM y actual párroco de María Madre de la Iglesia recuerda el extremoso clima que vivió en su infancia.
“Cuando estaba chiquito, tenía unos 4 años o menos, vivíamos en la Sierra, en El Largo Maderal, Chihuahua. Recuerdo que mi mamá se puso un día a lavar la ropa en un tallador, afuera de la casa y me puso sentado en una cobija. Ella se sentó a mi lado y comenzó a lavar. Un día antes había nevado muchísimo, así que la nueve se había juntado en los techos y muchas partes de la casa.
Entonces estaba yo sentadito cuando cayó un fuerte viento y tumbó la nieve del techo que me cayó encima, en montón. ¡Me dí una Buena asustada! y desde entonces le agarré miedo a la nieve.
En otra ocasión, cuando tenía como 7 años, andaba jugando a los encantados en la casa, y había un alambre de puas atravesado en el lugar donde mi papá guardaba su troca. Yo andaba corriendo y entré a ese lugar , pero el sol del atardecer me encandiló y entonces me tope con el alambre. Recuerdo que me rasgó todo y tardé mucho en curarme, pero eso me pasó por andar de travieso. De ese accidente me quedó una cicatriz en la ceja,
Pbro. Jesús Lozoya
El párroco de Mater Dolorosa fue un niño responsable, pero a veces algo inquieto.
Tenía yo 9 años, y antes de ir a la escuela, en la mañana andaba buscando una pluma, que no encontraba. Mi mamá tenía un trastero en el que ponía muchas curiosidades que coleccionaba. Mi mamá siempre fue coleccionista y ponía sus cosas en ese trastero, que entonces estaba lleno de cositas: copas, platos… Era un trastero muy bonito y muy grande. Entonces cuando estaba buscando la pluma arrimé una silla al trastero para buscarla arriba y ¡ándale! que la silla se mueve y para detenerme agarré el el trastero y lo tumbé. Yo me hice a un lado y el trastero cayó en un lado haciéndose todo añicos…
Mi papá no se encontraba en ese momento. Trabajaba en una funeraria, una noche sí y una noche no.
Cuando pasó eso mi mamá le habló para contarle lo que pasó. Al día siguiente que me llevó a la escuela, mi papa me preguntó: ¿Pues qué andaba haciendo allá arriba del trastero? y le dije: andaba buscando una pluma. Entonces se sacó una pluma de su camisa y me dijo “tenga”.
Cuando se acercaba el día de la madre, mi papa me dijo: “Usted con su dinero vaya pensando, que le compra a su mamá de lo que se quebró. Recuerdo que le compré 6 copas”.
Pbro. Juan Manuel Orona
Un sacerdote muy bueno y generoso es el padre rector del Seminario Conciliar de Ciudad Juárez, pero en su infancia, dejaba salir con sus hermanas un espíritu de vagancia.
“Soy el mayor de cuatro hermanos. Recuerdo que nos sentábamos a comer todos juntos y cuando mi mamá se descuidaba o volteaba para otro lado, yo aprovechaba para echarle a mi hermana Griselda la comida que no me quería comer. Mi hermana Gris lloraba y se quejaba con mi mama “Mira mamá, Manuel ya me echó su comida”.
“Pero como yo era el mayor y el consentido, mi mamá me creía mucho a mí, entonces me defendía y le decía a mi hermana “No mi’ja, él come muy bien y se acaba todo, así tu debes comerte todo también”.
¡Pobre mi hermana! Ahora de adultos platicamos y nos reímos de esos momentos, aunque a veces me reclama porque la hacía quedar mal con mi mamá.
Pbro. Raúl Vega
El párroco de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro conserva la jocosa alegría que lo caracterizó en su infancia, aunque menos mal que no sigue haciendo las travesuras que se le ocurría hacer en sus años mozos.
“Cuando era niño, fui inquieto, me expulsaron de dos escuelas por travieso y por vago: niños descalabrados, a las niñas les quemaba el pelo, algunos niños que eran muy llorones les grapaba las orejas”.
“Hacía bromas muy pesadas, a las niñas les echaba palomitas para que tronaran y se asustaran. En una ocasión les eché ratones en las mochilas y me divertía cómo gritaban.
¡sí era vago!”
Pero la vagancia más grande que hice fue cuando vivía por la colonia El Granjero, cerca del Aeropuerto, entonces nos juntabamos los niños y les tirábamos piedras a los aviones cuando iban aterrizando. Otra vez le dimos rompope a un perro y se puso borracho.
Recuerdo también que cuando era monaguillo al querer tocar la campana, otro monaguillo y yo nos estábamos peleando por ella y nos gritábamos ¡dámela!, entonces en un momento salió disparado el vadajo y que le cae al padre Amador, que era nuestro párroco.
Monseñor Isidro Payán
Fue por el año 1937 en el mes de Julio. Tenía yo 8 años, estabamos en el salón de actos de un señor que se llamaba don Rosalío Arrieta, donde se hacían los festejos del pueblo, e ibamos a entregar una ofrenda floral a don Benito Juarez, por su aniversario luctuoso. Mi padre, Adolfo Payán, me había pedido que dijera unas palabras. Yo empecé el discurso que mi padre me había escrito y que me había aprendido de memoria y cuando iba a medio camino, después de decir “presento está ofrenda floral a don Benito Juárez”… y otras palabras que tenía que decir, me quede súbitamente mudo.
No recordaba lo que seguía, así que les dije a los asistentes: “Señores, muchas gracias ¡Ya se me olvidó!”.
Hubierán oído ustedes las carretada de aplusos, fueron más grandiosos que si hubiera dicho el discurso completo que mi padre había preparado.
Hna. Carmen Zubía, MMD
LA religiosa Misionera de María Dolorosa, hoy en servicio de misión en Perú, compartió vía Facebook esta aneecdota:
Cuando estaba en el kinder andaba un señor promocionando un detergente, pero iba vestido de llorona. Mi mama siempre iba por mí a la escuela, pero ese día no llegaba y el señor del detergente se quedó en la puerta del kinder.
Cuando lo ví me asusté mucho y salí corriendo para mi casa, que estaba como a unas diez cuadras. Me encontré a mi mamá en el camino y lloré con ella por el susto que tenía. !Me sentía aliviada! Tenía como cuatro años.
Hna. Ángeles Rivas, CFMM
Desde muy pequeña me gustaba el campo. Solíamos ir al rancho con papa y jugar por sus parcelas, sobretodo en tiempo de lluvia. El tenía dos tanques donde juntaba el agua para regar sus sembradíos, pero cuando llovía mucho, eran insuficientes, el agua invadía parte de lo sembrado que era maíz, frijol y calabaza. Era un gusto corer por las tierras con mucho barro y mojarnos.
No siempre estabamos en el rancho, pero cuando había la oportunidad la aprovechábamos y no me importaba lo que pasara. En dos ocasiones fui a dar accidentalmente dentro de uno de los tanques y por poco no estoy para contarla, pero gracias a Dios siempre hubo quien me rescatara. Una de las veces fue mi hermana Coco y otra, mi papa. y ¿qué creen? ¡Aquí estoy aún, gracias a Dios!
Un día mi mamá me pidió ir a ver a Beto, mi hermanito, que estaba llorando. (Fuimos doce hijos). Yo, por desobediente, no le hice caso y me fui a jugar y cuando regresé, mi mamá me pegó con un cinto. Me dolió mucho pues jamás me habían pegado. Pero no la volví a desobedecer.