Ana María Ibarra
La humildad es una virtud que consiste en reconocer la verdad sobre uno mismo, sabiéndose valiosos, pero también limitado; valorando los propios dones, pero sin sentirse mejor que los demás. Es así como las congregaciones Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres y el Instituto Hijas del Sagrado Corazón de Jesús enseñan a sus alumnos esta virtud, a través de la educación que les brindan.
“La humildad es vivir sin orgullo ni vanidad, con sencillez de corazón. Ser humilde no significa despreciarse ni pensar que uno no vale nada. Todo lo contrario: el humilde sabe que todo lo bueno que tiene es un regalo de Dios, de su familia, de la vida y, por eso, no se engrandece ni humilla a otros”.
Enseñanza
Así lo explicó la hermana Ma. Cruz Ledezma Juárez, religiosa del Instituto Hijas del Sagrado Corazón de Jesús y directora administrativa del recién creado Colegio Eugenio Oláez.
En ello coinciden las hermanas de la congregación Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, que administran el Centro Educativo Multicultural Yermo y Parres.
“Nuestro fundador, el sacerdote mexicano y diocesano, San José María de Yermo y Parres decía que educar precisa amar intensamente, y una de las virtudes que nos encargó fue la humildad y dentro de ella un aspecto importante es la gratitud”, dijo Margarita Sánchez, quien fue directora de secundaria en el CEMYP en Ciudad Juárez.
Desde su carisma específico, ambas congregaciones enseñan a sus alumnos la virtud de la humildad teniendo como principal aspecto “reconocer la verdad sobre uno mismo”.
“Hablando de la humildad, les remarcamos mucho a los niños y a las niñas que digan siempre la verdad. Dios es verdad, Dios es amor. Aunque nos equivocamos, pues somos seres humanos y el pecado está en nosotros, debe haber un crecimiento en esa virtud”, señaló la hermana Margarita.
“La humildad es una virtud muy importante que nos ayuda a vivir en paz con los demás. Ser humilde no significa pensar que no valemos nada, ni dejar que otros nos pasen por encima. ¡No! Ser humilde es reconocer con sinceridad cómo somos realmente, saber que tenemos cosas buenas y también cosas que debemos mejorar, y que necesitamos de Dios y de los demás”, expresó por su parte la hermana Cruz.
Jesús, el modelo
La hermana Margarita agregó que a través de la humildad se conoce a Dios, siempre teniendo un corazón abierto, generoso y disponible.
“Si está delante de nosotros el orgullo, la soberbia, que es lo contrario a la humildad, no permitimos que el conocimiento de Dios sea asimilado. Debemos tener un corazón humilde, como dice en Mateo (11,28-30): vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón y sus almas encontrarán descanso, pues mi yugo es suave y mi carga ligera”, citó la religiosa.
La hermana Maricruz añadió que Jesús es el mejor modelo de humildad.
“Él es Dios, pero no nació en un palacio. Nació en un pesebre, entre animales, en una familia pobre. Vivió una vida sencilla, ayudó a los enfermos, comió con los que nadie quería, y sirvió a todos sin buscar fama ni premios. El día antes de morir, lavó los pies a sus discípulos, como un sirviente. ¡Y lo hizo por amor! Así nos enseñó que el más grande no es el que manda, sino el que sirve con amor”, enfatizó la hermana Maricruz.
De la escuela a la casa
Consciente de que la educación ha cambiado, la hermana Margarita aseguró que trabajando la virtud de la humildad se puede avanzar en el crecimiento, y esto lo deben vivir los educadores para enseñarlo a los niños.
“Si ya hubo acercamiento con Jesús ya quitamos esos obstáculos de orgullo, de soberbia. La humildad, repito, como decía santa Teresa, es la verdad”, reiteró.
Para que la educación en la humildad se dé también en los hogares, la hermana Margarita dio unos breves consejos.
“Lo primero es dar el significado de lo que es la humildad, que es reconocer nuestra dignidad de hijos de Dios a la luz de la fe, reconocer quién soy. Segundo, reconocerme limitado, soy pecador, pero que estoy en constante cambio porque la gracia de Dios me invita a tener ese camino de conversión”, mencionó.
Añadió que no se trata de complicarse la vida ni de hacer conflictos, sino de reconocer la propia verdad personal lo que implica morir al egoísmo.
“La persona más preparada debe ser la persona más humilde, no depende del título, sino depende del ejemplo que damos a los niños. Nos equivocamos, decimos mentira, fallamos. La humildad reconoce sus equivocaciones. Hay que aprender de nuestro maestro que nos dice: aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”, enfatizó.
En ese sentido, la hermana Maricruz agregó que educar en la humildad es importante ya que eso lleva a los niños a ser más humanos, más cercanos, más respetuosos.
“Un niño humilde aprende más, se enoja menos, tiene mejores amigos, y, sobre todo, tiene un corazón más parecido al de Jesús”, concluyó.
En frase…
El Jubileo de la Esperanza invita a reflexionar sobre valores profundos como la humildad, especialmente en un mundo que muchas veces prioriza el éxito personal y material.
Hna. Ma. Cruz Ledezma
Cómo vivir la humildad en la vida diaria
- En la escuela: Cuando ayudas a un compañero que no entendió algo, sin reírte ni sentirte superior.
- En casa: Cuando colaboras con las tareas sin que te lo pidan y das gracias por lo que te dan.
- Con tus amigos: Cuando juegas sin querer ganar siempre y sin presumir cuando lo haces.
- Con Dios: Cuando rezas con el corazón, reconociendo que necesitas su amor y su ayuda para crecer.
Vivir la humildad significa:
- Reconocer nuestras limitaciones: Aceptar que no tenemos todas las respuestas y que necesitamos de los demás, de la comunidad y de la fe para crecer.
- Agradecer: Valorar lo que se tiene, tanto lo material como lo espiritual, y reconocer que muchas bendiciones provienen de la gracia y del apoyo de otros.
- Servir a los demás: Poner al prójimo en el centro, ayudando a quienes más lo necesitan sin esperar reconocimiento. La humildad se manifiesta al servir con amor y discreción.
- Escucha activa: Estar abiertos a las experiencias y perspectivas de otros, aprendiendo de ellas sin juzgar ni imponer nuestras propias ideas.
- Aceptar el perdón y ofrecerlo: Reconocer errores propios, pedir perdón y perdonar a los demás, liberando el corazón de resentimientos y fomentando la reconciliación.