Ana María Ibarra
Júbilo y fraternidad se vivió el pasado 26 de enero en la parroquia Nuestra Señora de la Paz, comunidad que celebró su fiesta patronal. Siendo la Eucaristía lo más importante para la vida parroquial, ese domingo 26 de enero, Domingo de la Palabra de Dios, los sacerdotes Salvador Magallanes y Eliezel Martínez, párroco y vicario, respectivamente, celebraron la misa solemne.
Fue el párroco el encargado de dirigir la homilía resaltando la importancia de que todo católico profundice y medite la Palabra de Dios.
“Eso es lo que nos identifica. Después de conocer la Palabra, viene el testimonio. María también nos da identidad. Creemos en la intercesión de María”, dijo el sacerdote.
Reiteró que es la Palabra la que constituye a los católicos como Iglesia, sin embargo, lamentó que la Palabra está devaluada.
“Lo más difícil es ser coherentes. La Palabra nos lleva a ser coherentes”, señaló.
Comunidad madura
Por otra parte, el padre Salvador dirigió unas palabras para hablar de la parroquia que ese día celebraba su fiesta patronal, aunque la fecha exacta fue el 24 de enero.
El sacerdote destacó la vida parroquial y la riqueza que tiene en sus movimientos y grupos, tanto de matrimonios como de jóvenes, además de las vocaciones que han surgido de ella.
“Eso significa que esta parroquia es una comunidad madura. Agradecemos a Dios que María de la Paz es una magnifica intercesora para nuestra comunidad. Agradecemos también que esta comunidad sea fuente de vocaciones sacerdotales, de matrimonios, laicos y consagradas. Agradecemos por este camino en nuestra comunidad y por la protección de Nuestra Señora de la Paz”, concluyó.
En el atrio parroquial, la comunidad continuó la fiesta, amenizada con música en vivo, lo que hizo que chicos y grandes disfrutaran de un buen domingo.
Sobre la advocación
La advocación mariana que tiene a la Santísima Virgen María como Señora de la Paz se celebra principalmente en España y en la República de El Salvador de donde es patrona.
Su festividad, el 24 de enero tiene sus raíces en el siglo VII y en el siglo XI.
En el siglo VII, terminado el IX Concilio de Toledo, su arzobispo san Ildefonso, ferviente devoto de la Virgen María, se dirigió a la Catedral para cantar los maitines. Al entrar, se produjo en el altar un resplandor fuerte e irresistible a los ojos. El arzobispo vio a la Santísima Virgen, que había descendido del cielo y estaba sentada en su cátedra episcopal. La Madre de Dios le habló con dulces palabras y le entregó una casulla, que se conserva allí, y después desapareció. A la muerte del arzobispo, ocurrida el 23 de enero de 667, la Iglesia de Toledo decretó que el 24 de enero se celebrase solemnemente el memorable descenso de la Virgen María a la Iglesia Catedral.
Pero la festividad se formalizó hasta el siglo XI, tras la devolución de la Catedral de Toledo a los cristianos tras una cruel batalla por la ruptura de los cristianos del Tratado firmado por el rey Alfonso VI con los musulmanes por la propiedad del primer templo, que según el documento pertenecía como mezquita a los seguidores de Mahoma.
La devolución se interpretó como un milagro en la víspera del 24 de enero de 1085. Al día siguiente, la Virgen era aclamada con cultos como Nuestra Señora de la Paz.