Ianire Angulo Ordorika, ESSE
No quiero hacer propaganda a ninguna cadena de supermercados, pero aquel que tengo más cerca de casa es, precisamente, el que está dando mucho que hablar en los últimos días y el que me tiene decidida a no hacer mis compras a cierta hora de la tarde. Y es que, lo que pensé que era un bulo en redes sociales, al final, ha resultado ser una de las más eficaces campañas de publicidad. Os pongo al día para quienes no sepan en qué consiste: empezó a correr la noticia de que estas tiendas habían instaurado una “hora de ligar”, de 19:00 a 20:00 h., de manera análoga a como en otros lugares existe la “hora silenciosa” para personas del espectro autista. La cuestión es que, además, este coqueteo de comercio tiene unas instrucciones muy precisas que es necesario asumir. Así, quien tenga interés por flirtear debe colocar una piña al revés en su carro, acudir al pasillo de los vinos y chocar su carrito con la persona que, teniendo otra piña invertida en el suyo, le resulte más atractiva.
A pesar de lo absurdo que resulta toda esta cuestión, parece que hay mucha gente que se lo ha tomado en serio. Tanta que en alguna ciudad han tenido que llamar a la policía local para desalojar el supermercado en esa bendita hora del cortejo. Una se pregunta, inevitablemente, si se trata de una broma o es que vivimos en una sociedad con mucha soledad mal llevada. Tampoco es tan extraño, porque, al fin y al cabo, no hay nada más compartido por todos los seres humanos que la necesidad de ser queridos. El caso es que también en la Biblia había, no una hora para ligar, pero sí una especie de código de galanteo bien conocido y que a veces se nos pasa desapercibido. Es verdad que no era el pasillo de los licores, pero sí tiene que ver con el beber.
En el Antiguo Testamento los pozos son los lugares en el grandes figuras bíblicas encuentran a su pareja. Rebeca, la mujer de Isaac, será encontrada en un pozo por el sirviente casamentero que había enviado el padre del novio (Gn 25,13-15), Jacob se queda prendado de Raquel junto a un pozo (Gn 29,2-3.9) y Séfora y Moisés también tuvieron su flechazo en el mismo sitio (Ex 2,15-16). Con ese trasfondo, no es de extrañar que el pasaje del encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo de Jacob (Jn 4) tenga tantas connotaciones afectivas.
Como si hubiera puesto una piña boca abajo y estuviera dando vueltas entre Dueros, Riberas y Oporto, el Nazareno se hace el encontradizo en el lugar del galanteo y atrae, a partir de esa sed de amor que todos tenemos, a esa mujer despistada a la que le pide agua. Está claro que la estrategia del Señor tiene poco que ver con andar chocando carritos de la compra, pero sí que es capaz de saciar nuestros anhelos de ser queridos de una manera incondicional e inmerecida, como le sucede a aquella que, si conociera “quién es el que te dice ‘Dame de beber’, Tú le habrías pedido a Él” (Jn 4,10). Quizá nuestros discursos religiosos resonarían distinto si, en vez de exigencias y cargas morales, recordáramos a los demás que, sin horario limitado ni hacerse con una fruta exótica, hay Quien nos espera en el pozo.