Pbro. Leonel Larios Medina/ Rector de la Catedral de Parral
Han pasado ya dos años de aquellos “súper-cierres” parecidos a un toque de queda, en la guerra contra el virus SarsCov2, mejor conocido como Covid. Medidas extremas para contener los contagios al no tener vacunas contra el enemigo común. Si había incrédulos y creyentes de conspiraciones “youtuberas”, lo cierto es que ante la muerte de un ser querido por estas circunstancias lo hacían más que evidente y se vivía por muchos en carne propia. La distancia social, el gel con alcohol, y el cubre bocas, se volvieron parte de nuestra vida.
Hace unas semanas, el gobierno del estado quitó la obligación de utilizar el cubre bocas en espacios públicos, para muchos un acto de liberación, para otros quizá una medida imprudente, pero ciertamente una medida oficial. Es cierto que la televisión nos mostraba países que ya no lo usaban en las calles, ni en los partidos de algún deporte, además, aunque no haya desaparecido, los reportes de hospitalización por casos graves no parecían números alarmantes. Se acabó el uso obligatorio, pero la pandemia sigue su curso hacia una endemia, es decir, este virus llegó para quedarse.
Me centraré en esta prenda de vestir en su mayoría azul y negra, en otros casos multicolor. Hace unos días al saludar a una persona me dijo: “¡quítese esa cosa para verlo, para reconocerlo y saber quién es!”. ¿Qué hay detrás de este pedazo de tela? ¿miedo? ¿tristeza? ¿sonrisas? ¿ansiedad? ¿preocupaciones? ¿esperanza? El aislamiento social como precaución sanitaria ha traído cambios conductuales que hasta la fecha no se han podido medir. Una maestra de segundo año, dice que ha tenido que trabajar con niños que parecen de kínder, porque aún no saben leer.
Hay una historia detrás de cada mirada. No creo que sea el cubre bocas que pueda ocultar lo que somos. Al menos yo aprendí a leer más los ojos. Recuerdo a un amigo sordomudo la dificultad que tenía de entender a los demás, pues estaba acostumbrado a leer los labios de las personas. Tuvo que adaptarse, tuvo que ir más allá. Fue necesario para muchos buscar la tan mentada resiliencia, para adaptarse ante las adversidades y los nuevos cambios. No existe pues una nueva normalidad impuesta, sino que las normas siempre se van adaptando por las personas que adoptan normas de conducta moral.
Al menos las alergias y gripes no abundaron, debido al uso del cubrebocas, ¡algo bueno tendrían que tener! Y si examinando buscara un elemento negativo sería el que nos haya hecho cómplices de un silencio cobarde. Al inicio algunos lo llamaban tapa bocas, como si nos impidiera hablar o casi respirar. Esto sería una catástrofe, si ya de por sí nuestro compromiso social como ciudadanos era reducido a un simple voto cada tres o seis años, espero que ahora no seamos señalados con aquella frase “calladitos se ven más bonitos”, y prefiramos tragarnos nuestras ideas y pensamientos, callando y cayendo en la zona gris de la mediocridad.
La palabra persona, en su origen griego habla de una máscara de teatro, usada en tragedias famosas. Espero que no sean los cubrebocas, ocasión para esconder brillantes proyectos, sonrisas llenas de esperanzas, besos esperados de seres que amamos, palabras comprometidas que digan yo si quiero, yo lo hago, cuenten conmigo. El mal de nuestro tiempo, ya no es un virus o la crisis económica y política que provocó, sino la hipocresía e indiferencia que ya existía desde antes y que puede ocultarse detrás del cubre bocas.