Mons. Felipe Arizmendi Esquivel/ Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
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Con ocasión de que el Papa anunció mi elección para ser cardenal, el periódico español El País publicó un comentario en que me califica como “homófobo, polémico y progresista en lo social”. Difunde opiniones de algunos personajes del país, la mayoría laudatorias, pero afirma que reflejo “posturas muy conservadoras en la moral”, que “mancharon su legado”. Se hace una ligera mención a mi actitud ante la homosexualidad y, por ello, me califica de homófobo, es decir, que soy enemigo de los homosexuales. No toman en cuenta lo último que escribí en mi más reciente artículo semanal: “El matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer que se aman, que están abiertos a la vida y que se comprometen a ser uno para el otro durante toda la vida. Las personas homosexuales son hijos de Dios y deben ser amados como Dios los ama, pero nunca se podrán aprobar los actos homosexuales, pues son intrínsecamente desordenados”.
En forma análoga, no apruebo el alcoholismo y la drogadicción, pero trato de comprender a quienes se embriagan y se drogan, porque hay vacíos afectivos muy hondos en su historia; no se sienten amados, comprendidos, valorados, exitosos, y por ello se compensan de esa forma. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama.
No apruebo el adulterio y la infidelidad matrimonial, pero trato de comprender a quienes los practican, porque en su matrimonio no hay complementariedad integral, hay menosprecios e insatisfacciones, decepciones y violencia. Buscan fuera del hogar lo que no encuentran en casa. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como Él los ama.
Nunca aprobaré asesinatos, violaciones, secuestros, extorsiones, corrupción y demagogias, pero trato de comprender a quienes han caído en esas redes, porque la mayoría han carecido de un hogar estable, de un padre justo, trabador y amoroso; carecen de estudios o de un trabajo digno; alguien los ha engañado como si el dinero y el poder trajeran la felicidad en forma automática. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama. Cuando he ido a cárceles, no voy en plan condenatorio, sino a llevar el amor misericordioso de Dios y de la Iglesia.
No me considero homófobo por el hecho de desaprobar los actos homosexuales, pues Dios tampoco los aprueba, y no por eso es homófobo. Quienes viven de esa manera, son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como Él los ama, invitándoles a la conversión.
Pensar
Transcribo las citas bíblicas que toma en cuenta el Catecismo de la Iglesia Católica, como el relato de Génesis 19,1-9, que atribuye la destrucción de Sodoma y Gomorra, entre otras razones, a la homosexualidad de algunos de sus habitantes. Las demás citas son de san Pablo:
“Conforme a los deseos desordenados de sus corazones, Dios los entregó a una impureza tal que entre ellos deshonraron sus propios cuerpos, porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la creatura en vez de al Creador, que es bendito por los siglos. ¡Amén! Por esta razón, Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues las mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra la naturaleza, y de igual manera los varones, dejando de lado las relaciones naturales con la mujer e incitándose en el deseo de unos por otros, realizaron acciones vergonzosas entre ellos, por lo que recibieron en sí mismos el pago merecido por sus extravíos. Y como no quisieron reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada, para que hicieran lo que no conviene” (Rom 1,24-28).
“¡No se engañen! Ni lujuriosos, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni insolentes, ni estafadores heredarán el Reino de Dios. Y así eran algunos de ustedes, pero han sido purificados, santificados y hechos justos en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6,9-11).
“Ya sabemos que la Ley es buena siempre y cuando se emplee para lo que es, es decir, sabiendo que ella no ha sido establecida para los justos, sino para los rebeldes y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los sacrílegos y profanos, para los que matan a su padre o a su madre y para los asesinos, para los lujuriosos y los homosexuales, para los que trafican con seres humanos, para los mentirosos y para los que juran en falso y para cualquier otro vicio que se oponga a la sana enseñanza del glorioso Evangelio del Dios bienaventurado que me ha sido confiado” (1 Tim 1,8-11).
Actuar
Dios no es homófobo por estar en desacuerdo con los actos homosexuales y con otros desórdenes morales. Dios nos ama tanto que nos envió a su Hijo, Jesucristo, no para condenarnos, sino para salvarnos. Ojalá así sea siempre nuestro proceder: no de jueces implacables, sino de hermanos que están cerca de los que necesitan el amor de Dios. Como Iglesia samaritana y con los brazos siempre abiertos a sus hijos, necesitamos recalcar más este acercamiento pastoral hacia todos, independientemente de su identidad y tendencia, invitándoles a la conversión.