Una carta desde el corazón, después de un encuentro espiritual
Xandra Luna/escritora
Acabo de vivir un retiro católico espiritual, uno de los regalos más hermosos que he recibido en mi vida. Lo pedía a gritos… o más bien, mi alma lo hacía.
Venía de tanto dolor, de tantas experiencias que me habían robado incluso las ganas de vivir. Una semana antes del retiro, escuché a un sacerdote decir en la misa dominical:
“Para Santa Teresa de Ávila, el tesoro más preciado del ser humano es el alma. El alma se debe podar, quitarle la maleza, lo que la enferma y pudre”.
En ese momento no entendí el alcance de esas palabras, pero se quedaron grabadas en mi corazón. Días más tarde, durante el retiro, las comprendí completamente.
No puedo dar detalles ni nombres de quienes me acompañaron, pero sí hablaré de Campanita, mi ángel. Así se le llama a quien te cuida, ora por ti y te acompaña antes, durante y después del retiro. Dios sabía cuánta sed tenía mi alma, y usó a Campanita y a un grupo de almas hermosas como instrumentos para recordarme cuánto me ama y cuánto me ha amado.
Aún mientras escribo esto, lloro. Lloro porque recuerdo lo que fue mi vida, lo que viví en ese retiro, y lo que soy a partir de ese momento. No importa si crees o no en Dios. Lo que quiero decirte es que hay una fuerza superior, una respuesta para tu alma.
No importa quién has sido. Para Dios siempre serás su hija, su hijo. Siempre estará con los brazos abiertos, esperando que lo mires, que le hables, que le entregues tu ser.
Como dijo un sacerdote: “No le estamos haciendo un favor a Dios. El llamado es para todos. Si quieres, acudes.”
“Oh Señor, envía tu mano desde lo alto; redímeme y sácame de las muchas aguas, de la mano de hombres extraños…” (Salmo 144)
Tal vez estas palabras no te hagan sentido ahora, pero quiero compartirte esto: he recorrido muchos caminos, algunos empedrados, otros pantanosos. He estado en terapia, he pedido señales… y aunque he tenido momentos prósperos, nunca había recibido lo que viví en este retiro.
Ahora mi vida tiene un sello: el de Dios. Su obra apenas comienza en mí.
Y como dijo el actor Eduardo Yáñez cuando le preguntaron por qué no se había suicidado:
“Porque me di cuenta que mientras estás vivo, hay una solución. Si me hubiera matado, ahí se habría terminado todo.”
Hoy sé que este retiro marca un antes y un después. No soy perfecta, pero soy su hija. Y no me he rendido. No me rendiré.
Seguiré creciendo espiritualmente. Seguiré ayudando a quien me lo pida.
Porque todo lo que tengo hoy es una promesa de Dios:
Un corazón que no deja de latir, una sonrisa que con facilidad se convierte en carcajada, y una palabra de aliento para quien quiera escucharme… o leerme. Amén


































































