Mediante la educación otorgamos al niño una estructura firme para el buen desarrollo de todas las funciones cognitivas, afectivas y ejecutivas. Estas ultimas serán las que le ayuden a controlar sus impulsos, seguir sus metas, gestionar el esfuerzo y mantener la atención.
Alicia Beatriz Montes Ferrer/ Autora
La educación para el desarrollo correcto del niño ha de partir necesariamente de unos hábitos y valores que le conduzcan a la felicidad y estabilidad final que otorgan las virtudes.
Sin embargo, hoy en día resulta muy difícil transmitir correctamente esta educación a los hijos, por el relativismo del que he comentado y que está en el ambiente social, que influye en todas las dimensiones humanas, por lo que a veces los padres lo tenemos difícil si no estamos sujetos a una verdadera vida virtuosa y, en contra, nos vamos dejando arrastrar por las modas, los vaivenes que nos ofrecen, lo que otros consideran como lo correcto, las ideologías en turno.
Educar para la felicidad
Un niño es capaz de captar enseguida y desde bien pequeño, la diferencia entre el bien y mal, su regla de vida sería, evito el mal y vivo en el bien.
Esto se ha de reforzar, ampliar y enriquecer con una educación adecuada a lo largo de muchos años, hasta que este niño logre una madurez en su personalidad, suficiente para que pueda volar por sí mismo.
La educación debe regirse por el convencimiento de que la semilla del bien está presente en el niño, pero como existe también la inclinación al mal, es necesaria la enseñanza de los valores morales y del sentido de la responsabilidad.
Educar es poner los medios para que una persona llegue a ser feliz. Y como vengo apuntando, esto requiere instruir, formar y ejercitar todo un conglomerado de conocimientos con su aparejado esfuerzo.
Pero no basta con conocimientos, se han de poner en juego todas las dimensiones de la persona, Tampoco basta con cualquier concepto de felicidad, pues como ya he sugerido en varias ocasiones, esa felicidad no supone conceder al niño lo que desee en un momento determinado, y que le hace “sentir contento” durante un tiempo limitado, sino que supone un camino arduo en muchas ocasiones, para alcanzar un valor supremo: ser una persona virtuosa que es la que sí podría alcanzar a ser feliz.
Aprender, practicando
Mediante la educación otorgamos al niño una estructura firme para el buen desarrollo de todas las funciones cognitivas, afectivas y ejecutivas. Estas ultimas serán las que le ayuden a controlar sus impulsos, seguir sus metas, gestionar el esfuerzo y mantener la atención.
Para dirigir la voluntad hacia algún valor que se desee, no vale sólo desearlo, sino que hace falta el ejercicio del intelecto: el pensar, entender y reflexionar acerca de las consecuencias de dicha acción.
Un niño que no tiene ganas de estudiar para un cercano examen, ha de aprender, aunque sea a base de tener detrás (sobre todo cuando aún es pequeño), unos padres “pesados” que constantemente le animan a estudiar. El esfuerzo que supone y el sacrificio que conlleva diariamente, incluso el tener que quitarse caprichos o dejar de hacer otras actividades más apetecibles, forman parte de este aprendizaje.
Este hecho ha de tener que conseguirlo el niño por sí mismo, sabiendo que es un bien para él y será capaz con esta práctica, de controlar su voluntad hacia este fin. Si al niño desde temprano se le han reforzado estos valores mediante hábitos continuos, llegará a dar sus frutos, deseándolos él mismo por su propia voluntad.
Como dice Aristóteles: practicando la justicia nos hacemos justos, practicando la templanza, templados y practicando la fortaleza, fuertes. Hacer el bien nos hace virtuosos; la virtud nos hace crecer como personas, aumentando nuestra capacidad de amar y haciéndonos más dignos de ser amados; y así se facilita el crecimiento y la mejora de los demás. Y en el lado opuesto, hacer el mal nos hace peores personas.
Virtudes con amor
Se debe enseñar a los niños que ellos mismos busquen las mejores alternativas o soluciones ante algún problema o dificultad, que aprendan a ser constantes en sus responsabilidades en casa, en el colegio, en sus estudios, deporte, con los amigos y hermanos, que aprendan a dar a cada uno lo que le es debido, saber ser agradecidos, respetuosos y muy importante la templanza, comenzando con los hábitos de la alimentación.
Deben aprender el esfuerzo de hacer lo que les gusta y lo hacen fácilmente o lo que no les gusta, pero deben de hacerlo también, el que sepan esperar a su tiempo un regalo, un premio, una chuchería, una película, una mascota, lo que sea, pero que aprendan a controlar ese impulso de tener las cosas ¡ya!, de hacer las cosas ¡ya! porque les gusta y les apetece. Que aprendan que el sufrir por un bien mayor no es tan malo como parece. Que sepan que con la fuerza de la voluntad es posible alcanzar los objetivos.
Considero clave que la virtud, creada a base del ejercicio diario de los actos necesarios, se ha de hacer con amor, pues de lo contrario se puede llegar a crear un habito , pero no se hará ni con libertad, ni con alegría, sino que supondrá un esfuerzo absurdo o un simple compromiso por cumplir.
La libertad auténtica es inseparable del buen amor.
Un terreno firme para el desarrollo moral del niño
Algo de suma importancia en todo buen educador es que debe de tener en cuenta que su discípulo va a aprender más por lo que vea, que por lo que se le enseñe en conocimientos teóricos. Los niños aprenden prácticamente todo por imitación, es por ello por lo que la figura de los padres en los primeros años de vida de sus hijos es crucial.
Se hace necesario un terreno firme sobre el cual asentar el desarrollo moral del niño, para lo cual los padres han de examinarse ellos primero y reflexionar sobre cuáles son los valores que ellos mismos tienen como prioritarios en sus vidas: “El problema es que mientras los padres mismos no poseamos un sistema de valores firme, no podemos tomar una postura clara frente a nuestros hijos. Nos tambaleamos de un lado a otro igual que nuestra agrietada imagen del mundo.
Infinidad de veces los hijos nos hacen mirarnos a nosotros mismos y ver, e incluso descubrir nuestros propios defectos y limitaciones, los cuales muchas veces pretendemos evitar que ellos tengan.
Límites y metas
Es imprescindible marcarles unos límites. Indudablemente, sin una guía, sin un camino, no podrán saber llegar solos al alcance de ese bien que debe estar siempre presente como objetivo en todo el proceso educativo.
Esto se podrá alcanzar si le vamos mostrando al niño pequeñas metas que debe de ir alcanzando, No podemos presentarle un proyecto a lograr en el tiempo muy lejano, pues se desmotivará. Necesita pequeños incentivos, motivaciones diarias que le empujen, todo acompañado de unas normas que son las que le ayudarán a comprender que la vida tiene unas responsabilidades y unas normas por cumplir que se han de atender, aunque no gusten siempre.
Cuanto más mayores sean, se podrán ir aumentando esos objetivos: lo que hoy a un niño de tres años le puede motivar, como un rato de dibujos animados, a la vuelta de 15 años será un futuro laboral estable y con retos emocionantes…
La constancia de los padres para llegar a la meta
Es importante en toda educación, que el niño sepa el sentido de lo que hace, que no es un deber por deber, como nos indicaba en su momento Kant, sino que trasciende en su obrar más allá de sí mismo. Todo lo que emprende tiene un porqué, un sentido.
Inculcar unos hábitos adecuados en un niño no siempre resulta tarea fácil, de hecho como ya hemos visto, requiere de mucho esfuerzo continuado. Un niño solo no podrá adquirirlo, no tiene la capacidad de realizar una acción rutinariamente pues aún no la ha asimilado como suya.
Ese “lávate los dientes” que hay que decirle al niño siempre después de comer, o “recoge los juguetes después de jugar”, no basta con que dichas acciones sean indicadas una vez para que se cumplan, sino que cada vez que coma, o cada vez que juegue, se le tendrá que recordar…Supone por tanto, constancia, perseverancia, esfuerzo…
Pero ¿Lo es también para el niño? Para este lo será en la medida en que tiene que acatar la orden, pero, sobre todo, ahí está la figura esencial de los padres que son los que tienen que tener esa constancia una y otra vez, un día y otro sin tirar la toalla, pues tan sólo así su hijo podrá adquirir ese hábito que se persigue. Claro está que si los padres no son conscientes de la necesidad de que su hijo realice esa acción, no tienen como prioridad marcada esa meta, difícilmente podrán transmitírsela a su hijo.
Ver los frutos
Es por ello por lo que el mayor esfuerzo lo han de hacer los padres buscando el bien para su hijo. Si a un hijo todas las mañanas se le dice que haga su cama y ordene el cuarto, a la larga conseguiremos que lo haga, sin apenas esfuerzo, pues habrá adquirido ya interiormente ese hábito y le estaremos ayudando a lograr el valor del orden en su vida. Lo complicado resulta a menudo estar todas las mañanas supervisando y dando órdenes a la vez que escuchando las quejas correspondientes…pero los frutos se van viendo y eso anima tanto a los padres sufridores, como al hijo, que es consciente de que se hace más responsable,
Todos sabemos, de una forma u otra, que cuando llegamos a una cierta edad en la vida y echamos la mirada hacia atrás, podemos encontrar situaciones concretas que nos resultaron en su momento muy dolorosas, difíciles de superar y nos produjeron un cierto sufrimiento. Pero transcurrido el tiempo, observamos que esa y otras tantas situaciones, nos permitieron madurar.