Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Patricia Sandoval es una conferencista pro vida a quien tuve el honor de escuchar, hace unos meses, en El Paso Texas. Su conmovedora historia es de abundante pecado y de sobreabundante gracia, de dolor y de amor, de profundas heridas y curación en el amor de Dios. Cuando Patricia tenía 19 años quedó embarazada de su novio Saúl. En una fiesta de cumpleaños fue interceptada por sus amigas quienes cuestionaron su embarazo: «Pensamos que eres demasiado joven para ser mamá. ¿Estás segura que quieres tener ese bebé? Y así como la incauta Eva dialogó con la serpiente en el paraíso, Patricia se dejó presionar por sus amigas para procurarse el aborto.
En la clínica abortista ella pidió ver a su bebé en la pantalla del ultrasonido pero no se lo permitieron. También le dijeron que eso no era un bebé, sino sólo una bolsa. Una doctora le aplicó siete inyecciones en su cuello uterino. Sus partes internas se adormecieron y entonces se encendió una máquina aspiradora. Sintió una manguera presionándola por dentro y tuvo una contracción inmensa mientras su bebé era succionado fuera. «En ese preciso instante –confiesa Patricia– sentía cómo me arrancaban la vida, mientras entraba dentro de mí el fantasma de la muerte. Me sentí como una asesina».
Muchas mujeres jóvenes creen que procurarse un aborto es tan sencillo como ir al dentista a sacarse una muela. El embarazo les parece un problema, y piensan que si terminan el embarazo el problema se acabará. Creen que nadie se enterará, que no tendrán que preocuparse por su bebé y que podrán continuar con su vida y sus planes. No es así. Como Patricia, muchas mujeres no saben que después del aborto empiezan los mayores problemas.
Después de que Patricia abortó, mintió a su novio diciéndole que había tenido un sangrado y que, finalmente, todo terminó en un aborto espontáneo. Las amigas que le aconsejaron el aborto se esfumaron, una tras otra, de su vida. Nadie le preguntó cómo se sentía después del legrado. Con el tiempo Patricia adormeció su conciencia y creyó que su aborto había sido una bendición, ya que así podía continuar con sus proyectos personales.
Sin embargo, después del aborto, hábitos destructivos y pensamientos negativos comenzaron a manifestarse en su vida. La paz y la alegría se esfumaron de sus días. «Pensamientos violentos arañaban mi mente –dice–: ideas como la de dirigirme a la cocina y tomar un cuchillo para clavármelo. Mi personalidad estaba cambiando y yo tenía muy poco control».
Mary Beth Bonacci explica que las mujeres que abortan tienen, por lo general, reacciones emocionales que no esperaban. En su mente vienen escenas retrospectivas de su experiencia de aborto. Sueñan con bebés. Son más propensas a la promiscuidad sexual y al uso de drogas. La mayoría de ellas sufren obsesiones con esa experiencia durante toda su vida. Hay estudios que muestran que las mujeres que han tenido varios abortos sufren lo que se conoce como síndrome de estrés post traumático, semejante a lo que experimentan los soldados con traumas por la guerra.
La diferencia está en que, mientras que los veteranos de guerra han vivido la violencia muy de cerca, siendo testigos de la destrucción y la muerte por armas de fuego a su alrededor, las mujeres que han abortado experimentan esa violencia dentro de sus cuerpos. Desde que una mujer se embaraza se convierte en madre. Un bebé crece en su vientre: produce ondas cerebrales, late su corazón, crecen todos sus miembros, y también siente dolor. El aborto es un brutal invasor del cuerpo de la madre que arranca la vida al bebé.
El trauma post aborto acompañó a Patricia Sandoval durante muchos años. El aborto violó su instinto de mujer protectora de su hijo. Le quitó su rol de madre, de criadora y de salvaguardia de la vida. Ella misma fue víctima de una industria muy perversa que la engañó al ocultarle de su vista el desarrollo de su hijo, y que nunca le dijo cómo se realizaba la intervención ni el impacto que eso tendría en su vida. A Dios gracias Patricia, después de haber repetido el aborto dos veces más, y de haber vivido en las calles de Los Ángeles como drogadicta, con la gracia divina pudo recuperar su vida. Pero esa es una historia que podremos narrar en otro momento.
En una sociedad que quiere endulzar los oídos llamando al aborto «interrupción del embarazo» para anestesiar las conciencias, recordemos que santa Teresa de Calcuta señalaba que una sociedad en la que la mujer tiene derecho a matar a su hijo es intrínsecamente bárbara. Los católicos por ningún motivo podemos ser parte de este genocidio y de este declive cultural. Estamos llamados a defender a los no nacidos y a sus madres de la barbarie, celebrando la vida y cada concepción.