Al celebrarse la fiesta del Santo Cura de Ars, patrono de los párrocos, Presencia ha querido entrevistar a dos sacerdotes para que compartan las enseñanzas que reciben del santo para su misión, y qué significa realizarla…

Diana Adriano/ Blanca A. Martínez
El padre Jaime Melchor, párroco recién nombrado de Cristo Rey, y el padre Juan Carlos López, párroco de Dios Padre, comparten con los lectores de Presencia sus experiencias y la visión sobre su ministerio particular, tan importante para la Iglesia y para los fieles.
En entrevista, ambos sacerdotes abrieron su mente para reflexionar sobre asuntos que están también en su corazón.
¿Qué significa para usted ser párroco?
JM: Primero que todo tener un corazón agradecido con Dios, sentirse amado porque Él nos ha configurado con Él y esta confianza que Él nos ha tenido al dejarnos a pastorear a sus ovejas porque Él es el único pastor, nos habla de la grandeza del corazón de Jesús. Para mí significa buscar llegar a tener esa grandeza del corazón de Jesús que ama, que es pastor, que busca a las ovejas, que las congrega, que da la vida por ellas…De hecho, el presbítero diocesano concretamente su carisma es este, el buen pastor, y para mí significa tener ese enfoque constantemente con lo que yo mismo he experimentado, sabiéndome parte de la Iglesia y el amor y la misericordia que he recibido de Dios, poder dar a los demás.
JCL: Ser párroco significa asumir una responsabilidad muy grande en un doble sentido: espiritual y administrativo. Espiritualmente, implica ser responsable de las almas de los fieles dentro del territorio parroquial, suscitar y alimentar la fe, la esperanza y la caridad en quienes creen en el Señor y participan de la vida parroquial. Esta labor se realiza a través de la celebración de los sacramentos, la predicación de la Palabra, la catequesis y la asistencia a los enfermos. Por otro lado, también conlleva una parte administrativa que, aunque es más complicada, es necesaria. Esta responsabilidad da sentido a la vocación sacerdotal, aunque se reconoce que es una carga seria y exigente.
¿Qué es lo que más le gusta de ser párroco y lo que menos le gusta?
JCL: Lo que más me gusta es ver la entrega de la gente, su testimonio de fe, sus historias de conversión y su búsqueda de Dios. Todo esto motiva profundamente al sacerdote a dar lo mejor de sí, a pesar de sus carencias y limitaciones. Lo más bello de ser párroco es tener una comunidad de referencia que alimenta y fortalece su vocación sacerdotal.
Lo que menos me gusta es la parte administrativa, especialmente lo relacionado con las finanzas y las cuentas por pagar. Esta labor consume mucho tiempo y puede volverse muy pesada.
JM: Lo que más me gusta es celebrar los sacramentos. La Eucaristía, los Bautismos, matrimonios, etc. También, pastorear, el conocer el ambiente, la vida de las familias, pues también ellas con su testimonio me ayudan a crecer. Por ejemplo, cuando veo la familia que viene a misa, todos vienen a misa, que compartimos en algún grupo, pero que a la vez ver que en su trabajo ellas van incidiendo, entonces me gusta mucho ver el testimonio de los laicos. Me motiva mucho.
También la convivencia con otros hermanos sacerdotes, ya en el decanato; en el Seminario, por ejemplo, estuve ahí con la comunidad. Claro que fue otro enfoque en mi servicio, pero muy contento. Igual me gusta mucho la formación, que los laicos estén formados, que sepan, que amen la Iglesia, que amen su fe… que los niños y los jóvenes sean involucrados en todo aspecto, para poder ellos crecer y amar la Iglesia a su vez.
Y lo que no me gusta, pues, es la administración, en torno a lo económico, no me gusta. Siempre he dicho dos cosas: no me gusta empacar, ni contar dinero. Tampoco me gustan algunas celebraciones cuando se le pone demasiado énfasis a lo vistoso, o hay mucha bombo y platillo, y esto creo que coincidirán conmigo muchos párrocos: a veces, cuando hay celebraciones de quince años, que son muy bonitas, me gusta la celebración, pero no me gusta cuando se realzan cosas que reflejan gastos innecesarios…es un momento muy importante, lo sé, pero generalmente tenemos malas experiencias, por ejemplo, con gente que no participa en esas misas. A veces la muchachita ni siquiera sabe a lo que viene a la misa, está más distraída en las fotografías, los muchachitos platicando. No siempre sucede así, pero particularmente ese tipo de celebraciones me inquietan, no me gustan del todo. Hago lo posible como sacerdote para hacerlos participar, hacerles sentir la celebración, pero desafortunadamente a veces uno mira que la gente no está en sintonía, se ve, se nota.
¿Cuáles son las principales enseñanzas que deja el cura de Ars a los párrocos hoy?
JCL: El Santo Cura de Ars enseña a evitar caer en la tentación de hacer grandes planeaciones buscando el “éxito pastoral”. En cambio, su vida muestra que la fecundidad pastoral proviene de la santidad y de cumplir fielmente con lo que le corresponde al sacerdote: celebrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía con devoción, y estar disponible para la Confesión. También destaca la importancia de la oración personal.
Además, enseña que hay muchas tareas dentro de la vida parroquial que pueden ser realizadas por los fieles laicos, quienes están muy bien preparados, mientras que el sacerdote debe enfocarse en aquello que sólo él puede hacer.
JM: Muchísimas, en primer lugar, la oración. La oración por su pueblo, el sacrificio, el dar la vida, que es una parte. Nos enseña con su propia conversión personal, me refiero a su conversión constante como cualquier persona, como cualquier ser cristiano, su amor por las almas, su amor por Cristo, su amor por la Iglesia, su obediencia, su humildad, su disposición, creo que nos hablan mucho para nuestro ser sacerdotal. Por otra parte, también el amor por el estudio, la preocupación por que las ovejas -los fieles- tuvieran todo lo necesario en alimento espiritual, no solamente en lo sacramental, sino sobre todo aquello que moviera su corazón a la conversión, por ejemplo, con sus sermones, preparándolos.
Su sacrificio llegó a tal punto que a veces ayunaba en largos días y el demonio se le enfrentaba y le decía, “cura come papas”… tenía esos combates. Aquí estamos hablando de grados heroicos de santidad.
¿Qué pide Dios de nosotros? si nos preguntara el santo cura de Ars, lo primero que nos diría sería: esta relación profunda con Dios, con nuestra Madre Santísima -a la que amó desde pequeño-. Creo que eso es un modelo muy grande. En lo personal, esas dos columnas: el amor a la Eucaristía -a los sacramentos- y a nuestra Madre, eso creo que nos enseña.
¿Cómo la comunidad le ayuda a ser párroco? ¿Les pide algo en específico?
JM: Primero que todo su oración por mí, como decía el Papa Francisco, recen por mí, siempre, También su comprensión, su paciencia, sobre todo ahora porque voy reiniciando, paciencia en torno a que no esperen a una persona perfecta, porque no lo soy, su diálogo, búsqueda de la santidad, para que yo realmente también pueda ejercer mi ministerio como el Señor me lo pida, es decir, que ellos correspondan a lo que uno como sacerdote les puede dar, que es todo lo que el Señor me ha regalado: experimentar esa misericordia, ese amor, y yo también darlo; y yo espero de ellos su testimonio, su ejemplo, su entrega, su generosidad, su alegría, sobre todo, de saberse parte de una comunidad, que no se sientan solos. Un laico que me pide consejo, que me acompaña también en su propio ministerio, eso me edifica, me ayuda como sacerdote.
Aunque uno como párroco siempre tiene como referencia la comunidad, la primera referencia que debe buscar un sacerdote ha de ser una referencia sacerdotal… la comunidad ayuda mucho, pero siempre de sacerdote a sacerdote nos vamos a poder entender en situaciones concretas que conciernen a nuestro ministerio y nos van ayudando a entender los signos de los tiempos en la tonalidad de ser pastores, esto es clave. Y uno como sacerdote no debe olvidar la formación permanente en todas las dimensiones que ello implica: humana, espiritual, pastoral e intelectual.
JCL: (Les pido) Disponibilidad, colaboración, sinceridad y cercanía. Valores que normalmente ya se encuentran en muchas personas, pero que siempre se deben fortalecer. Lo más importante que los feligreses pueden hacer por su párroco es rezar por él, pedir al Espíritu Santo que lo ilumine, lo santifique y le dé un corazón generoso de pastor.
Aunque en ocasiones uno desearía que el párroco tuviera un carácter o actitudes diferentes, es importante que la comunidad se acerque con docilidad, caridad y colaboración, para que el sacerdote pueda crecer y ser mejor.
¿Hay un protocolo de ser párroco, lineamientos específicos a seguir?
JCL: Sí, existe un protocolo establecido tanto en el Derecho Canónico como en normativas específicas de cada diócesis. Al recibir el nombramiento de párroco, este incluye una lista de derechos y deberes que se leen públicamente durante la misa de toma de posesión. Estas obligaciones cubren aspectos de la vida pastoral en el decanato, la diócesis, la parte administrativa y el mantenimiento de los registros sacramentales.
Recuerdo que al escuchar por primera vez todas las responsabilidades que implicaba ser párroco, le comente al obispo que ya no quería aceptar, por el gran compromiso que representaba.
JM: Creo que sí lo hay, en torno a lo que nos pide la Iglesia del trato, del respeto, de la ayuda mutua, de la comunión con la Iglesia, de estar atentos a lo que el magisterio nos enseña, para que juntos lo sigamos nuestra fe y la doctrina. Ya en lo humano, personal y comunitario, yo voy haciendo lineamientos también, que creo que están dando pauta a mi ministerio en este momento; por ejemplo, no generar celos, ni divisiones, algo que parte de mí mismo; me explico: que si voy a la casa de algunos, ¿por qué a la casa de otros no?. Entonces prefiero mejor convivir como grupo, como comunidad, y si alguien me invita, por ejemplo, en lo personal, a comer, que no sea en situaciones privadas, no quiero eso. Por otra parte, la casa del sacerdote es del sacerdote, tener esa limitación, no porque sea un claustro, sino que tenga esa característica. A la vez, que sepan que la parroquia es casa de todos nosotros y cuidarla. Otro protocolo en torno a los menores, esto que se nos enseña también en la Iglesia, en la diócesis se han trabajado últimamente estos protocolos, bendito Dios, y es algo que hacemos juntos. Ayer, por ejemplo, platicaba con los catequistas y les dije: hay que tener nosotros mismos nuestros lineamientos y ayudarnos con lo que nos ha dado la Iglesia: tener la sana distancia, digamos, sobre todo en torno a los niños, jóvenes y adolescentes, con los que tenemos que tener mucho cuidado. Y el protocolo personal, por ejemplo, el trato con la mujer, desde el saludo, no con demasiada familiaridad, porque eso también a veces genera celos, malos entendidos, quizá.
Yo les dije: yo no vengo a ser su amigo, vine a ser su sacerdote y la amistad se dará por añadidura. Busquemos, por lo pronto hacer lo que el Señor nos está pidiendo, yo soy su pastor y estoy con ustedes en todo lo que me necesiten como sacerdote, lo demás se irá dando. Y no quiero tampoco con esto mostrarme como alguien que no tiene corazón, insensible, ¡Al contrario!, precisamente como el Señor me envió aquí como su sacerdote, su párroco, su pastor, quiero hacerlo ante todo con esa finalidad, ya lo demás, el Señor nos irá dando pautas en eso.
¿Algo que quisiera agregar?
JCL: A todos los feligreses que leen este testimonio a través del periódico, que recen mucho por sus párrocos. Aunque a veces se quisiera un párroco diferente en cuanto a carácter o actitudes, animo a la comunidad a acercarse con docilidad, obediencia, caridad y colaboración, para caminar juntos en la misión y ayudar a que sus pastores sean mejores cada día.
JM: Agradecer la confianza por esta entrevista, me agrada que se pueda compartir esto que los sacerdotes, los párrocos podemos tener en el corazón. Para mí es una alegría estar en una comunidad, extraño el Seminario, es humano, me gusta mucho la docencia aunque no he aprendido todavía a ser docente, pero estoy en el camino y ahora el Señor me da la oportunidad de serlo en la comunidad parroquial y estoy contento y agradecido con Dios por la confianza que Él me tiene y que el señor obispo ha tenido en mí. Espero que en esta comunidad -ahora que vamos iniciando juntos el camino-, pueda yo dar lo que el Señor me pide para ellos.