Una reflexión de monseñor Isidro Payán sobre la vida del padre Refugio Montoya, quien hace unos días partió a la Casa del Padre.
Mons. Isidro Payán/párroco de La Santísima Trinidad
Así se le conocía. Así le llamábamos. Hace unos días lo sepultamos, muchos fieles, el Señor Obispo Don Guadalupe y un pequeño grupo de sacerdotes.
La tarde estaba serena. No había viento, tampoco frío. El sol se había escondido detrás de unas nubes que rompían el celeste color del cielo que se asomaba entre girones nebulosos que cambiaron de tenues colores conforme avanzaba la tarde.
Cuco fue un tipazo. De niño había venido de Encarnación de Díaz, Jalisco, con sus padres. Tuvo un hermano que falleció siendo jovencito. Su padre fue sacristán en la parroquia del Sagrado Corazón. Su madre fue doña Juanita. Algunos creemos que de ella heredó la fuerza de su firme carácter.
En el seminario de Chihuahua, siendo alumno, se distinguía por su perseverancia, su continuo esfuerzo y su gran empeño. No cejaba ante nada. Desde entonces, el rector Monseñor Manuel Talamás, apreciaba esas cualidades. Y lo mismo vimos sus maestros de entonces.
En el campo de juego era temido por los equipos de futbol de la ciudad de Chihuahua y de Delicias. Fornido, fuerte, no se arredraba nunca. Mientras Raúl Gamboa dejaba en el camino a los adversarios con sus habilidades y quiebres, Cuco estaba al acecho para hacer los goles.
No era alto, pero era fuerte para anotar. Y muchas veces lo hacía de puntera. Fornido, pesaba como aplanadora a los contrincantes. En la temporada de 1956-1957 fuimos campeones de Chihuahua. El anoto catorce goles. Uno de promedio por cada partido. Y el trece de marzo de ese mismo año del campeonato, día del Seminario le ganamos a la selección Chihuahua 3 a 2 en el campo de Avalos. Y Cuco cumplió con su tarea. Marcó su golecito.
Fue ordenado sacerdote el 15 de Septiembre de 1957 por el primer obispo de nuestra querida diócesis. También Cuco fue primicia sacerdotal para Ciudad Juárez.
Muy pronto, fue destinado a servir como vicario en la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Dio muestras de su gran amor por la catequesis y por los y las catequistas. Era un verdadero líder en la formación y en el trabajo apostólico. Por muchos años, aquellas muchachas y los jóvenes atendidos por él han dejado huella muy profunda en ese trabajo evangelizador. Baste recordar a Irma Meza, Malda, Lupita y otras más.
Los sábados en la mañana, muy temprano, reunía a su grupo y en un desusado estilo se iba a Zaragoza y a los pueblos vecinos del Valle y levaba una o dos catequistas para cada lugar para que trabajaran en la catequesis. Después retornaba para recogerlas por la tarde. Ellas regresaban satisfechas de su labor con una sabrosa fatiga de servicio apostólico y de contagiosa aventura. Allí aparecía ya una de las cualidades del Padre Cuco: su innata creatividad.
El Señor Obispo Talamás erigió una parroquia nueva en el Terrero, en el municipio de Namiquipa y designo al Padre Cuco para que fuera el párroco de aquel lugar. El gozo de los fieles fue inmenso y para Cuco fue el inicio de muchos otros servicios de párroco en diversos espacios diocesanos .
Entre las obras significativas de su ministerio sacerdotal tuvo a su cargo la construcción del edificio del Cedec, Centro Diocesano de Catequesis. Este edificio que es ocupado ahora como espacio para las reuniones del presbiterio. Fue el arquitecto Alberto Rosas el ejecutor de la obra junto con el Padre Montoya.
Otra gran obra que realizaron juntos fue la edificación, hasta llevar a término, del hermoso Templo de la Divina Providencia a donde volvió después como última parroquia en la que estaría como párroco. Después, debido a su precaria salud, permanecería allí como vicario con el Padre Miguel Cisneros, pues, anteriormente este sacerdote con gran caridad acompañaba mucho a Cuco y estaba pendiente de él en sus dolorosos lapsos de enfermedad en la parroquia de San Francisco de Asís de la Colonia El Granjero.
Sin pretender enumerar todos los lugares donde ejerció su ministerio sacerdotal hay que mencionar su anterior paso por la parroquia de Cristo Rey. Allí también la marco con su propio estilo. Como en todas partes escribió con su vida el amor por la catequesis y por la enseñanza a los fieles, así como su esmerada preparación de las homilías, que casi siempre escribió con su enérgico espíritu. Nada de eso puede olvidarse. También logro traer a nuestra diócesis el Encuentro Nacional de Música Sagrada. Ese fue un gran logro.
En los últimos años de su vida también incursionó en el gozo de escribir algunos ensayos y así escribió pequeños libros que retratan mucho su propia personalidad, sus anhelos, sus éxitos y algunas desilusiones acompañadas de frustraciones que paso en su vida.
Bendito sea Dios que en su providencia nos regaló el sacerdocio del Padre Cuco Montoya a quien todos le deseamos el gozo y la dicha de la bienaventuranza eterna.