Ing. Oscar Ibáñez/Profesor universitario
A mediados de 2014 cuando se hizo público que el Papa Francisco tenía intenciones de visitar México, mucha gente pensó que Ciudad Juárez, Chihuahua en la frontera entre México y Estados Unidos sería una opción para incluir en su itinerario.
El Papa desde que asumió la tarea de pastor universal de los católicos ha insistido en la necesidad de que la Iglesia, como Pueblo de Dios, vaya a las periferias del mundo, a las periferias existenciales, lo hizo en su primera misa dominical como Papa, y lo hizo también en su primera audiencia pública:
“Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos —como dije el domingo pasado— para ir al encuentro de los demás, para ir hacia las periferias de la existencia, movernos nosotros en primer lugar hacia nuestros hermanos y nuestras hermanas, sobre todo aquellos más lejanos, aquellos que son olvidados, que tienen más necesidad de comprensión, de consolación, de ayuda.”
Quizá esta sea una de las razones para considerar a Ciudad Juárez, ya que es una de las periferias territoriales del país, pero también una frontera que por su fama mundial de abusos, de sufrimiento, de crimen e impunidad, donde existen tantas víctimas tocadas por el miedo y la violencia, se requiere del bálsamo de la comprensión y la ayuda.
La otra razón que se esgrimió para incluir una visita a la frontera es por el interés manifiesto del Papa por el tema de la migración, una periferia territorial, política y existencial. Un tema que ha marcado su labor pastoral desde su primer viaje fuera de Roma, pasando por sus insistentes discursos, exhortaciones, reflexiones y gestiones en diversas partes del mundo por los migrantes.
Frente a Obama cuando lo visitó en El Vaticano, de cara a los poderes europeos en su discurso al parlamento europeo, en la última crisis de inmigrantes hacia Europa, y finalmente en su discurso frente al Congreso norteamericano en su reciente visita a Estados Unidos.
Las lágrimas del Papa en Lampedusa por los migrantes muertos en el mar, demostraron su interés por rescatar un tema central de nuestra época del mar de la indiferencia: “Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte.
(…)En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia.
¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!”
Ciudad Juárez es entonces un lugar simbólico, el punto de encuentro y desencuentro de dos realidades que se atraen y se rechazan al mismo tiempo, un lugar que se puede considerar un espacio límite, umbral, marginal, periférico; donde la esperanza por encontrar una vida mejor se encuentra con barreras físicas y políticas, que marcan también el desencuentro de los hermanos.
En este lugar por varios años se han celebrado ya misas binacionales donde se busca enfatizar la fraternidad sobre las diferencias.
Para los habitantes de la frontera, la sola posibilidad de que el Vicario de Cristo vaya a caminar junto con ellos, implica un tiempo de preparación espiritual, una disposición para reflexionar sobre la indiferencia, las omisiones y la falta de compromiso frente a las injusticias, la pobreza, la violencia y la corrupción que lleve a cambiar a las personas, como un paso previo para cambiar su entorno. Ciudad Juárez ya está invitando al Papa.
Se puede seguir siendo parte de la globalización de la indiferencia y esperar irracionalmente que a partir de la apatía la realidad cambie. Pero también se puede asumir la actitud de los ninivitas que ayunaron e hicieron penitencia para convertirse en una mejor comunidad.
¿Si a ti te fuera a visitar el Papa, cómo te prepararías para recibirlo?
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