El peregrino que ha venido desde Roma como profeta a denunciar injusticias, como sacerdote a presidir la oración y Eucaristía de cada día, y como servidor de sus hermanos consolando, animando y enseñando a su paso por toda la geografía del país, nos ha dejado ya a la mitad de su viaje, material para comentar sus palabras durante varias semanas, y esa es mi intención, hoy empiezo por el mensaje en Palacio Nacional.
En ese lugar que simboliza el poder ejecutivo en México se encontraban además del presidente y su gabinete, gobernadores, legisladores y ministros, otros líderes de las diversas expresiones políticas y sociales junto con algunos de sus familiares.
Desde el inicio de su mensaje, el Papa mostró el contenido guadalupano al afirmar que venía además de como misionero de misericordia y paz, también “como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella.” Ese deseo lo tuvo por la tarde al estar en oración a solas con la Virgen casi media hora.
El Papa invita a los mexicanos a valorar, estimular y cuidar la identidad que se ha gestado en la diversidad, con rasgos de multiculturalidad difíciles de encontrar y valorar. Hay aquí una primera tarea, la reflexión sobre la identidad propia que es rica y compleja.
Luego viene un profundo mensaje político alrededor de la necesidad de construir el bien común y de la posibilidad real de transformar a la Patria a partir de la riqueza de sus jóvenes. La denuncia profética es sobre la realidad que muchos de los presentes en el patio central del gobierno mexicano, han ayudado a construir con sus acciones u omisiones.
“La experiencia nos demuestra que, cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”. Dijo el Papa.
La realidad más oscura de México fue descrita en un solo párrafo, y al mismo tiempo la esperanza apoyada en el compromiso de la juventud de sus habitantes mostraba la herramienta para el cambio: “Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse.”
En el siguiente párrafo el Papa Francisco nuevamente apela a la identidad mexicana forjada en una historia, donde las peores situaciones se han remontado en el compromiso de hombres y mujeres que se han opuesto al individualismo “en la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona.”
Y llamó a los cristianos de este país “a la construcción de «una política auténticamente humana» (Gaudium et spes, 73) y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte.” Es curiosa la ingenuidad de muchos que llegaron a pensar que el Papa argentino no vendría a México a hablar con claridad.
Recordó a los dirigentes ahí presentes, que tenían una mayor responsabilidad en trabajar para que todos tengan “un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.”
Y también afirmó que debe ser una labor compartida entre autoridades que hagan leyes buenas y gobiernen bien, y los ciudadanos que a través de su responsabilidad contribuyan al desarrollo nacional. Finalmente ofreció la colaboración de la Iglesia católica (entiéndase laicos y pastores) para la construcción de la civilización del amor.