Card. Felipe Arizmendi Esquivel/ Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
Mirar
Hace pocos días, el Papa Francisco, en Kasajistán, participó en una reunión mundial de líderes religiosos, no sólo cristianos, sino también musulmanes, judíos, animistas y de otras religiones tradicionales. En las fotos, aparece el Papa en una gran mesa redonda, en plan de igual con los demás. Ante esto, no falta quien lo acuse de estar relativizando la importancia de nuestra fe católica, como si todas las religiones valieran lo mismo. Idéntica crítica se hizo a San Juan Pablo II, y luego a Benedicto XVI, por haber promovido reuniones similares en Asís. Esto nos recuerda a los judíos conversos al cristianismo que criticaban a Pedro por haber ido a comer en casa del pagano Cornelio.
Muchos de esos críticos de los Papas no han asumido lo que ya el Concilio Vaticano II nos hizo ver: Que Jesucristo es el único mediador entre Dios y la humanidad, y que la Iglesia tiene la misión de ser sacramento de salvación universal y luz para toda la humanidad, en Cristo y por Cristo, pero que Dios tiene sus caminos secretos para compartir su amor y su vida en forma misteriosa, sólo conocida por su Espíritu, también fuera de la institución eclesial, y que los de otras religiones no católicas participan también del misterio de la redención en Cristo, pues Dios quiere que todos los seres humanos se salven en El. El Concilio nos hizo comprender el misterio de la Iglesia no como una institución cerrada en sí misma, sino valorando los dones de Dios, las “semillas del Verbo”, y ofreciendo la plenitud de la revelación, que es Jesucristo.
En Chiapas, pude convivir bastante con creyentes de otras religiones cristianas, y aprecié su buen corazón, su vida recta y acorde con el Evangelio. También con musulmanes, la mayoría indígenas chamulas que eran presbiterianos y se convirtieron al Islam, pero que son gente buena, pacífica y trabajadora. Igualmente, conviví con quienes no se consideran creyentes, pero luchan por mejorar la sociedad, por promover la justicia y la paz. Dios vive y actúa de muchas maneras en los corazones humanos.
A principios de octubre próximo, tendremos en Panamá el VII Simposio de Teología India, con la participación mayoritaria de indígenas latinoamericanos, con el tema: “Espíritu Santo y Pueblos Originarios”. Su objetivo, señalado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, cuando era Prefecto de Doctrina de la Fe, es: “Proseguir el camino de profundización de los contenidos doctrinales de la Teología India, para avanzar en su clarificación a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia”. Ya hemos realizado otros simposios sobre Jesucristo, la Creación, la Revelación, la Trinidad y los pueblos originarios. Es un proceso para descubrir qué presencia hay de Dios en estos pueblos, pues ellos no están fuera del corazón de Dios y de la Iglesia.
Discernir
El Papa Francisco, en su vuelo de regreso de Kasajistán, expresó: “Alguien criticaba y me decía: esto es fomentar, hacer crecer el relativismo. Nada de relativismo. Cada uno tenía su opinión, cada uno respetaba la posición del otro, pero dialogamos como hermanos. Porque si no hay diálogo, o hay ignorancia o hay guerra. Mejor vivir como hermanos; tenemos una cosa en común, todos somos humanos. Vivamos como humanos, bien educados: ¿Tú qué piensas, yo qué pienso? Pongámonos de acuerdo, hablemos, conozcámonos. Muchas veces estas guerras «religiosas» mal entendidas provienen de la falta de conocimiento. Y esto no es relativismo. No renuncio a mi fe si hablo con la de otro; al contrario. Honro mi fe porque otro la escucha y yo escucho la suya” (15-IX-2022).
En su intervención ante los líderes religiosos, dijo: “Que Kazajistán pueda abrir una nueva ruta de encuentro, basada en las relaciones humanas: el respeto, la honestidad del diálogo, el valor imprescindible de cada uno, la colaboración; un camino para recorrer juntos hacia la paz… El mundo espera de nosotros el ejemplo de almas despiertas y de mentes claras, espera una religiosidad auténtica. Ha llegado la hora de despertarse de ese fundamentalismo que contamina y corroe todo credo, la hora de hacer que el corazón se vuelva transparente y compasivo… Las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa. La búsqueda de la trascendencia y el valor sagrado de la fraternidad pueden, en efecto, inspirar e iluminar las decisiones a tomar en el contexto de las crisis geopolíticas, sociales, económicas y ecológicas —pero, en la raíz, espirituales— que atraviesan muchas instituciones en la actualidad, también las democracias, poniendo en peligro la seguridad y la concordia entre los pueblos. Por tanto, necesitamos la religión para responder a la sed de paz del mundo y a la sed de infinito que habita en el corazón de todo hombre… Es un derecho de toda persona dar testimonio público de la propia fe; proponerla, sin imponerla nunca. Es la buena práctica del anuncio, diferente del proselitismo y del adoctrinamiento, de los que todos están llamados a mantener distancia… Purifiquémonos de la presunción de sentirnos justos y de no tener nada que aprender de los demás; liberémonos de esas concepciones reductivas y ruinosas que ofenden el nombre de Dios por medio de la rigidez, los extremismos y los fundamentalismos, y lo profanan mediante el odio, el fanatismo y el terrorismo, desfigurando también la imagen del hombre… Sigamos adelante juntos, para que el camino de las religiones sea cada vez más amistoso. Que el Altísimo nos libre de las sombras de la sospecha y de la falsedad, que nos conceda cultivar amistades luminosas y fraternas, por medio del diálogo asiduo y la franca sinceridad de las intenciones. No busquemos falsos sincretismos conciliadores —no sirven—, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Sólo así, por este camino, en los tiempos oscuros que vivimos, podremos irradiar la luz de nuestro Creador” (14-IX-2022).
Actuar
Pidamos al Espíritu Santo que nos haga capaces de mantenernos firmes en nuestra fe e, iluminados por ella, descubrir su presencia en otros creyentes y en tantas personas de buena voluntad, para unirnos en la lucha por un mundo más habitable.