Al iniciarse el tiempo litúrgico que llama a los católicos a la lucha contra el pecado para llegar a una nueva vida en Cristo, sacerdote comparte su experiencia en la batalla en un pueblo apabullado por el pecado…
Diana Adriano
En el inicio de la Cuaresma, tiempo de conversión y reconciliación, el padre Gary Eduardo Reyes, párroco de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en El Porvenir, en el Valle de Juárez, compartió su experiencia de acompañamiento a una comunidad profundamente afectada por grupos delictivos y la violencia.
El sacerdote destacó que prácticamente todas las familias de la zona han vivido de cerca el impacto de esta realidad, ya sea porque tienen un familiar involucrado directamente en actividades ilícitas -y el pecado- o porque conviven con quienes forman parte de ese mundo.
Sin embargo, en medio de este contexto difícil, la labor pastoral se mantiene firme, ofreciendo esperanza y orientación espiritual a quienes buscan una nueva oportunidad de vida.
“El acompañamiento es para toda la comunidad. Aquí todos han vivido los estragos de la violencia. Muchas familias tienen algún integrante en estas situaciones, ya sea en actividades del narcotráfico o en trabajos más sencillos dentro de ese entorno, como cuidar ganado o lavar autos. Es una realidad con la que convivimos diariamente”, compartió el presbítero.
Inmersos en la realidad
Explicó que ante esta situación, sus homilías buscan generar conciencia sobre la gravedad del pecado, aunque sin señalar directamente a nadie, pues es consciente de que muchas personas de su comunidad están inmersas en estas realidades.
“Las homilías son para hacer conciencia. Siempre con prudencia, sin denunciar directamente a las personas. Claro que sé algunos nombres, pero nunca los digo. Siempre hablo de manera general sobre el pecado y la situación en la que nos envuelve”, mencionó.
Uno de los mayores desafíos, explicó, es que muchas de estas personas, al estar involucradas en actividades ilícitas, son quienes sostienen económicamente al pueblo.
“Es complicado, porque muchos de ellos son los que solucionan los problemas del pueblo, compran comida, ofrecen trabajo, porque no hay otras fuentes de empleo. Vivimos en una normalidad que va en contra de la vida y de los valores cristianos”, reflexionó.
En su labor pastoral, el sacerdote ha visto cómo los jóvenes enfrentan una dura realidad: pocas oportunidades y un entorno donde el crimen parece la única opción viable.
“Es complicado, pero poco a poco se va haciendo conciencia. Se motiva a los niños y jóvenes, les hacemos ver que tengan cuidado, que busquen mejores oportunidades, aunque sea fuera del pueblo. Nos duele ver el pueblo vacío, pero es mejor que los jóvenes se vayan a la ciudad o incluso a Estados Unidos a continuar sus estudios, porque aquí son presa fácil de involucrarse en estos movimientos”, señaló el sacerdote.
Acompañamiento firme
Explicó que el acompañamiento es para todo el pueblo, tanto en visitas a las familias, como en encuentros con quienes han tomado caminos difíciles.
“Cuando visito a las familias, pregunto cómo están sus hijos, cómo les va. A veces veo pasar a quienes están metidos de lleno en esto, me saludan y no hay más que un breve comentario. Algunos se abren al diálogo, otros no, porque su mentalidad ya está puesta en ese mundo. Y si salen de ahí, ¿a dónde van? No hay trabajo, no hay progreso, por eso muchos prefieren quedarse”, lamentó.
Como una guerra
Desde su llegada, el padre Gary ha trabajado en generar conciencia sobre la importancia de la familia y la oración como pilares fundamentales para cambiar el rumbo de la comunidad.
“Es difícil seguir generando conciencia, pero es posible. Tenemos que esforzarnos desde los núcleos familiares para cambiar la realidad de nuestro pueblo. No sé qué palabra usar para describirlo, pero es como una guerra. Desde la familia hay que formar nuevas conciencias, nuevos ciudadanos, hacerles ver que hay otras maneras de vivir, aunque eso implique salir de aquí. Costará más salir adelante, pero creo que es el camino más seguro”.
Lucha contra el maligno
El sacerdote también ha insistido en que la violencia que afecta a la comunidad no es solo un problema social o económico, sino que tiene una dimensión espiritual profunda.
Para él, el mal se infiltra primero en la mente de las personas, haciéndoles creer que sus acciones son simplemente un trabajo más, algo normal dentro de su entorno. Luego, se apodera del corazón, llevándolos a cometer actos impensables.
“Tenemos que aceptar y reconocer, aunque a muchos no les parezca, que esta realidad también es obra del maligno. Él se apodera primero del pensamiento del hombre, haciéndole creer que lo que hace es solo un trabajo más, algo normal. Luego, domina el corazón, hasta llevarlo a cometer cualquier acto, incluso matar a su prójimo por defender un pedazo de tierra”, advirtió.
Por ello, desde que llegó a la parroquia, ha impulsado una intensa vida de oración, con especial devoción a San Miguel Arcángel, a quien considera un protector en esta batalla espiritual. Después de cada misa, la comunidad reza la oración de liberación y sanación, un compromiso que han mantenido durante casi cuatro años.
Combate de uno, combate de todos
A pesar de estos esfuerzos, el temor sigue presente en la comunidad. La gente vive con la incertidumbre de que el pecado de la violencia pueda volver a recrudecerse en cualquier momento.
“Aquí se vive con miedo, con la preocupación constante de que todo vuelva a estallar. Siempre estamos con ese temor de que esto vuelva a crecer”, confesó el padre.
Sin embargo, su mensaje sigue siendo de esperanza. Cree firmemente que, a través de la oración y el fortalecimiento de los valores familiares, es posible resistir y ofrecer un camino diferente a las nuevas generaciones.
“Este es un combate espiritual y tenemos que estar atentos. Todos tenemos pecados, todos enfrentamos luchas, pero como pueblo, en esta situación, el combate es aún mayor. Por eso seguimos en oración”.
Marcados por la gracia
A pesar de la imagen que muchas personas tienen sobre El Valle de Juárez, el padre Gary, asegura que la vida en la comunidad no se reduce a la violencia.
Aunque la inseguridad ha dejado su huella, también hay esperanza, belleza y un profundo sentido de comunidad entre sus habitantes.
“No siempre estamos en violencia, porque a veces la gente piensa que en El Valle todo el día, a todas horas, nos estamos dando de balazos y pues no. Hay días tranquilos. En lo que yo estoy aquí, no me ha tocado presenciar un acto violento en el pueblo. Vivimos y convivimos las dos partes: el pueblo que quiere seguir adelante y aquellos que llevan esa vida, pero convivimos en un solo pueblo, nos vemos todos los días, pero no estamos siempre así”, compartió el sacerdote.
Más allá de la situación que enfrentan, el sacerdote destacó que la comunidad también está llena de bendiciones y de personas que trabajan por un mejor futuro.
“Como dice San Pablo: ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’. Y yo creo que este pueblo está lleno de mucha gracia y bendición de parte del Señor”, afirmó.
El padre Gary reconoció que aprender a vivir en este contexto no es fácil, pero insiste en que El Valle tiene muchas cosas hermosas que ofrecer.
“Aprendemos a vivir y a disfrutar nuestro bello pueblito. Aquí hay gente de fe, familias que luchan día a día, y eso es lo que realmente define a nuestra comunidad”, concluyó.