Este es el testimonio de un hombre migrante que encontró apoyo en la Iglesia católica de Ciudad Juárez, mientras pudo retomar su posibilidad de ganar el propio sustento a través del trabajo.
Ana María Ibarra
“El trabajo es una unción de dignidad”, es una de las frases que el Papa Francisco ha expresado en distintos momentos reflexionando sobre el tema del trabajo.
Para Gerardo Correa, migrante proveniente de Michoacán, esa “unción de dignidad” se hizo palpable cuando decidió dejar la Casa del Migrante para buscar el sustento por sí solo, quedando agradecido por el apoyo que recibió en el albergue.
Ayuda católica
Gerardo trabajaba arduamente en su natal Michoacán, sintiéndose libre y contento de poder dar el sustento a su familia. Esa estabilidad terminó cuando grupos delictivos se asentaron en el poblado de San Antonio Villalongín, donde radicaba Gerardo, viéndose obligado a pagar una cuota o, en su defecto, unirse a sus “filas”.
Ante esta situación, Gerardo y su familia salieron de su lugar de origen para buscar un lugar seguro, siendo la mejor opción, según ellos, Estados Unidos.
“Estamos aquí porque queremos asilo político en Estados Unidos. No podemos estar en la tierra de nosotros. Vivíamos en un pueblito chiquito y llegaron unas mafias a pelear y ya no nos dejaron vivir tranquilos. Nos corrieron del pueblo”, relató.
Fue así como el 20 de agosto del 2021, Gerardo salió de Michoacán con su esposa y sus cuatro hijos y llegó a Ciudad Juárez para hospedarse en la Casa del Migrante, ya que antes de emprender la huida se informaron sobre los albergues y un conocido les recomendó llegar ahí.
“Ese albergue nos gustó, porque es católico y vimos que trataban bien a la gente”.
En Casa del Migrante, dijo Gerardo, estuvieron hospedados más de un mes, tiempo en que recibieron la ayuda necesaria para permanecer tranquilos y sin pasar penurias.
Buscar el propio sustento
Gerardo señaló que fue el encierro lo que los obligó a salir y buscar una casa de renta y un trabajo para subsistir él y su familia, aunque, reiteró, en el albergue no les hacía falta nada.
“Ahí nos daban todo: comida, pañales y leche para la niña, artículos personales, no comprábamos nada, pero no nos dejaban salir a trabajar. Nos atendieron muy bien”.
“Hablamos con Ivonne para decirle que buscaríamos una casa de renta, pero el muchacho que nos iba ayudar, un taxista, nos dijo que ya habían rentado la casa a otras personas. Él mismo nos llevó al albergue Aposento Alto, en Rancho Anapra, duramos ocho días y de ahí nos fuimos a rentar allá por la montada”.
Gerardo consiguió empleo hace cuatro meses en una maquiladora, pero siguen teniendo el acompañamiento de la Casa del Migrante.
“Antes trabajé como ayudante de albañil y de lo que fuera. Tenía que ganar el sustento”, dijo.
En este tiempo que han estado subsistiendo por sus propios medios, Gerardo y su familia intentaron ingresar al Estados Unidos ilegalmente y, aunque sus tres hijos menores fueron cruzados por una persona, él, su esposa y su hijo mayor no pudieron cruzar.
“Mis hijos ya están allá, viven con una hermana de mi esposa. Estamos desesperados de estar aquí, a veces no sabemos ni qué hacer, es como para volverse loco. La desesperación nos ganó, porque estábamos recibiendo llamadas de amenazas desde Michoacán”, agregó.
El trabajo que lo sostiene… y dignifica
Mientras esperan ser llamados por la organización que lleva su caso de asilo político, Gerardo sigue trabajando pues, aunque reconoce que ha recibido el apoyo de la gente en Ciudad Juárez y que nunca ha sido víctima de maltrato o discriminación, el trabajo le ayuda a olvidar un poco su situación, además de darle la estabilidad emocional y económica que necesita, a pesar de que sus ingresos son bajos.
“Ha sido difícil el trabajo aquí, muy distinto a lo que hacía en mi tierra. Allá era un trabajo propio, ganaba bien. Aquí gano poco y pago renta, la comida es más cara aquí y tenemos que pagar transporte. El dinero nos rinde poco, pero nos ayuda”.
El entrevistado reconoció que el trabajo es importante y necesario, sobre todo para un padre de familia.
“Si no hubiera delincuencia en mi pueblo, no hubiera tenido necesidad de venir aquí. Estaría feliz en mi pueblo, en mi tierra. Nos íbamos al monte a trabajar. Vivíamos tranquilos, pero la vida cambió por completo. Ahorita estamos aquí y tenemos que trabajar, cuando estemos en Estados Unidos también tendremos que trabajar”, dijo refiriéndose a las opciones laborales en las grandes ciudades.
Dos posiciones
Gerardo reflexionó sobre el hecho de que su situación de migrante lo ha hecho pasar por dos posiciones: la de recibir ayuda y, ahora, trabajar en una ciudad desconocida.
“No puede uno estar dependiendo de la ayuda de los demás, se debe depender de uno mismo y salir adelante por sus propios medios. El trabajo es una motivación para salir adelante y lograr uno sus metas, un bienestar”, sentenció.
En este sentido, Gerardo pidió a la comunidad juarense dar la oportunidad de trabajo para los migrantes ya que llegan a esta frontera por una necesidad.
“Necesitamos el trabajo, venimos con miedo, sin dinero y con ganas de salir adelante. Les aseguro que los migrantes que vienen del sur son buenas personas y muy trabajadores. Confíen en nosotros, no venimos a hacer cosas malas”, finalizó.