MC Luis Alfredo Romero/ Comunicólogo
Primera parte
Durante los dos últimos dos domingos, los mensajes del evangelio hacen un profundo llamado a la conversión, particularmente a una conversión más dirigida a los laicos.
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”, dice el Señor. ¿Por qué nos propone Jesús ese amor tan radical y extremo, si nuestra familia lo es casi todo en nuestra vida, para ella vivimos, por la familia trabajamos, nos sacrificamos, sufrimos cuando sufre y nos llenamos de júbilo cuando la familia se reúne, ríe, canta y está bien? De hecho nuestra familia es un don recibido de Dios, en donde encontramos nuestra realización y nuestro camino de salvación.
Jesús nos pide un amor incondicional por sobre todas las personas y las cosas, porque cuando establecemos nuestra esperanza en las personas y las cosas, no es difícil que nos lleguen a fallar o a faltar. En cambio el amor de Dios es permanente, eterno y misericordioso e incondicional, como su propia naturaleza divina.
La experiencia nos lo dice, cuando observamos la voluntad de Dios en nuestros hijos dándoles alimento, techo, formación, apoyo y libertad, para que ellos escojan su camino, estamos cumpliendo la voluntad de Dios, porque ese amor y esa dedicación a nuestras familias, siguiendo los dictados del Señor, es cumplir su voluntad divina. Ese amor a nuestra familia es un reflejo del amor de Dios en nuestra vida. Nuestras familia es un don inmerecido y aunque aparentemente formamos a nuestra familia según los dictados del corazón, es Dios el que interviene en el encuentro de los esposos y quien los hace co-creadores a través de los hijos que Él nos envía, para que mediante el Bautismo formemos una estirpe elegida, vivos a la gracia y muertos al pecado.
La familia se convierte así en un hecho profético porque la familia viene de la promesa divina. En la familia formamos, por el Bautismo, una nación maravillosa, una estirpe elegida por haber sido llevados de las tinieblas a la luz y para que cantemos sus maravillas.
Sin embargo de tanto cuidado que ponemos en nuestra misión familiar, el radicalismo evangélico sigue anunciando´: “el que procure su vida la perderá y el que la pierda por mi causa la ganará” En ciertas ocasiones nuestros esfuerzos familiares resultan insuficientes y aún buenos matrimonios y buenas familias fracasan por la debilidad humana.
Pero no seamos alarmistas, nunca nos pedirá el Señor algo más allá de nuestras fuerzas, Jesús nos invita con tales frases a que veamos más allá de lo que nos permite nuestra limitada visión; a eso se refiere que “debemos perder nuestra vida”, nos pide que dejemos de mirar solamente los problemas de casa, de hijos, de escuela, de trabajo, de sustento, de enfermedad y abramos la mano a nuestro vecino, independientemente de su estatus, nacionalidad, color de piel o religión, porque ese extraño, ese otro que a primera vista lo vemos como una amenaza a nuestra familia , es nuestro prójimo, es Cristo.
El amor de Dios nunca nos fallará aunque nos fallen las personas y las situaciones de nuestra vida cotidiana. Porque el camino Él nos lo marcó: “amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. “A eso se reduce toda la Ley y los profetas” dijo Jesús a sus seguidores.