Sumario: El padre Héctor Díaz, misionero de Guadalupe, regresó a Ciudad Juárez, donde surgió su vocación, para celebrar 50 años de sacerdocio que ha vivido en las misiones.
Ana María Ibarra
Una ofrenda de Ciudad Juárez para el mundo es como se considera el padre Héctor Díaz Fernández, Misionero Guadalupano, quien visitó la diócesis esta semana para celebrar su 50 aniversario como sacerdote.
Nacido en Los Ángeles, California, pero traído a Ciudad Juárez desde pequeño, el padre Héctor realiza su misión desde hace 45 años en Corea, donde ha visto cumplirse la promesa de Dios: “dar y se les dará”, pues mediante su donación como misionero el Señor ha hecho su obra y cientos de coreanos se han convertido al catolicismo.
Vocación
El padre Héctor compartió que su vocación nació al participar en el grupo de hombres llamado “Vasallos de Cristo Rey” en la parroquia de Guadalupe, hoy Catedral, donde también existía el grupo femenino “Las Esclavas de la Divina Infantita”.
“El padre que nos atendía era Antonio Gallegos que no era de la diócesis. A todos nos animó a trabajar por Dios y por las misiones. En ese tiempo acaba de terminar la II Guerra Mundial, y en Ciudad Juárez se vivía mucha inmoralidad, peor que hoy”, recordó.
El padre Héctor reconoció que ante la situación de la ciudad, los sacerdotes que los atendían les ayudaron a conservarse en el bien.
“De todos los matrimonios que se dieron entre jóvenes de los grupos Esclavas de la Divina Infantita y Vasallos de Cristo Rey, ni uno solo llegó al divorcio”, dijo orgulloso.
El servicio y el ejemplo que el entonces joven Héctor apreció en el padre Juan M. Figueroa, fue pieza clave para consolidar su vocación.
“El padre me invitaba a acompañarlo a visitar enfermos en el Hospital Civil. Me llevaba a la cárcel. Lo veía confesar a la gente y me llamaba la atención la gran paz que dejaba a donde iba. Nunca me dijo nada sobre ir al Seminario, pero me dio una revista Almas”, compartió.
Sacerdote o misionero
El joven Héctor, quien hizo su educación preparatoria en la Ciudad de México, comenzó a pensar en el sacerdocio, pero algunos sucesos lo hicieron pensar en ser misionero.
“Mi mamá tenía un hermano soldado al que mataron en Japón. Vi a mi mamá llorar por su hermano. Vi las lágrimas de vecinos durante la Guerra de Corea de 1950 a 1953. Eso quedó en mi cabeza”, dijo el padre Díaz.
El sacerdote compartió que a su corta edad llegó a cuestionarse sobre esa guerra y sobre quiénes eran los buenos y quiénes los malos entre los mexicanos y los coreanos.
“Mi conclusión fue sencilla. Somos tan malos los unos o los otros con una diferencia: nosotros por muy malos que seamos, si conocemos a Dios podemos ir a buscarlos y nos consuela, pero los coreanos y japoneses, igual de malos que nosotros, cuando tienen problemas, ¿a dónde van?”.
Fue en esa reflexión en la que nació su vocación misionera de ir a dar a conocer a Dios a quienes no lo conocen, por lo que empezó a buscar una congregación de misioneros.
Su vocación, compartió, se concretó mientras estudiaba su primer semestre de ingeniería, cuando volvió a encontrar una revista Almas y se presentó al Seminario de los Misioneros Guadalupanos con sus documentos en mano.
Tesis sobre Corea
Al ser aceptado en el Seminario, el hoy sacerdote estudió ocho años y luego fue ordenado en 1965 en la Ciudad de México. Durante 5 años estuvo en servicio en el país, hasta que fue llamado por su superior para preguntarle a dónde quería ir, a lo que sin pensar pidió ir a Japón.
“Recordaba las lágrimas de mi madre por su hermano muerto en Japón. Me dijo que no se necesitaban sacerdotes en ese lugar y fui enviado a Corea. Estoy contento. De esos 45 años, 10 años fui a Suiza a estudiar sobre Corea. Soy doctor en Teología”, compartió.
Agregó que en sus años de estudio escribió un libro sobre la historia en Corea y el año pasado fue reconocida su tesis como única y mejor realizada sobre ese país.
“En mi tesis, sin darme cuenta, resolví todas las objeciones para que más de 100 mártires coreanos fueran reconocidos. Para eso sirvió mi tesis”.
Al cuestionarle sobre lo más difícil y lo más gratificante como misionero en Corea el sacerdote expuso: “Lo más difícil, no sé. Lo más gratificante es ver la gracia de Dios trabajando en la gente. Ver cómo Dios trabaja entre los no cristianos. Me siento ofrenda de Juárez por la Iglesia del mundo, el que trabaja es Dios”.
Con esta convicción, a sus 77 años de edad y pudiendo haberse retirado hace siete años, el padre Héctor dijo que no lo ha hecho ya que es el único misionero guadalupano de la diócesis.
“A Dios gracias no necesito lentes, los dientes son ciento por ciento míos, no tengo nada. Mientras pueda, voy a seguir siendo la ofrenda de la Iglesia de Ciudad Juárez en las misiones. Si me sigo dando como esa ofrenda, todo viene en beneficio de Ciudad Juárez, esa es mi fe”, dijo para luego puntualizar.
“Sigan pidiendo por mí que yo lo haré por ustedes. Ustedes son los que me sostienen con sus oraciones”.
RECUADRO
Mensaje a los jóvenes.
“Si queremos a Juárez y a Chihuahua, vale la pena ofrecerse a Dios por ellos. Vale la pena ser monja, ser sacerdote, ser religioso y ofrecer su vida a Dios para que esto mejore. Juárez no va a mejorar sin la ayuda de Dios. Quienes no puedan ofrecerse de esta manera, también hay un mundo de trabajo para los laicos. La única manera para vivir en paz, como Dios nuestro Padre quiere, es que vivamos como Él nos lo pide…para eso ¡vayan y lleven el mensaje!.