Palabras que expresó seminarista graduado de Teología. Hoy, junto a sus cinco compañeros de generación, espera de ser llamado al diaconado transitorio y luego al sacerdocio y pide oraciones de la comunidad…
Víctor Manuel Vega Ortega/ seminarista
Muy queridos hermanos y hermanas:
Difícil es que las palabras nos alcancen para agradecer a Dios lo bueno que ha sido con nosotros durante toda nuestra vida, y hoy, de una manera muy especial, durante estos años de camino al lado suyo, ¿qué podríamos decir?: han sido los más felices e importantes de nuestra vida. Las palabras no nos alcanzan para compartir la experiencia de esta nuestra vida, que indudablemente pertenece a Dios y que con gran anhelo depositado queremos donar al pueblo de Dios, a cada uno de ustedes. Sí, al contemplarlos, contemplamos a Dios mismo, y en ustedes, el anhelo de servirle.
Quisiéramos tener las palabras adecuadas para que esto que ha sido fruto de años de camino y que aún tiene mucho que crecer y madurar, nos ayudaran a expresar lo felices que nos sentimos de haber sido elegidos por el Señor a esta vocación que indignamente algún día esperamos recibir. Vocación en la que no podemos más que ver el amor y la misericordia que ha tenido con nosotros. Si bien, nos conforta que el Señor sabe lo agradecidos que estamos con Él, sabe las intenciones de nuestro corazón y nuestro anhelo de darle nuestra vida entera en la misión confiada.
También quisiéramos tener las palabras adecuadas para agradecerles a ustedes, que no sólo han sido testigos de nuestro caminar por el Seminario, de nuestra respuesta al Señor; no han sido espectadores de la historia de seis hombres que hoy concluyen una etapa de su vida y se preparan para seguir caminando y respondiendo al Señor. No, ustedes han sido parte de nuestra historia, que es historia de salvación, ustedes nos han ayudado y apoyado a responder; sin ustedes, nuestro Dios no nos hubiera comunicado lo más preciado de nuestro corazón: la certeza de saber que Dios es amor. Son ustedes a los que queremos servir, a los que queremos reflejar a manera de espejo la vida de Jesús. Gracias por estar, gracias por sus oraciones, su cariño, apoyo incondicional y, sobre todo, porque al contemplar su rostro, contemplamos a alguien que espera de nosotros ser para ustedes otro Cristo.
También agradecemos a nuestras familias, presentes aquí, como lo han hecho en cada decisión que a lo largo de nuestra vida hemos ido tomando, en este caso, nuestra respuesta a esta iniciativa amorosa por parte de Dios. Familia, hoy pueden contemplar al hijo, hermano, sobrino, primo, que salió de casa para seguir por entero al Señor, y ¿saben una cosa?, ha sido lo mejor de nuestra vida, no se compara con nada. Esta alegría es suya también, es nuestra. Dios es grande y fiel, Él les recompense todo lo que han hecho por nosotros, su fidelidad y amor incondicional.
No queremos retirarnos de este lugar, al que hoy sentimos como casa, sin antes agradecer a los que desde hace ya tiempo dejaron de ser simples cohabitantes que coincidieron en el camino y se convirtieron en familia: sacerdotes, religiosas y seminaristas. Tenemos la certeza de que no fue coincidencia en la historia de nuestras vidas, sino que fue un encuentro pensado por el Señor. Familia, en eso se convirtieron.
Hoy, en medio de tanta alegría y felicidad, porque lo que en un primer momento se veía tan lejano, hoy es presente, hoy está sucediendo. Y hoy, queremos darles las gracias, de una manera especial al equipo formador, no sólo al presente, sino al que durante estos años de camino el Señor puso a nuestra disposición. No lo podemos negar, han sido parte de nuestra vida, han sido testigos de lo que el Señor ha ido haciendo con nosotros, de nuestra respuesta, de nuestras caídas y triunfos, de nuestras fragilidades y fortalezas, de nuestras ganas de entregarlo todo, como también de aquellas veces que no había fuerzas para seguir caminando. Gracias. Dios se ha valido de ustedes para que con paso lento pero firme, caminemos a la realización de la voluntad de Dios.
Hermanas religiosas, gracias por su maternidad00, su oración y su cercanía tierna. Gracias porque siempre pudimos encontrar en ustedes un refugio seguro, sin ustedes, el Seminario no estaría en pie. Cada día a las 4:00am sus ojos se abren con la primera intención de rezar por nosotros: sacerdotes y seminaristas.
Finalmente, hermano seminarista, no queremos irnos sin antes decirte algo: tu vocación y mi vocación es el sueño de Dios respecto a nuestra vida, un sueño desde la eternidad que en esta vida se hace realidad. Dios pensó en ti y en mí para una misión, una misión que te otorgará la mayor de las alegrías y que te hará por consecuencia comunicar a los demás, a muchos, la alegría de decir sí al Señor. ¡Ama tu vocación, defiéndela, custódiala, compártela, vívela!
Hermano seminarista, como a pocos, el Señor ha depositado en nuestro interior el anhelo de estar cerca de Él, agradezcamos juntos esta predilección y ayudémonos a descubrir el por qué de este anhelo. Ciertamente, tal vez no todos han sido llamados al sacerdocio, pero evidentemente sí al Seminario y, durante esta nuestra estancia en él, no desaprovechemos lo que el mismo Dios nos ofrece en beneficio propio que se torna en beneficio de los demás. Hermano, nuestra vocación más profunda es la santidad, busquémosla con fuerza y garra y, el Señor, nos dirá en que vocación particular nos quiere santos.
Bien lo sabemos, estos años de Seminario, no son nada fácil, las luchas y las batallas son pan de cada día, es más, lo serán hasta nuestro último suspiro. También sabemos de nuestras desilusiones y de nuestros anhelos. No escatimes, no dudes en dar lo mejor de ti durante tu tiempo en esta casa. Vale la pena ser seminarista. Y estoy seguro que si algún día llegas a estar en nuestro lugar, concluyendo este tiempo de gracia en que el Señor se revela, te sentirás, si no es que ya lo estás, tan agradecido por todo lo que se te ha dado. Dios es fiel y eterna su misericordia. Hermano, rezamos por ti, y hoy te pedimos de corazón: reza por tus seis hermanos que hoy parten de esta casa y te esperan con alegría. Ten en cuenta que puedes confiar en nosotros, tus hermanos, quienes también te piden disculpas por nuestros errores y limitaciones, reza por nuestra conversión.
Y a todos los aquí presentes, como dije en un principio, ojalá nos alcanzaran las palabras para agradecer a Dios y a ustedes lo que han sido para nuestra vida. Permítannos podernos encontrar con ustedes, abrazarlos y darles las gracias personalmente por formar parte de este camino que el Señor ha marcado, pero sobre todo, permítannos decirles con nuestros labios que recen por nosotros.
¡Muchas gracias!