La semana pasada el papa Francisco terminó su visita apostólica a los Estados Unidos. Sin duda que se trató de un viaje interesantísimo, no sólo por la presencia del Santo Padre en el Congreso Mundial de las Familias, sino por su intervención en las Naciones Unidas, el Congreso, la Casa Blanca y algunos otros lugares como la Zona Cero de Nueva York, Harlem y la plaza de la Independencia en Filadelfia.
El espectro de la iglesia norteamericana suele ser radical en sus posturas. Los católicos suelen ser extremistas, desde aquellos muy conservadores y hasta los más liberales. Unos y otros aplauden o critican a los papas. Los conservadores halagan las posturas más enérgicas del Santo Padre en temas como el matrimonio y el aborto, pero suelen desaprobar al papa cuando habla de ecología y de temas sociales. Los liberales, por otra parte, aplauden cuando el obispo de Roma se acerca a los pobres, pero les desagrada cuando aborda la defensa del no nacido y del matrimonio natural.
En su viaje por Estados Unidos el papa Francisco dejó claro que él no pertenece a las categorías de izquierdas o derechas. Esas son posturas de ambientes políticos que no tienen cabida en la Iglesia. En la Iglesia, o somos todos coherentes con las enseñanzas de Jesús y del Magisterio, o nos salimos de la comunión eclesial. Francisco es simplemente católico; alguien fiel a las enseñanzas de la Iglesia y con una coherencia de vida cristiana que a todos nos conmueve. En su discurso en la ONU, dejó muy clara la postura de la Iglesia sobre algunos temas, en continuidad con Benedicto XVI, Juan Pablo II y Pablo VI que también hablaron ante esa asamblea.
Francisco expuso lo que Benedicto XVI llamó ‘los principios innegociables’ para todo católico. “La casa común de todos los hombres –expresó– debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística”.
Al abordar el tema de la pobreza denunció “un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material” que genera la exclusión de “los débiles y con menos habilidades”. Y destacó que no se pueden imponer políticas de desarrollo pasando por encima del derecho que tienen los padres y la Iglesia para educar a los hijos. Al hablar de la guerra, hizo hincapié de que ésta es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente; será necesario entonces continuar con la tarea de evitar las guerras si se quiere un desarrollo humano integral.
La ONU es la organización promotora de un nuevo orden mundial, lo sabemos. Este nuevo orden que se quiere imponer niega que exista la naturaleza humana y ello afecta, principalmente, a la familia. El papa fue muy claro y dijo que es necesario respetar la ley moral natural, de lo contrario todo estará permitido. Y recordó que “inscrita en la propia naturaleza humana” se encuentra “la distinción natural entre hombre y mujer”.
Vale la pena destacar su discurso en defensa de la libertad religiosa en la plaza de la Independencia en Filadelfia donde subrayó que las religiones no son una subcultura sin derecho a voz ni voto en la plaza pública, sino una parte de la cultura de cualquier pueblo y nación. Y sobre la globalización señaló que ésta es algo bueno cuando respeta las diferencias culturales, y muy peligrosa cuando quiere uniformar a todos aboliendo las diferencias religiosas y culturales. Y esta es justa la tendencia de muchos líderes mundiales: globalizar el mundo aboliendo las religiones e imponiendo una nueva para todos.
El papa Francisco llegó al corazón del pueblo norteamericano, aunque pisó callos, sobre todo a los hombres de la vida pública. Sus discursos fueron incómodos para las izquierdas y las derechas políticas, pero perfectamente coherentes con las enseñanzas de los papas predecesores.