Mons. Miguel Cabrejos Vidarte/Arzobispo de Trujillo/ Presidente Conferencia Episcopal Peruana/ Presidente del CELAM
La solidaridad supera fronteras
En el título del capítulo cuatro de la encíclica, el papa Francisco enfatiza la necesidad de tener “un corazón abierto al mundo” en un tiempo en el que muchos países, sobre todo del Norte global, fortalecen sus fronteras y levantan murallas para limitar drásticamente el ingreso de migrantes. No se toma en cuenta que la mayoría de refugiados y migrantes salen de situaciones de gran precariedad, donde tuvieron que sobrevivir en condiciones infrahumanas.
Por esta razón, el Papa aboga por mayores esfuerzos comunes para que en los países de origen se generen las condiciones necesarias “para el propio desarrollo integral” (FT 129) de las personas. A la vez sostiene que mientras en muchos países todavía no existen las condiciones necesarias para ello, “nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda, no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona” (FT 129).
Ciertamente, es un reto grande para nuestros países en América Latina y El Caribe, donde vivimos en condiciones muy difíciles marcadas por muchos años de escasez de oportunidades de empleo e ingresos y agudizados por la pandemia, acoger a migrantes que han salido de países en condiciones todavía peores. Aquí se pone a prueba la solidez de nuestra fe en Dios, Padre de todas las personas, a quienes ama con ternura como a sus hijos e hijas.
Esta fe implica reconocernos mutuamente entre todos como hermanos y hermanas; demanda nuestra disposición a “descolocarnos”, poniéndonos en el lugar del “otro”, de la persona migrante y mirar la realidad desde su perspectiva (FT 128), dejar tocar nuestro corazón y abrirnos “a nuevas reacciones” (FT 128), desde la empatía, la compasión y la solidaridad.
Jesús nos reveló con sus palabras y hechos que Dios tiene un corazón abierto a cada persona, de modo especial para todos aquellos que viven en situaciones de pobreza y extrema vulnerabilidad; pues para Dios nadie “sobra” y nadie es “descartable”. Por eso, la fe en Dios es un llamado y una motivación permanente a vivir con un corazón abierto a los migrantes y refugiados.
Acoger, proteger, promover e integrar
En estos cuatro verbos el Papa resume los esfuerzos que estamos llamados a realizar “ante las personas migrantes que llegan” (FT 129). Se nota con mucha claridad cómo el Papa está inspirado por Francisco de Asís, quien nos dio el bello ejemplo de hacerse hermano de los demás, particularmente de las personas pobres, despreciadas y descartadas de su tiempo, siguiendo las huellas de Jesús, nuestro Hermano mayor. Eso requiere de nosotros superar actitudes egocéntricas, así como crecer en un amor gratuito y generoso hacia nuestros hermanos y hermanas que sufren necesidades.
El Papa exige acciones concretas de parte de los respectivos países y comunidades humanas para acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes, como por ejemplo “abrir corredores humanitarios”, asegurar una adecuada asistencia consular, garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos y preparar a las comunidades para los procesos integrativos (FT 130).
Asimismo, es importante resaltar que el Papa aboga por establecer “el concepto de plena ciudadanía” (FT 131) en nuestras sociedades y por ello “renunciar al uso de la palabra ‘minorías’” (FT 131), que resulta discriminatorio, al llevar fácilmente a considerar y tratar a las personas pertenecientes al ‘grupo minoritario’ como inferiores, a marginalizarlas o aislarlas. Ese término a menudo “prepara el terreno para la hostilidad y la discordia” (FT 131).
Desde la fe cristiana estamos llamados a afirmar y defender “la misma inalienable dignidad de todo ser humano” (FT 133) y a promover una “amistad social” que nos impulsa a identificar y “valorar lo que nos une y a ver las diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de todos” (FT 134).
Migración como fuente de mutuo enriquecimiento cultural
Desde nuestras instituciones eclesiales, parroquias, comunidades, movimientos, así como desde la vida religiosa, estamos llamados a poner de nuestra parte para que no se perciba a los inmigrantes, hombres, mujeres y niños(as), como una amenaza, sino como “una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral de todos” (FT 133), pues si se les facilita la integración a nuestras sociedades, acompañándolos con amor solidario y paciente, los inmigrantes “son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer” (FT 135). La ayuda mutua es imprescindible en estos tiempos de pandemia pues “hoy, o nos sal- vamos todos o no se salva nadie” (FT 137).
Es importante mencionar también que frente a la gran crisis humanitaria que experimentamos, el papa Francisco, profundamente preocupado por la justicia global y el bien común, afirma rotundamente: “necesitamos que un ordenamiento mundial jurídico, político y económico incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Esto finalmente beneficiará a todo el planeta” (FT 138).
Lo local en horizonte universal
El Papa reconoce que en nuestro mundo a menudo se genera una tensión conflictiva entre lo “local” y lo “global” y aumentan las tendencias a percibir lo global únicamente como una amenaza y a reaccionar frente a ella con localismos y nacionalismos cerrados (FT 141 y 146).
Pero lo que se necesita con urgencia en nuestro mundo actual, para beneficio de los diversos pueblos y sus interrelaciones, es un sano equilibrio entre lo local y lo global. Pues, como el Papa comenta, “hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana” y “casera” (FT 142). Y añade: “al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra” (FT 142).
Se necesita los dos “polos” para no caer en posturas extremas hacia un lado o el otro. Con el papa Francisco, deseamos enfatizar que “la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad “son dos polos inseparables y coesenciales” (FT 142).
En el seguimiento de Jesús y animados por el ejemplo de san Francisco de Asís, vivamos con alegría la vocación cristiana de practicar y promover lo local y lo global. Paz y bien.