Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Mis queridísimos hijos en el Señor, con todo amor me dirijo a ustedes saludándoles, deseándoles un domingo y una semana extraordinaria, llena del amor de Dios, llena de bendiciones, siempre en compañía de la familia, de los seres queridos, de la gente con quienes convivimos a diario.
Seguimos en tiempo pascual celebrando la victoria de Cristo. Ya nos encaminamos a las últimas semanas de Pascua, nos preparamos para la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo.
También es el mes de María. Seguimos recordando a María, agradecemos el don de la maternidad que el Señor nos regala a través de nuestra Madre Santísima. Hemos celebrado los 100 años de Nuestra Señora de Fátima con la visita del papa a este lugar como peregrino de esperanza y de paz. Vimos un testimonio y un llamado a toda la Iglesia para, a ejemplo de María, y con su protección, ser todos también en nuestro caminar peregrinos, llevando esperanza y paz a todos.
Otro Paráclito
Precisamente en este domingo quinto de Pascua, el Evangelio toca unos puntos muy importantes: primero anuncia a través de una plegaria al Espíritu Santo ‘yo le rogaré al Padre y Él les dará otro Paráclito’. Jesús eleva esta oración para que, una vez cumplida su misión, nuestro padre Dios nos envíe al Espíritu Santo. Jesús nos comienza a preparar, a disponer para este momento importantísimo en la Iglesia recibiendo al Espíritu Santo, espíritu de Verdad. Él los irá guiando, conduciendo en la verdad, en el amor. También nos da una indicación para siempre y cómo prepararnos a Pentecostés, cómo vivir en una actitud de fe permanente. Y la indicación que Él nos da en el amor, es que nos amemos. “Si me aman, cumplirán mis mandamientos”.
Es en el amor a Cristo plasmado y traducido en un amor también muy fuerte a nuestro prójimo, a toda la gente, a todos los hombres. Es ahí donde deveras se ve el fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas. Si cumplimos con los mandamientos de Dios: ama a Dios con todo tu corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo, y esa presencia, ese amor, esa fuerza del espíritu santo nos da la característica de la que Juan insiste mucho: permanencia. ‘Permanezcan en mi amor’ y pone el ejemplo, ‘como yo permanezco unido al Padre y el Padre en mí, así ustedes permanezcan unidos a mí en el amor y permanezcan entre ustedes unidos en el amor’, termina diciendo el Evangelio muy hermoso ‘el que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama’. Al que me ama a mí lo amará mi Padre, ahí está lo grandioso: amar a Cristo, amarlo en el Padre y sentir y experimentar en nuestra vida el amor de Dios.
El poder del resucitado
Seguimos escuchando también todos los días y todos los domingos la lectura de los Hechos de los apóstoles, cómo ellos van de un lugar a otro, a Samaria, a otros lugares predicando y junto con la predicación, que la hacen con alegría, con gusto, con determinación, con firmeza, va acompañada la predicación con milagros. Dios les concede también hacer milagros, la gente se alegraba y se maravillaba, creía por los milagros que hacían, ¡es Dios!, ¡es Dios! ¡es el poder del resucitado! que actúa a través del testimonio fidedigno de los apóstoles.
Los apóstoles no hacen otra cosa sino seguir el ejemplo de Jesús, anunciarlo, proclamarlo. Con el poder de Cristo hacen estos milagros y dice el texto de los Hechos: esto despertó gran alegría en aquella ciudad Samaria, pero no sólo en aquella ciudad, en todos lugares donde iban Pedro, Pablo, Bernabé y otros muchos. Siempre hacían comunidad, siempre dejaban el Evangelio, siempre hacían milagros y muchos se convertían ante esta Palabra de Dios que escuchamos en el evangelio de san Juan, de los Hechos, y respondemos con el Salmo responsorial “las obras del Señor son admirables”.
Queridos hermanos, queridos hijos, que expresemos nuestra fe anunciando la palabra de Dios, que expresemos nuestra fe movidos por el Espíritu Santo en el amor a Dios, en el amor a Cristo, en el amor a nuestros hermanos, y que tú y yo, todos, por el Bautismo seamos proclamadores de las obras maravillosas de Dios. Que tú y yo seamos reflejo de las obras extraordinarias que sigue haciendo Dios.
Vivir felices
Por eso vive feliz, vive con alegría, sirve a todos tus hermanos, haz el bien, déjate llevar por el impulso del Espíritu Santo. Repito con aquellas palabras que nos dice san Juan: ‘el que me ama a mí lo amará mi Padre’ y tanto nos ama nuestro Padre Dios, que nos ama regalándonos a nuestra Madre Santísima, con un amor maternal tan grande y tan hermoso que siempre recordamos y celebramos todo el año, todos los días, pero en este mes de mayo, de manera particular, es tradición, y no hay que perderla, hay que ofrecer flores a María, hay que rezar el Rosario. Sigámoslo haciendo, inculquemos a nuestros pequeños adolescentes el rezo del Santo Rosario y hay que pedir por la paz, por la armonía, por los hogares, por la salud de los enfermos. Por todos nosotros, por nuestra diócesis, y que por intercesión de María Santísimam, con su abrazo maternal nos sintamos llenos de su amor y movidos a cumplir los mandamientos que Cristo nos propone.
Les saludo con todo amor y cariño. Sigan adelante, perseveren en su fe, sigámonos preparándonos para Pentecostés. Les doy como siempre con todo afecto mi bendición, la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo permanezca siempre con ustedes. Amén.