Lo más valioso de nuestras vidas es la presencia de Dios. (Padre Martín)
Cuando finalmente aceptó que estaba contagiado de Covid 19, el padre Martín Magallanes oró y acogió las lecciones de Dios en la enfermedad…
Ana María Ibarra
Valorar la vida y su sacerdocio, fue el aprendizaje que el padre Martín Magallanes recibió al permanecer aproximadamente cuatro semanas resguardado luego de haber sido contagiado y padecer la enfermedad Covid 19.
Aquí su testimonio:
Los síntomas
Negado a la posibilidad de estar contagiado del coronavirus, el padre Martín Magallanes, párroco de la comunidad San Ignacio de Loyola, en El Valle de Juárez, trató los primeros síntomas de Covid 19 como un resfriado común.
“Tomé cosas calientes y me puse a reposar como lo hago con el resfriado común, pero los síntomas duraron más de tres días: escurrimiento nasal, cuerpo cortado, dolor de cabeza. Un domingo celebré muy incómodo y después me fui a acostar, esa noche, lunes, martes y miércoles, estuve con temperatura, dos noches fueron de mucha fiebre”, compartió el sacerdote.
Aunado a esto, comenzó con dolor de cabeza, que atribuyó a su falta de apetito en esos días.
“Tres días perdí el olfato y el gusto, y lo que comía lo quería devolver. Como no comía me empezó un dolor de cabeza muy fuerte. Me entró un poco de miedo que fuera a ser Covid, me resistía a que fuera eso porque soy diabético”, dijo.
Hermano en la enfermedad
Fue como se decidió a llamar al padre Istibal Valenzuela, de la parroquia San Isidro Labrador, también en El Valle, quien acudió inmediato a su auxilio.
“Se portó muy hermano, me cocinó, me dio un medicamento, habló con un doctor, le dijo los síntomas, compró el medicamento aquí cerca, mandó traer oxígeno y se quedó conmigo en la parroquia”, dijo agradecido el padre Martín.
A los pocos días, el padre Martín fue trasladado por el padre Istibal a Ciudad Juárez para realizarse muestras de sangre y placas de tórax.
“Me llevó a una casa a almorzar y comencé a hacer planes para ir a realizar pagos, como lo hago siempre que voy a Juárez, pero Istibal, serio me dijo: Martín, eres el único que no se ha dado cuenta, todos sabemos que tienes Covid”.
Aun negado, el padre Martín no aceptaba estar contagiado del virus, por lo que el padre Istibal lo llevó a realizarse una prueba rápida, misma que salió positiva.
Resguardado
Ante la necesidad de aislar al padre Magallanes y sabiendo que regresar a El Valle haría difícil la movilización en caso de emergencia, el padre Istibal buscó que se le facilitara la Casa de las Familias para establecer temporalmente a su hermano sacerdote y que recibiera la atención necesaria.
“Ahí estuve con una enfermera de día y un enfermero de noche, revisándome los signos vitales, dándome de comer y los medicamentos. Cuando el doctor vio que ya no había virus en mi cuerpo, me envió a la casa, con 15 días más de resguardo. Le enviaba mis signos diariamente y me dijo que me pusiera la vacuna de la influenza, y así lo hice”.
Enfermedad dolorosa
Para el padre Martín, esta experiencia fue muy dolorosa, por la enfermedad en sí, y por el dolor corporal.
“Se me iban las fuerzas. Cuando el dolor se puso fuerte, no me dejaba moverme. En los delirios y en los dolores me enojé mucho, y pensando en toda la gente que estaba pasando lo mismo, reclamé y exigí a Dios que ya parara esta enfermedad, pero estaba enojado”, reconoció el sacerdote.
Fue en su interior que el padre Martín fue cuestionado sobre la magnitud de su miedo.
“Sí tenía miedo, me sentía solo. Seguía pensando en la gente que pasaba lo que yo, en la que se fue y no pude ver ni acompañar. Me sentí muy triste. Pero descubrí que es un tiempo de valorar. Valorar la salud, a las personas que perdimos, a los que están vivos. Lo más valioso de nuestra vida es la presencia de Dios”.
En ese momento, el padre Martín comprendió que, en lugar de sentir temor y enojo, necesitaba clamar a Dios.
“Empecé a invocar el nombre de Jesús. Cuando sentía miedo o me sentía triste, comencé a decir: Señor, Señor, y así me quedé dormido, no había podido dormir del dolor. Desperté tranquilo y comencé a orar, puse en manos de Dios a todos los enfermos y mi enfermedad, dejando en manos de Dios”.
Aprendizaje: Dios está en la fraternidad sacerdotal
Así, clamando con oraciones aprendidas y lo que salía de su corazón, el padre Martín descubrió que en ese momento tan difícil Dios estuvo a su lado y un hermano sacerdote que lo atendió.
“Valoré las personas, valoré la vida, valoré la presencia de Dios que va más allá. Él venció la muerte y lo hizo por mí, pero a veces se nos olvida que en los momentos difíciles también está presente”.
Otro aspecto que el padre Martín valoró en su enfermedad fue la fraternidad sacerdotal.
“Quizá no todos los sacerdotes somos tan cercanos, pero muchos estuvieron enfermos y estuvimos orando unos por otros. Esto me lleva a valorar mi comunidad y la fraternidad del sacerdote, respetarnos, valorarnos y hacer lo que nos corresponde porque nuestro servicio tiene que continuar”, dijo.
Para finalizar, el padre Martín invitó a la comunidad a tomar en serio el cuidado ante esta situación de pandemia.
“Lo mejor que podemos hacer es demostrar nuestro cariño desde lejos. El regalo más grande que Dios nos ha dado es la vida y tenemos que cuidarla. Las enfermedades pasan, pero Dios es eterno, ahí está nuestra esperanza”.
Frase..
El regalo más grande que Dios nos ha dado es la vida y tenemos que cuidarla. Las enfermedades pasan, pero Dios es eterno, ahí está nuestra esperanza.
Pbro. Martín Magallanes/ Párroco de San Ignacio de Loyola