Por concluir el Jubileo de la Esperanza
- Jaime Melchor Valdez/Párroco de Cristo Rey
Estamos por concluir el Jubileo de la Esperanza. Se nos ha hecho un llamamiento a vivir en intensidad esta virtud cristiana que nos mantiene confiadamente caminando, guiados por las promesas de Dios. Es necesario mirar nuevamente los puntos clave que el Papa Francisco, de feliz memoria, nos convocó a vivir.

Llama viva
En primer lugar, recordemos cómo todo ser humano tiene “sembrado” en su corazón alientos de esperanza y deseos de que las cosas vayan mejor. Pero las expectativas meramente humanas tienen límites que inquietan y a veces angustian por su caducidad.
Considerando lo anterior, es por ello que el Apóstol Pablo nos habló de la esperanza que no defrauda, la que, fundamentada en Cristo Muerto y Resucitado, nos ha mostrado el amor del Padre. El anuncio de la Buena Nueva a los paganos abre de par en par las puertas a la universalidad de la Redención, pues el mismo Hijo de Dios nos ha mostrado el Corazón del Padre. Por el Espíritu Santo que se nos ha dado alcanzamos una dignidad maravillosa y eterna, como verdaderos hijos.
Así, a todos se da una esperanza viva, como dice el Himno Jubilar: “Llama viva para mi esperanza”. Dios mismo como llama siempre viva mantiene encendida esa esperanza para su pueblo.

La peregrinación: Como elemento primordial jubilar, caminar es signo de ir en búsqueda de una promesa, y deseo de alcanzarla. El pueblo de Dios, por naturaleza, es peregrino. Se camina porque Dios mismo va conduciendo la historia, pero también cada hombre y mujer que esperan en su corazón, saben que participan con plena libertad para alcanzar lo prometido, y colaboran con el Plan de Salvación.
Signos de esperanza: Si somos colaboradores de esas promesas, la esperanza entonces no es algo etéreo, sino que se mantiene porque Dios es su fuente, y al hacernos Él mismo participes de alcanzarlas, hemos de estar atentos. Mirar de qué manera construimos entre nosotros, y somos agentes de valores promotores de la humanidad: Vida, amor, paz, justicia, reconciliación… los dones que el Príncipe de Paz, la raíz de Jesé (Is 11,1ss) trae para nosotros. Lo maravilloso es que con Él podemos transmitirlos. Ciertamente la historia de la humanidad está marcada por dolor, sufrimiento y muerte que por malas decisiones, el pecado, el egoísmo y ceguera espiritual, donde una autolesión parece sofocar esa esperanza.
Este año, marcado por la elección de un nuevo sucesor de Pedro, nos enmarca en un nuevo período eclesial y mundial, pero con la continuidad esperanzadora. No se pierde de ninguna manera nada de lo que Dios en este jubileo ya había sembrado a través del Papa Francisco. Ahora, Papa León XIV con un inmenso deseo de la unidad, en torno a Cristo, el único Pastor, hace un llamado para que esta esperanza sea forjadora de la paz. “La paz sea con ustedes”, saludaba al inicio de su ministerio.
A lo largo del Año, distintos peregrinos han alcanzado la indulgencia y vuelto a la comunión con Dios y con la Iglesia. Los mensajes del Papa León, y su viaje apostólico a Turquía y al Líbano despiertan esperanzas nuevas en el diálogo hacia la comunión.
La Navidad nos habla del Dios Esperanzador
Los creyentes en este Año Jubilar reflejan y testimonian lo que el Padre Celestial ha hecho en sus vidas. En este tiempo de gracia se cumplen las palabras del profeta: “Reyes y pueblos del orbe vendrán de lejos”.
Un pequeño examen de conciencia
Al celebrar la Navidad, ya casi concluyendo el jubileo de la Esperanza, es necesario preguntarse:
¿Cómo he sido testigo de esta esperanza a la que, por ser creyente, estoy llamado?
¿De qué modo estoy acrecentando o alimentando esa esperanza que he recibido del Señor en su Iglesia?
¿Qué me motiva a continuar siendo testigo de esta esperanza?
¿Confío en Jesús, espero en Él, y que no quedaré defraudado?

Una mirada a los testigos de esperanza en la Navidad
Hay inspiraciones muy profundas que, desde la fe, encontramos para ser precisamente testimonios de esperanza. En primer lugar, está María. Ella, mejor que nadie, recibe esta palabra de Dios, la acoge y en ella se comprenden las promesas. Meditemos el Magnificat, su bello Cántico, y contemplémosla. Gozosa alaba al Señor porque el cumplimiento de esas promesas en los profetas, ahora se ha encarnado en su vientre inmaculado.
Miremos a José, que, sin entender del todo, y considerando las circunstancias, en su momento quiso separarse de María, pero como era hombre abierto a las promesas de Dios y también tenía una esperanza en su corazón, pudo acceder totalmente, no solamente a recibir la palabra, sino a que la misma Palabra encarnada estuviera en sus brazos. Con su corazón paternal y amoroso San José es también una inspiración para nuestra vida. Él es modelo para los padres de familia que quizá tienen muchas interrogantes al ver a sus hijos crecer; verles madurar, al contemplarlos con amor, pero también cómo el ambiente actual es un tanto difícil para su sano desarrollo psico-afectivo. Y así San José nos da una enseñanza de obediencia, disponibilidad, humildad y de cómo trabajar en el silencio para poder ayudar a los planes de Dios.
Testigos de esperanza en Navidad son también los pastores, que recibieron la noticia en esa Noche Buena, con su fe y humildad creyeron y fueron a Belén. Con su alegre esperanza, son también portadores de gozo, y testigos de la llegada del Salvador.
La mayor fuente de inspiración, de esperanza y paz para nosotros en esta Navidad, es el Hijo de Dios, que nos dice que nuestras esperanzas puestas en las palabras y las promesas de Dios dan fruto, son realidad. Y esta realidad se llama Jesucristo, Nuestro Hermano, Nuestro Salvador, El Emmanuel, que se ha hecho hombre como uno de nosotros, menos en el pecado. Nos dice que el Padre ha apostado por la humanidad, al permitir que su propio Hijo se hiciera uno de nuestra carne. Uno de nosotros, para sufrir, pero también para enseñarnos el camino de las Bienaventuranzas y conducirnos a la vida eterna.

Navidad: la alegría y la misión
Vivir la alegría de la Navidad es continuar la misión que brillará para que otros puedan creer. Muchas de las conversiones han sido fruto de contemplar al Niño Dios, indefenso, frágil y tierno, que ha venido a favor de los pecadores y de los pobres. Y esto da fruto en las obras de caridad que nos hacen profetas de la Buena Noticia.
Hemos escuchado en el Tercer Domingo de Adviento, cómo el Señor Jesús manda la respuesta a los discípulos de Juan el Bautista cuando éste desde la cárcel manda preguntar si Jesús es el que ha de venir o se tiene que esperar a otro. El Señor contesta que los ciegos ven, los cojos andan; los sordos oyen; los leprosos quedan limpios de la lepra y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva.
Esto último, es decir, el anuncio de la Buena Nueva, ahora concierne a nosotros misioneros de la esperanza, poner en claro al mundo cuáles son las razones para creer, como decía el apóstol San Pedro, da razón de nuestra esperanza (1 Pe 3,15).
Cada comunidad en este tiempo de Navidad se convierte en testigo de la esperanza cierta de que la llegada del Mesías nos llena de gozo el corazón; pero también somos sus emisarios. Tenemos razones profundas para creer. Por ello, nuestro Bautismo es fuente de vida no sólo de un momento, sino permanentemente. Las inspiraciones que el Espíritu Santo a lo largo de nuestra vida nos da, son para que transmitamos y demos vida también, habiendo recibido al Autor y Señor de la misma, en los sacramentos.
El Espíritu Santo hace que naciendo Cristo en los corazones nos volquemos en ayudar al prójimo y seamos misioneros incansables.
Misioneros de la Navidad
La Navidad encendió los corazones de los pastores y comunicaron esta esperanza. Allí vemos un testimonio para nuestra Iglesia. Posteriormente los Magos de Oriente, habiendo encontrado al niño Dios, guiados por la estrella, regresaron luego a sus lugares de origen, gozosos por todo lo que habían visto.
Si en verdad, como los pastores, vimos y hemos tenido la experiencia de contemplar y adorar a Cristo, que ahora se nos da en la Eucaristía, seremos auténticos testigos. Y como los Santos Reyes, también nuestra vida será gozosa para los demás.
Un itinerario
Por una parte, la fiesta de la Sagrada Familia nos inspira para que, nuevamente como familia, trabajemos por abrir horizontes de esperanza a la sociedad que se ve afectada por desconciertos que las ideologías provocan, sobre todo cuando van en contra del plan de Dios para la familia.
La solemnidad de la Epifanía del Señor inspira nuestros corazones hacia una búsqueda de las semillas de nueva vida, que, gracias a la llegada del Salvador de todos los pueblos, siembra en pequeños y grandes. Así, los frutos que broten sean luces que brillen en las comunidades comprometidas en esta misión permanente. Como los Magos de Oriente pusieron sus dones ante el Niño Jesús, cada comunidad ha de renovar su compromiso con los más pequeños, ofreciendo a ellos lo que el Padre le confió: Los tesoros, las gracias que llevan a la santidad.
El tiempo especial de la Navidad, que concluye con la fiesta del Bautismo del Señor, además de renovar el propio Bautismo, nos lleva comprender nuevamente todo el itinerario que a lo largo de este año la Iglesia ha seguido y enseñado. Recordemos que, por naturaleza, la Iglesia es misionera, y por ello, testigo de la esperanza y de la promesa que el Padre Celestial ha cumplido: Su Hijo.
La esperanza cumplida en el Hijo de Dios que nació, mueva siempre nuestros corazones a ser promotores de Su paz.
































































