Seguimos analizando los ataques a la moral de la Iglesia… Antes de hablar sobre la Iglesia y la homosexualidad, el autor aborda otro tema fundamental para entenderlo mejor: la «Revolución Sexual».
José González Horrillo/Autor católico
Debemos reconocer que en las últimas décadas se han alcanzado importantes logros en la sociedad, como una mayor sensibilidad en lo que corresponde a la defensa de las libertades individuales y a la igualdad de derechos. Pero muchos de estos elementos presentes en nuestra vida social sufren ciertas ambigüedades a causa de la cultura dominante, que las desfigura en la tarea de formar íntegramente a la persona.
Nos interesa sobre todo destacar la ambigüedad en lo que corresponde al ámbito de la familia y de la vida. Por ejemplo, se llegan a considerar normales en una situación democrática distintas realidades que perturban seriamente la institución familiar y el respeto a la vida humana. Entre otras, podemos citar la extensión del divorcio, con las graves consecuencias personales que genera, las parejas de hecho, con la inestabilidad que producen en la vida de las personas y la sociedad, el matrimonio de homosexuales, con una grave confusión en el entendimiento de la homosexualidad, etcétera. Entre los temas que se refieren a la transmisión de la vida se encuentran con la trágica aceptación del aborto, la eutanasia, la esterilización, la clonación terapéutica y otros.
El problema de la secularización
Nuestra sociedad parece querer ocultar sus dificultades con soluciones superficiales e ingenuas que pretenden ignorar la repercusión personal y social que producen. La contradicción interna entre la valoración positiva de la familia como un valor real y su menosprecio como elemento social nos señala una importante incoherencia en la racionalidad que está en la base de la construcción de nuestra sociedad. Así, nos encontramos con que muchas personas viven un problema dramático, y es la dificultad para realizar un auténtico proyecto de vida y de familia, como pide su corazón, pues tropiezan con una valoración social puramente económica y utilitarista de la persona y de la familia.
Este proceso comienza con la secularización de la sociedad en la Edad Moderna.
El desarrollo de los acontecimientos, en cambio, parece insistir en que el intento sistemático de construir una convivencia sin Dios se vuelve siempre contra el hombre. Cuando se produce este fenómeno de oscurecimiento de la presencia de Dios, toda verdad trascendente se llega a mirar, por algunos, con sospecha.
Libertad deformada
Ante los grandes valores e ideales se extiende en muchos sectores un profundo escepticismo. Todo se mide y se valora por su productividad y utilidad. En el plano moral se produce una de-formación del valor de la libertad. Desarraigada de su finalidad interna, que la dirige a realizar el amor verdadero, la libertad queda reducida a la elección de cosas según un arbitrio personal, al margen de la verdad del hombre. Cuando esto sucede, los únicos límites que se descubren para la libertad vienen de la presencia de otras personas también libres. Todo es posible con tal de no violentar la libertad ajena. Entonces la persona llega a vivir entregada a las emociones, y acaba esclava de sus propias apetencias superficiales.
En una libertad sin dirección todo sería válido, incluso los comportamientos destructivos; mientras que los deseos más profundos permanecen insatisfechos. Si la libertad del hombre no le conduce a amar con todo el corazón, le convierte en algo nocivo y frustrante del sentido de su existencia. El juicio moral se deja al arbitrio de un sentido moral subjetivo que se traduce en una concepción ética a la carta. Todo tipo de aberraciones, incluido el aborto, el suicidio, la pederastia, el turismo sexual, etc. llegan a parecer incluso como derechos de la libertad individual.
La Revolución sexual y sus engaños
La existencia de un planteamiento dualista, que separa como mundos distintos el del cuerpo y el del espíritu, lleva a la desintegración de la persona. Quizás la mejor comprobación de la pobreza humana que comporta esta concepción es el individualismo al que conduce y que condena a muchas personas a una terrible soledad.
Todas estas realidades sostenidas socialmente por la absolutización de una tolerancia sin límites e, individualmente por la exacerbación de la libertad de elección sin sentido, han encontrado su caldo de cultivo en la llamada revolución sexual iniciada en los años sesenta. En ella, con la pretensión fallida de construir una nueva cultura, se han producido una serie de rupturas en la construcción de la persona cuyas consecuencias padecemos.
Dos rupturas
La primera ruptura se produjo entre la sexualidad y el matrimonio con el pretendido «amor libre», sin compromiso institucional alguno. El deseo sexual, promovido por los medios de comunicación y los organismos culturales, se desbordó hasta convertirse en un verdadero poder al servicio de intereses económicos.
Para la extensión de esta sexualidad «sin represión social» era necesaria una segunda ruptura: la liberación del vínculo entre sexualidad y procreación. La sexualidad, por tanto, podía centrarse entonces en la unión físico-afectiva sin más perspectiva de futuro. Desde tal sexualidad sin procreación se entiende muy bien una procreación sin sexualidad. Estas rupturas dejan a la sexualidad humana sin un punto claro de referencia, sometida a una confusión social sin precedentes.
La última fragmentación producida por la revolución sexual es la separación de sexualidad y amor. La primera pasa a ser un modo de experimentar la satisfacción de un deseo. El amor aparece entonces como algo ajeno que, en algunos casos, se puede unir a la sexualidad, pero que no la informa desde dentro. Sería necesario «probarse» sexualmente antes de saber si se puede amar de verdad a la otra persona. En todo caso, no cabría un amor sin límites.
Dos realidades nocivas
Las condiciones sociales de esta revolución están a la vista de todos. La pornografía, también la infantil, nos señala hasta dónde llega la comercialización de la sexualidad humana. Las violencias sexuales se multiplican en medio de una sociedad que se escandaliza de los efectos cuando alienta hipócritamente las causas de los males.
La revolución sexual, fracasada en sus ideales originarios, pervive en nuestra sociedad por medio de dos realidades fuertemente presentes en la misma. La primera es la aceptación de una línea política que presenta en el campo jurídico toda una serie de «nuevos derechos» que, en el fondo, no son más que la pretensión de una «libertad sexual» sin límites: derecho a la anticoncepción, a la salud reproductiva, al libre diseño de la sexualidad, a la elección de modelos de familia, a la institucionalización de las uniones homosexuales, etc.
La segunda realidad a la que nos referimos es la «ideología de género», esto es, el intento de presentar el mismo género sexual (masculino-femenino) como un producto meramente cultural. Es un modo propuesto tanto por los grupos de presión homosexuales como por un cierto feminismo radical. El modo de propagarlo exige una consideración de la sexualidad como algo ajeno a su identidad personal. La sociedad ideal debería entonces conducir a una «indiferenciación’ sexual para que cada persona modelara su propia sexualidad a su gusto. En el caso de un cierto feminismo, la relación hombre-mujer se llega a presentar como una especie de lucha de sexos en una dialéctica de confrontación. La comparación de sexos ha producido también un debilitamiento de la complementariedad hombre-mujer, y se ha perdido la dirección para encontrar su necesario equilibrio.
Matrimonio y familia: ¿Dónde quedan?
La influencia de todos estos factores en la consideración del matrimonio y la familia es inmensa. Ambas instituciones, al no ser entendidas sobre sí mismas, quedan sumidas en la confusión. En una sociedad en la que el ideal de vida es la independencia, las relaciones conyugales y familiares serían una pesada carga, algo que quita la libertad.
La influencia del individualismo alcanza, en su nivel social, también a la valoración de la vida humana. Ésta, en una sociedad de consumo, queda valorada por el modo en que contribuye a un aumento del bienestar general y no como un bien a desarrollar en vista de la propia vocación personal.
El nacimiento de un hijo se plantea como un problema social, como una carga económica que acarrea una serie de dificultades en el futuro, especialmente educativas. Asistimos así a una verdadera presión social que se ejerce contra la familia numerosa.
Vivimos en una sociedad cada vez más vieja, que tiene pocos niños y, por tanto, menos futuro. Igualmente, existe una desvalorización del anciano y del minusválido, cuya atención no es económicamente rentable: cuestan mucho dinero y tiempo. Parece que sólo se piensa en estas personas por su rendimiento electoral.
Antagonismo hombre-mujer
Llegados a este punto debemos detenernos en un par de aspectos fundamentales para entender lo mejor posible el origen de la revolución sexual y su influencia en la sociedad actual. Para ello ampliaremos la información sobre la mencionada Ideología de Género y trataremos de explicar lo que es el «famoso» Informe Kinsey.
La Ideología de Género parte de la ideología neo-marxista que, como tal, tiene una visión distorsionada de la realidad, viéndola a través de los esquemas de luchas de clases.» Ya Federico Engels, en su libro ‘El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado’, sostuvo que el primer antagonismo de clases de la Historia incidía en el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en el matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra es la del sexo femenino por el masculino. De ahí, que las feministas del género no busquen en el fondo-la mejora de la situación de la mujer, lo cual es razonable y necesario pues existen situaciones de gran injusticia para ella en el matrimonio, la familia, la educación, el mundo laboral, político, etc. Pero estas reivindicaciones se pueden hacer sin anular las diferencias varón-mujer.
Lo que se busca es la anulación de lo femenino y de los masculino en cuanto condición dada por la naturaleza humana. Lo que pretende la Ideología de Género es desligar la condición y diferenciación sexual biológica con la que todos nacemos de lo que llaman roles impuestos por la sociedad, diciendo que lo femenino y lo masculino son una «construcción social» que hay que «desconstruir». El pequeño gran detalle es que con ello se «desconstruye» a la mujer, al matrimonio, a la familia y, en definitiva, a la sociedad.
Conferencia de la mujer
Esas propuestas existen desde hace tiempo, pero se hicieron más explícitas y agresivas en la IV Conferencia Internacional sobre la Mujer realizada en 1995, en la cual se dijo expresamente que género se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente que se asignan a uno u otro sexo.
Desde esta ideología, las diferencias entre hombre y mujer no responden a una naturaleza fija, sino que son producto de la cultura de un país y de una época determinada, que les asigna a cada grupo una serie de características por conveniencias con estructuras sociales.
¿Qué consecuencias tiene para la sociedad?
- Si el género es un artificio construido por la sociedad, entonces hay que inventarlo nuevamente, sin tener en cuenta la naturaleza humana.
- Si al género femenino se le han atribuido los roles de la maternidad y de la educación de los hijos, hay que «liberar» a la mujer de ese peso.
- El género queda reducido a la opción u orientación sexual de cada quien. Por tanto, habría por lo menos cinco sexos: varón, mujer, homosexual, lesbiana y bisexual.
- Si cada uno tiene ante la ley iguales derechos, se abre una vía para que se plantee el matrimonio entre homosexuales, lesbianas, bisexuales, etc. y se les otorguen todos los «derechos reproductivos»: facilidades para tener acceso al «sexo seguro», el derecho a tener hijos por inseminación artificial u otros medios, el derecho a abortar, etc.
El resultado de esto es lo siguiente:
- Los seres humanos serían indiferenciados porque no cuenta su dotación genética ni su sexo biológico, sino que después cada quien haría su opción sexual y tendría todos los derechos respecto a la constitución del matrimonio y la familia.
- Se acabaría con el matrimonio como institución natural formada por varón y mujer, ya que se pondrían en igualdad, con tendencia a ser sustituida, con un matrimonio basado en la opción sexual.
- Se cambiaría la educación ya que, por ejemplo, las mujeres no tendrían porqué prepararse para ser madres. La maternidad se considera como una esclavitud.
- Se acabarían los valores que tradicionalmente han sido con. servados por la mujer-madre en el seno del hogar y con su función de educadora de los hijos.
- Se arrostrarían todas las instituciones que promueven esos roles y valores, como la Iglesia y las instituciones religiosas tradicionales.
Es conveniente que el público en general se dé cuenta claramente de lo que todo esto significa, pues los que proponen esta ideología usan sistemáticamente un lenguaje equívoco para poder infiltrarse más fácilmente en el ambiente, mientras habitúan a las personas a pensar como ellos.
Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia, hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como masculino: mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como femenino. Estas palabras, que podrían parecer tomadas de un cuento de ciencia ficción, no son otra cosa que un extracto del libro El problema del género: el feminismo y la subversión de la identidad, escrito por la feminista radical Judith Butler.